Juan 1,45-51 – Tú tienes palabras de vida eterna

Texto del evangelio Jn 1,45-51 – Tú tienes palabras de vida eterna

60. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»
61. Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto les escandaliza?
62. ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…
63. «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida.
64. «Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
65. Y decía: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
66. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.
67. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?»
68. Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,
69. y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

Reflexión: Jn 1,45-51

El Señor nos hace aquí unas revelaciones muy importantes en orden a nuestra salvación. Debemos leer, releer y meditar este pasaje. En primer lugar detengámonos en la constatación que hacen sus mismos discípulos, es decir la gente más cercana a Él, la que lo había acompañado en todo su recorrido, presenciado muchos de sus milagros y oído todas sus enseñanzas. «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Esto es muy cierto. El Señor descubre para nosotros el destino que nos tiene deparado nuestro Padre desde el comienzo de la Creación, por el cual hemos de optar libremente siguiendo el Único Camino que nos conduce al Reino de los Cielos, donde viviremos eternamente. El Camino que nos propone Jesucristo para alcanzar la Vida Eterna es el Camino del Amor, que pende de la obediencia absoluta e irrestricta de dos únicos mandamientos que encierran toda la Ley y los Profetas: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero el Camino del Amor, que suena tan hermoso y fácil de realizar, en la práctica se nos descubre exigente, porque demanda una serie de renuncias y sacrificios que no estamos dispuestos a aceptar tan fácilmente, mucho menos aun cuando es preciso poner en juego la fe, porque en muchos casos la retribución no será tangible, sino que tendremos que esperar después de muertos, demandando la entrega de nuestra vida entera a cambio de un lugar en el Reino de los Cielos. «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

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