Texto del evangelio Lc 4,14-22 – …estaban admirados
14. Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.
15. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.
16. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.
17. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:
18. El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos
19. y proclamar un año de gracia del Señor.
20. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
21. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy.»
22. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.
Reflexión: Lc 4,14-22
Todos estos días hemos venido acompañando al Señor a través de episodios asombrosos, por lo tanto es natural que todos estuvieran asombrados. La presencia del Señor constituye un suceso excepcional para la población de todas estas comarcas y su fama se iba extendiendo cada vez más. Pero no nos engañemos, no es eso lo que buscaba el Señor, ni por tanto algo de lo que se jactara. Todo este protagonismo tiene un solo objetivo: que todos los hombres y mujeres de entonces y de hoy, a través de los testimonios que nos han llegado, nos fijemos en Él y le creamos, sino por lo que dice, al menos por lo que hace. Y ya ha hecho suficiente estos días como para que consideremos seriamente que merece nuestra atención y nuestro crédito. ¿O es que dar de comer a 5 mil familias con solo cinco panes y dos peces es algo que vemos todos los días? ¿Y cuándo hemos visto antes o después que alguien camine sobre las aguas del mar y que las fuerzas de la naturaleza le obedezcan? Luego están sus palabras y sus enseñanzas las cuales no conocemos de modo específico estos días, pero sí sabemos que la gente lo oía con tal atención y admiración, que se olvidaban de sí mismos y de sus necesidades. ¡Era tal la atención que captaba, el consuelo, la esperanza y la sabiduría que revelaba que lo seguían multitudes, pendientes de cada palabra que salía de sus labios! Si nos causan admiración los prodigios que realizaba, otorguémosle el mismo crédito a sus palabras e imaginemos tan solo lo que estarían sintiendo aquellas personas. Eran tocados en lo más profundo de sus conciencias, sus mentes y sus corazones. ¿Por qué tanta Luz? Porque era preciso alumbrar la Verdad, para que viéndola, todos creamos en ella. Eso es todo. No hay ni el menor atisbo de soberbia, orgullo o vanidad. Jesús quiere que le veamos, le conozcamos y le creamos, porque de ello depende nuestra salvación, que es Voluntad del Padre. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.
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