Mateo 23,1-12 – la cátedra de Moisés

La cátedra de Moisés

En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan, pues, y observen todo lo que les digan; pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen.

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Mateo 23,1-12 la cátedra de Moisés

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Reflexión: Mateo 23,1-12

En la Cátedra de Moisés hay unos impostores. Esta es finalmente la dura acusación que el Señor lanza hoy. Y, claro, como es costumbre nuestra, inmediatamente volvemos los ojos hacia la Cátedra de Moisés para ver quien o quienes están sentados allí. Y muy rápidamente parecemos encontrar dos o tres nombres que efectivamente corresponde a las señas que nos da Jesús.

Qué fácil resulta, como siempre, encontrar la paja en el ojo ajeno y no reparar en la viga que tenemos en el nuestro. Es verdad que seguramente tenemos razón en la selección de nombres que hacemos de tantos y tantos escribas y fariseos que muy bien podrían aplicar a esta descripción. ¿Cuántos políticos, periodistas, jueces, maestros y autoridades, incluso religiosos, se auto proclaman cristianos y aun católicos, erigiéndose como moralistas y dueños de la verdad, a pesar que son públicas sus fechorías?

Este es un mal del que adolecen todas las sociedades, todos los países, de todos los tiempos y latitudes. La doble moral. El doble racero. O como diría mi madre, “la ley del embudo: lo ancho para mí y lo angosto para ti”. Qué rápido somos para juzgar y exigir a los demás, pero cuan lentos y contemplativos con nosotros mismos. Queremos que todo se nos pase y todo se nos comprenda y perdone.

Esta es la perspectiva dese la que hoy debíamos reflexionar estos versículos. Porque, es verdad, nos juzgamos muy humildes e insignificantes en realidad, pero para cuantos de nuestros hermanos nosotros estamos sentados en la Cátedra de Moisés y decimos una cosa, mientras hacemos otra, excusándonos, tal vez, en la insignificancia de nuestros actos, en la poca notoriedad que tenemos o nuestra modestia económica.

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Lucas 6,36-38 – no condenen

No condenen

No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

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Lucas 6,36-38 no condenen

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Reflexión: Lucas 6,36-38

El Señor pone al desnudo tal vez una de nuestras más grandes debilidades: el chisme. Somos muy propensos a hablar mal de los demás, a criticar e incluso condenar a los demás. Con mucha liviandad juzgamos a nuestros hermanos, reprochando y aun condenando lo que hacen. Siempre nos resulta más fácil y cómodo ver la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga que tenemos en el nuestro.

Es cuestión de actitud. El Señor ahora nos lo recuerda. ¡No hagamos un hábito de esta mala práctica, que solo causa daño, creando un clima de animadversión! Debemos evitar por todos los medios hablar demás y mucho menos de nuestros hermanos. Y cuando decimos hermanos, nos estamos refiriendo al prójimo en general.

Debemos mordernos la lengua antes de criticar a nadie. Propongámonos ser positivos y constructivos siempre. ¡Es difícil! Desde luego; mucho más cuanto nos hemos hecho el hábito de mal hablar. ¡Cuánto daño hace la maledicencia! Sin embargo cuanto la promovemos. Los programas de mayor sintonía en radio y televisión están dedicados a fomentar este vicio.

Somos morbosos y no podemos contener nuestra curiosidad por lo frívolo y grotesco. Por eso es preciso que tomemos conciencia de este comportamiento y en vez de negarlo, tracemos una estrategia para combatirlo. Siempre será más fácil criticar y destruir. ¿Qué tal si nos empeñamos en encontrar el lado bueno o por lo menos la perspectiva aquella desde la cual podríamos edificar a partir de los errores que percibimos?

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Mateo 17,1-9 – brillante como el sol

Brillante como el sol

Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

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Mateo 17,1-9 brillante como el sol

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Reflexión: Mateo 17,1-9

Estaba tentado en empezar esta reflexión destacándola como algo excepcional. Pero lo cierto es que todo lo que rodea a Jesús es excepcional. Tenemos un episodio tras otro en el que Jesucristo se manifiesta en forma evidente y expresa como el Hijo de Dios que Él quiere que reconozcamos.

En esta oportunidad escogió solo a tres de sus discípulos, tal vez los más cercanos, aquellos que podían entender mejor, grabar en sus corazones lo que iban a presenciar y luego transmitirlo. Jesús tendría sus razones para no mostrar a todos lo que estos iban a ver. Pero lo que realmente importa es que este testimonio ha llegado hasta nosotros, tal como el mismo Señor pidió a estos discípulos.

Se trata de un Misterio que se nos va revelando poco a poco, tal vez porque no hubiéramos podido entenderlo todo de golpe. Es preciso ir avanzando paulatinamente. ¿Quién podría decir que gesto o qué manifestación fue la más importante?¿Quién podría prescindir de determinadas señales y agregar otras? Solo Dios.

No son pocas las manifestaciones extraordinarias de la Divinidad de Cristo. Se tomó todo el tiempo que juzgó necesario, en diversidad de circunstancias a lo largo de su vida entre nosotros. Sin embargo ya varios siglos antes se anunció su venida con signos y señales igualmente admirables. Y desde entonces no ha cesado de manifestarse de uno u otro modo entre nosotros.

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Mateo 5,43-48 sean perfectos

Sean perfectos

Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial.

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Mateo 5,43-48 sean perfectos

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Reflexión: Mateo 5,43-48

Qué lección tan grande nos da hoy el Señor. Se nos hace difícil entenderla, porque siempre preferimos quedarnos en la periferia de Su Palabra. ¡Es tanto lo que espera de nosotros, que nos da miedo y nos evadimos! Como frente a la inmensidad del océano, preferimos quedarnos en la orilla.

Cuántas veces reducimos todo a ser buenos. Cuántas veces hablamos de dar, e implicamos que hay que dar de aquello que nos sobra. Cuántas veces hablamos de ayudar y casi siempre implicamos un pequeño esfuerzo en algún sentido, pero sin llegar de verdad a comprometernos con nada, ni con nadie. El Señor espera más; mucho más.

No basta con hacer aquello que cualquier hombre “bueno” haría. El Señor no se contenta con los estereotipos de “bondad” que hemos establecido, en los que el “bueno” en realidad ni se compromete, ni se implica. El Señor quiere que vayamos más allá.

Hoy, mientras participaba en la Eucaristía recordé que en ese templo siempre antes de comenzar la Misa el Sacristán da el siguiente aviso: tengan cuidado con sus objetos personales; no se descuiden. Lo que hacía que todo el mundo ande pendiente de sus sacos, carteras y demás.

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Mateo 5,20-26 – no entrarán en el Reino de los Cielos

No entrarán en el Reino de los Cielos

Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.

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Mateo 5,20-26 no entrarán en el Reino de los Cielos

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Reflexión: Mateo 5,20-26

¿Qué puede ser peor? Nuestro propósito, la razón de nuestras vidas si se quiere, es hacer los méritos suficientes para entrar en el Reino de los Cielos. La vida habrá o no valido la pena en función de este objetivo. Porque, ¿de qué nos sirve tener riqueza, poder, fama y todo lo que pudiéramos desear e imaginar en este mundo si finalmente no alcanzamos la Vida Eterna?

Si la Vida es el Don más preciado que hemos recibido de manos de Dios, el Don sobre todo Don, porque sin él nada tendría sentido, nada tendría importancia, ¿qué podemos decir de la Vida Eterna? ¿Qué otra cosa es entrar en el Reino de los Cielos, sino alcanzar la Vida Eterna? Todos tenemos la posibilidad de alcanzar esta meta, porque así lo ha querido Dios.

Sin embargo hay una condición que depende única y exclusivamente de nosotros. Una condición que ha de cumplirse para que alcancemos el fin para el cual fuimos creado por Dios. Recordemos que Dios nos creó por amor, para que seamos felices y vivamos eternamente. Él nos ama tanto, que ha puesto todo en nuestras manos.

Sin embargo, hay una condición. Y alguien dirá, sin detenerse a reflexionar y sin haber entendido completamente este mensaje. ¿Por qué Dios nos pone condiciones? Y no solamente eso, sino que se revelará y renegará contra Dios, argumentando que si Él nos creó por amor, no tendría por qué habernos puesto exigencias y condiciones. Y parecerá razonable su argumento, tantos que muchos lo seguirán.

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Mateo 7,7-12 – la Ley y los Profetas

La Ley y los Profetas

Por tanto, todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.

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Mateo 7,7-12 la Ley y los Profetas

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Reflexión: Mateo 7,7-12

Nos proponemos reflexionar sobre un texto que de entrada nos parece difícil. El Señor define lo que aquí nos revela como “la Ley y los Profetas”. Pero esta es la segunda vez que usa esta definición en todo el Nuevo Testamento. Antes lo hizo con la reducción de todo a dos mandamientos: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

¿Qué semejanza puede haber entre ambos textos? Esto es lo que nos intriga y reta. Sabemos que el Señor usa las palabras adecuadas en cada ocasión y que no improvisa, ni se equivoca. Entonces, ¿qué puede haber de semejante en ambas situaciones?

El Señor está esquematizando; está resumiendo. Le interesa mucho que le entendamos y que no andemos teorizando, ni especulando. Es como si quisiera decirnos que la Verdad, el “secreto de la existencia” es algo muy simple. No está reservado tan sólo para eruditos, sino que cualquiera puede alcanzarlos si tiene en cuenta este par de afirmaciones.

Nos centraremos en la que hoy nos propone. El Señor nos habla de pedir. De pedir y pedir incansablemente, sin tregua. ¿A quién? A nuestro Padre Dios. El pedir implica esperar. Pedimos para obtener algo. La invitación a pedir insistentemente es para que no decaigamos hasta no obtenerlo. ¿Y por qué habremos de obtenerlo? Porque Dios es nuestro Padre y como cualquier padre, no dejará de dar a sus hijos lo que le piden.

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Lucas 11,29-32 – generación malvada

Generación malvada

Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás.

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Lucas 11,29-32 generación malvada

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Reflexión: Lucas 11,29-32

El Señor usa un calificativo muy duro, lo que no es usual en su forma de expresarse hacia nosotros. Nos tilda de “generación malvada”. ¿Por qué? Porque nos hemos encaprichado en no querer admitir quien es Él. En reconocer la manifestación de Dios en nuestras vidas.

Hay mucha necedad de nuestra parte. Nos hemos empecinado en negarlo. En taparnos ojos y oídos para no verlo ni oírlo. Y, sin embargo el Señor nos ha hablado muy claro y fuerte. ¿Por qué no reaccionamos? Nos dejamos llevar por la desidia y la pereza. No queremos incomodarnos, ni comprometernos.

Tal vez por engreimiento, puesto que algunos hemos recibido inmerecidamente tanto, que no llegamos a percibir que todo esto es pasajero y que no debemos acomodarnos, ni conformarnos, por tanto, sino que debemos ponerlo todo en juego para alcanzar el bien mayor.

Al no tomar en cuenta a Jesús, por encontrarlo tal vez insuficiente, deambulamos en espera de una manifestación más contundente que nos fuerce a cambiar. Esperamos una manifestación de Dios enérgica, más obvia y evidente para todos que haga inobjetable la necesidad de seguir al Señor.

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Mateo 6,7-15 – hágase tu Voluntad

Hágase tu Voluntad

…venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.

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Mateo 6,7-15 hágase tu Voluntad

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Reflexión: Mateo 6,7-15

Quizá no haya nada tan importante en nuestras vidas como aprender a orar. No priorizamos adecuadamente esta urgencia. Muchos nos pasamos dando vueltas a la oración con el propósito de algún día tal vez darnos el tiempo suficiente para aprender a orar.

Otros creemos que orar es repetir continuamente frases como: ayúdame Señor; ten piedad; ven en mi auxilio; no permitas que me equivoque; ilumina mis pasos; te compasión; ten misericordia; acuérdate de mí y un largo etcétera. Todas estas frases las repetimos en cualquier lugar y en cualquier momento.

Otros hablan con Dios como si fuera otra persona como nosotros, un amigo, uno de nuestros padres. Le van comentando todo lo que hacen o pidiendo a cada paso su ayuda para alcanzar sus propósitos y coronar con éxito sus planes.

No somos nadie para decir cuál es la forma correcta de orar, mucho menos después que Cristo mismo nos enseña a orar. Nuestra participación debe limitarse a decir que hagamos lo que el Señor nos dice. ¿Qué mejor consejo?

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