Juan 3,22-30 – mi alegría, que ha alcanzado su plenitud

Texto del evangelio Jn 3,22-30 – mi alegría, que ha alcanzado su plenitud

22. Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba.
23. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba.
24. Pues todavía Juan no había sido metido en la cárcel.
25. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación.
26. Fueron, pues, donde Juan y le dijeron: «Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él.»
27. Juan respondió: «Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo.
28. Ustedes mismos me son testigos de que dije: «Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.»
29. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.
30. Es preciso que él crezca y que yo disminuya.

Reflexión: Jn 3,22-30

En la forma en que nos relacionamos en este mundo, en que cada quien busca su beneficio y su bienestar, resulta difícil encontrar personas totalmente desinteresadas por promover a otras y hacer que alcancen sus metas. Tales modelos sociales y económicos son muy escasos, sin embargo es verdad que existen, pero no solemos encontrarlos con frecuencia y por eso más bien somos educados en la satisfacción egoísta de nuestros propios intereses. El Sistema parece exigir este tipo de comportamiento al extremo que todo el mundo lo ve con suma naturalidad y a nadie le extraña ni le interpela tal actitud. Entre empresarios, estudiantes, políticos e incluso entre religiosos podemos ver como unos tratan de opacar a otros con el propósito de irrogarse mayores méritos que los rivales, aun cuando estos no correspondan a quien se los atribuye. ¿Cuál es la razón? Necesitamos que nos estimen y aprecien, y no somos muy tolerantes a las comparaciones, mucho menos cuando como resultado perdemos crédito, respeto, admiración o prestigio. No debe ser así entre los cristianos y mucho menos cuando se refiere a cosas del Señor. Pero, como quiera que la evangelización es también un trabajo que de una u otra manera recibe una remuneración, ya sea económica, política o social, obispos, sacerdotes, laicos y aun movimientos y agrupaciones se celan y a veces compiten por recibir reconocimientos que finalmente, como hemos dicho antes, se traduzcan en algún tipo de recompensa. Siendo este un proceder humano, hemos de esforzarnos por no contaminar la obra del Señor con razones espurias. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.

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