¡Qué paradoja! Así somos a veces los humanos. Preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer. Nos resistimos al cambio y nos da temor perder estabilidad, privilegios y el bienestar al que estamos acostumbrados.
No queremos cambios, por más mínimos que estos pudieran ser. ¿Qué ocurre si luego no nos gusta? ¿Podremos recuperar lo que invertimos? Nadie da puntada sin nudo, así que si no se percibe el inmediato beneficio, seguramente desistiremos del cambio.
Las palabras que el Señor dirige a Tomás deben resonar en nuestras mentes y corazones como dichas a nosotros, porque muchas veces caemos en una incredulidad práctica. ¿Qué quiere decir esto? Que decimos creer, pero nuestra fe no se manifiesta en obras.
Y, ya sabemos lo que se dice de una fe sin obras: es una fe muerta. No sirve para nada decir e incluso jurar que creemos, si con nuestras obras no damos testimonio de esta fe, todo lo que digamos no sirve de nada.
Solo podemos observar impaciencia y premura en estas palabras. No hay tiempo para detenerse en actividades que no tienen la capacidad de cambiar la suerte de los miles de hermanos que se habrán de perder si no actuamos.
El Señor ha dejado en nuestras manos la responsabilidad de la Salvación de nuestros hermanos. Nosotros estamos aquí para eso. Esto es lo que debemos entender. No se trata de salvar nuestras almas solamente. Tenemos una responsabilidad comunitaria.
“Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.”
Domingo 13ro del Tiempo Ordinario | 01 de Julio del 2018 | Por Miguel Damiani
El evangelio de hoy nos narra dos curaciones milagrosas realizadas por el Señor en distintas circunstancias y a personas muy distintas. Detengámonos a reflexionar en ellas, para recoger algunos rasgos de Su Divinidad que podrían iluminar nuestra fe.
Es interesante observar cómo mientras Jesús se dirige a curar a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, es decir, un personaje sumamente importante en aquella región, una mujer modesta e insignificante, por lo que se ve, queda también curada.