La esperanza cristiana

Catequesis del Papa Francisco sobre la esperanza en la audiencia del 17 de mayo de 2017

El papa Francisco prosiguió con la serie de catequesis sobre la virtud de la esperanza. Este miércoles la centró en la figura de María Magdalena, relacionándola con el tiempo pascual.

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los ungüentos perfumados. La primera que llega es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.

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Pidan lo que quieran

Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.

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Juan 15,1-8 pidan lo que quieran

Juan – Capítulo 15

Reflexión: Juan 15,1-8

Tenemos entre manos un poder que no alcanzamos a imaginar. No tiene límites. Y andamos pensando en varitas mágicas, en super héroes, en genios o lo que es peor, en dinero. Vamos deseando tantas cosas, tantas circunstancias y no somos capaces de ver lo que el Señor ha puesto en nuestras manos. No es solamente que nosotros podamos querer algo, sino que Dios Padre quiere que demos mucho fruto. Más aun, el Señor recibe Gloria si damos fruto y somos discípulos seguidores de Jesucristo.

Todos queremos dar frutos, todos queremos ver que nuestra vida y nuestros esfuerzos han valido la pena. Nos empeñamos y esforzamos por esto. Sin embargo, habría que preguntarnos, si lo que nos hemos propuesto, si los frutos que con tanto sacrificio y esfuerzo queremos lograr valen en realidad la pena. ¿Cómo saberlo? El análisis es muy sencillo en realidad. La respuesta exige honestidad y sinceridad. Tenemos que preguntarnos: ¿Son estos los frutos que Dios quiere? Si no lo son, no valen la pena. ¿Por qué? Porque habiendo tantas vides, solo hay una verdadera y es Jesucristo.

Que Jesucristo sea la vid verdadera es una revelación de la cual debemos tomar nota. Quiere decir no hay otra vid que valga la pena, porque son sólo los frutos de esta vid los que importan, los que cuentan para Dios. Si ya lo sabemos, lo que tenemos que hacer es prendernos de sus ramas, como un injerto, para así asegurarnos de dar los frutos que espera el Padre. Entonces nuestro fruto será preciado y abundante, porque estaremos unidos a Cristo, la vid verdadera.

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