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Reflexiones del Evangelio de San Juan

Juan 13,16-20 – dichosos serán si lo cumplen

Dichosos serán si lo cumplen

En verdad, en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos serán si lo cumplen.

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Juan 13,16-20 dichosos serán si lo cumplen

Juan – Capítulo 13

Reflexión: Juan 13,16-20

Hay una íntima comunidad de amor entre el Padre y el Hijo, al igual que lo debe haber entre el Hijo y a quien Él envía. El amor y la misma Misión nos hacen misteriosamente uno, porque así lo ha dispuesto Dios. No se trata entonces de declaraciones verbales, ni de poesía, ni de pensamientos o intenciones. La unión es más profunda que eso y determina comunidad en la acción, esto quiere decir que todos siendo parte de la misma obra somos iguales.

Así lo ha dispuesto el Señor. La mejor forma de agradecer y bendecir es acoger la Palabra de Dios y hacer lo que nos manda. Es una promesa y al mismo tiempo un misterio tan grande el que nos revela el Señor, que bien vale la pena detenernos en Él para tratar de interiorizarlo y hacerlo nuestro. Seremos dichosos si cumplimos. ¿Qué es lo que tenemos que cumplir? La Voluntad de Dios, es decir, aquello que se nos ha encomendado.

¿Qué nos une con Jesús? Que Él como nosotros, hemos sido enviados. Él fue enviado por el Padre y nosotros por Cristo. El envío es con un mismo propósito. Hay un propósito común en el envío que hace Dios Padre a Jesucristo, y en el que Jesucristo nos hace a nosotros. Ambos hemos sido enviados. Siendo Jesucristo Hijo de Dios y fiel hasta el extremo, nos transmite el envío del Padre tal como lo recibió y nos manda hacer lo mismo. Jesucristo nos ha traído una Buena Nueva; nosotros –como enviado de Cristo-, tenemos que hacer exactamente lo mismo.

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Juan 12,44-50 – su mandato es vida eterna

Su mandato es vida eterna

…yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna.

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Juan 12,44-50 su mandato es vida eterna

Juan – Capítulo 12 – de nuevo le glorificaré

Reflexión: Juan 12,44-50

La Palabra del Señor contiene una riqueza y una sabiduría incomparables. Juan el evangelista, cuyo texto ha escogido hoy la Iglesia nos presenta esta Palabra de un modo extraordinario, dificultándonos la selección de una frase o un solo versículo para centrar nuestra reflexión. Sin embargo y sin descartar nada queremos quedarnos con la idea de aquello que Dios Padre pone a nuestro alcance: la Vida Eterna. Pero agrega “Su mandato…” Quiere decir que el que hace lo que Dios Padre nos manda, alcanza la Vida Eterna. Su mandato ES Vida Eterna. Vida Eterna para quien lo cumple. Así Él lo ha dispuesto y así será. ¿Creemos o no? Si creemos, lo lógico será que cumplamos y si cumplimos la alcanzaremos.

Esta es la Buena Noticia. Esto es lo que todo el mundo debe saber. Esta es la Puerta. Este es el Camino. Si lo seguimos, ya sabemos a dónde nos conduce. La promesa está ahí, al alcance de todo aquel que la quiera alcanzar. Y este mensaje tiene que ver con Jesucristo, porque es Él quien nos lo trae, quien nos lo da a conocer claramente. Esa es Su Misión. Desde esta perspectiva podemos entender Su afirmación, que Él no juzga, porque no ha venido a juzgar al mundo, sino a Salvarlo. Esto es lo que debemos entender para no dejarnos confundir. Jesucristo ha venido enviado por el Padre a Salvarnos, no a juzgarnos y mucho menos a condenarnos. ¡La noticia es excelente! ¡Ha de ser la mejor noticia que podríamos oír! ¡Esta es la Buena Nueva!

¿Quiere decir que nadie se pierde, que nadie se condena? ¡No! Quiere decir que hay que hacer lo que Dios nos manda, porque en el cumplimiento de este mandato está la Vida Eterna. ¿Quiere decir que quien no cumple Su mandato se condena y se pierde? ¡Sí! ¿Por qué? Porque es necedad no hacer lo que uno debe hacer. Si estás dando una prueba de matemáticas, en lo que eres malo y viene Einstein y te dice cómo hacerlo, ¿te negarías a hacer lo que te manda? Si lo haces, es decir si te niegas a aceptar su consejo, ¿no serías un necio? Y si entonces desapruebas el examen ¿de quién sería la culpa? Solamente tuya ¿no es verdad?

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Juan 10,22-30 – Yo y el Padre somos uno

Yo y el Padre somos uno

El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

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Juan 10,22-30 Yo y el Padre somos uno

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,22-30

Jesucristo ha venido a salvarnos. Todo lo que hace es únicamente para que le creamos. Para suscitar nuestra fe. ¿Por qué es importante créele? Porque nos está pidiendo que le sigamos, lo que implica un cambio de vida. ¿Pero cómo habremos de hacerlo si no le creemos? Vivir según la premura que exigen los tiempos demanda fe. De otro modo ¿por qué inquietarnos? ¿por qué dejar la comodidad? ¿por qué sacrificarnos?

Y es que el seguimiento de Cristo exige caminar cuesta arriba, cargando con todo lo que somos y atrayendo a nuestros hermanos. El que cree, se esfuerza por vivir hoy plenamente, es decir, como si fuera su último día. Pero, cuidado ahí, que más de uno interpretamos estas palabras como complacernos y gozar de todo. No es eso a lo que nos llama el Señor, lo que no quiere decir que debamos rechazar la alegría o el placer. Nada más equívoco.

Nosotros somos portadores de una Buena Nueva, de una Buena Noticia, de hecho, de la mejor noticia que alguien podría haber recibido. ¿Cómo vamos a darla con cara compungida, triste o amargada? ¡Jamás! Esta noticia es de tal magnitud, que no podemos esperar transmitirla, que no escatimaremos esfuerzos por llevarla inmediatamente, empezando por quienes tenemos más cerca, pero siguiendo con toda la humanidad.

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Juan 10,11-18 – doy mi vida por las ovejas

Doy mi vida por las ovejas

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

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Juan 10,11-18 doy mi vida por las ovejas

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,11-18

Jesucristo no nos revela nada descabellado, nada que tengamos que aceptar contra la lógica y el buen proceder o la buena conducta humana. Y es que Dios no es contrario a nuestra naturaleza y en ella subyace Su Voluntad que resuena en nuestras conciencias como un mandato. Esto quiere decir que no está velado para nuestra inteligencia conocer lo que debemos hacer en cada ocasión, ajustándonos a la verdad, es decir, al propósito de todo lo creado.

Es lógico que esto sea así, porque nosotros procedemos de Dios. Él es nuestro creador. Es cierto que –al menos teóricamente y según nuestra imaginación y pobre capacidad intelectual-, podría tratarse de un Dios caprichoso, que buscara esclavizarnos o hacernos sufrir. Pero cualquier visión tremendista y abusiva no se condice con la Creación, ni los sentimientos, pensamientos y aspiraciones que de modo natural brotan de nuestras almas y corazones.

Si somos capaces de maldades indescriptibles, también es cierto que resaltamos la bondad, la belleza, lo sublime, lo noble, el bien común, la verdad, la paz, la justicia y el amor. Sabemos distinguir entre el Bien y el Mal. Y aunque hay individuos e incluso colectividades que han sido cegadas por el egoísmo y la maldad, estas han sido rápidamente señaladas y condenadas por todos los pueblos como indignas representantes del ser humano.

Así, el Dios que nos presenta la Biblia y más concretamente el que nos presenta el Nuevo Testamento, no solamente coincide con nuestras más nobles aspiraciones sino que las lleva a otro nivel, enseñándonos el Camino para alcanzar la plenitud que todos anhelamos y que por momentos nos parece esquiva. Si algo nos revela Jesucristo es precisamente que todo obedece a un Plan minuciosamente trazado por Dios, nuestro Padre y Creador, para que seamos felices y vivamos eternamente.

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Juan 10,1-10 – Yo he venido para que tengan vida

Yo he venido para que tengan vida

Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

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Juan 10,1-10 Yo he venido para que tengan vida

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,1-10

¿A qué podemos temer? El Señor nos invita a creer en Él y seguirlo. ¿Será que el Señor es un desconocido? ¿Es que hay en Él atributos únicos, ajenos a nosotros que harían comprensibles nuestras dudas y sospechas? ¿Será que podríamos argumentar que todo lo que hizo fue posible porque tenía poderes especiales y privilegios derivados de su condición divina? ¿Es que el Señor se valió de Su condición Divina como escudo o como privilegio para merecer cierto trato especial?

Veamos. Por muy poco que sepamos de Jesús, habremos oído que nació en Belén, en un establo, entre animales domésticos, huyendo de Herodes que mandó matarlo. Sabremos que pertenecía a una familia judía, de la estirpe de David, de Noé, de Moisés y de Abraham, que sin embargo no por eso nació en “cuna de oro”, sino que sus padres eran de condición muy humilde. Su madre, María, era una muchachita virgen, desposada con José, un carpintero.

Vivió y creció en el seno de una familia del pueblo, muy modesta, tal como el común denominador de las gentes. No fue objeto de ningún privilegio, salvo el reconocimiento de los Reyes Magos y de las profecías que hablan de él constantemente, como el Mesías esperado. Juan el Bautista, su primo, también lo reconoce y señala como el que tenía que venir. Pero salvo por estos pocos episodios registrados en los Evangelios, Jesucristo es semejante a cualquiera de nosotros. Por lo tanto se diría que es de los nuestros. No es ningún salteador, ningún arribista que entra por la ventana. Él es parte de nosotros, de nuestra historia. Es un hombre como cualquiera de nosotros.

Sin embargo hay ciertas situaciones que lo marcan y permiten señalarlo de un modo singular: es hijo de una mujer virgen, que además dice haberlo concebido por intervención Divina del Espíritu Santo, como había sido profetizado siglos antes. En Su corta vida pública nos sorprende con una serie de milagros, arrancados a Su Infinita Misericordia que nos dejan ver Su infinito amor, pero además, su Poder Divino.

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Juan 6,52-59 – yo le resucitaré el último día

Yo le resucitaré el último día

si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.

Juan 6,52-59 – yo le resucitaré el último día
Juan 6,52-59 – yo le resucitaré el último día

Juan – Capítulo 06 – Yo soy el pan de la vida

Reflexión: Juan 6,52-59

Esta es una lectura muy bella y encierra la mejor promesa de amor que Jesucristo, Hijo de Dios, podía habernos hecho. Su vida entera, todo cuanto hizo finalmente estuvo dirigido a que creamos en estas palabras. Tendremos vida eterna. Seremos resucitados por Jesucristo el último día. ¡Qué puede haber más importante, llamativo, consolador, esperanzador, motivador, reconfortante y dulce que saber que todo cuanto pudiéramos haber hecho, cualquier sacrificio, padecimiento o dolor finalmente será recompensado con creces cuando seamos resucitados por Jesucristo el último día!

Claro, es preciso creer para ver con los ojos del corazón y del espíritu aquel esplendoroso día, en que la alegría no tendrá fin. Finalmente veremos todo en su debida dimensión, en sus colores intensos y vivos, con total trasparencia y belleza. Los aromas serán excelsos. Todos nuestros sentidos, desde el oído, pasando por la vista, el tacto, el gusto y el olfato serán exaltados. Nuestra mente, nuestra alma, todo nuestro ser rebozará de una alegría sin fin, más alta, más profunda, más ancha, más colorida, más emotiva, que el mayor éxtasis que pudiéramos haber alcanzado en esta vida. Lo que el Señor nos promete no es poca cosa. No podríamos alcanzarlo ni con todo el oro, ni con toda la ciencia del mundo. Es algo que está más allá. Es aquello que termina por dar sentido a nuestras vidas.

Sin Cristo, sin la realización de sus promesas, por más éxitos que pudiéramos alcanzar en esta vida, ella carecerá de sentido. Y es que nada en este mundo se compara al cielo que nos tiene prometido. ¿Y, quien es Jesucristo para ofrecernos tal fin, tal propósito, tal razón de la existencia? Jesucristo es el Hijo de Dios vivo, enviado por nuestro Padre Dios y creador del Universo precisamente para recordarnos que este es el propósito de nuestras vidas, que para eso hemos sido creados por Dios, que así lo hizo por AMOR. Por AMOR nos creó y nos destinó a vivir eternamente, en plenitud y felicidad.

¿Qué quiere decir que nos creó por amor? Quiere decir que nos creó incondicionalmente, que no hubo mérito alguno en nosotros para que nos diera el inapreciable Don de la Vida. Que nos lo dio por Gracia Divina, es decir Gratuitamente, sin esperar nada a cambio, porque además, nos sería imposible dar a cambio nada que alcance si quiera la enésima parte de su valor. Nos la dio porque su Misericordia es Infinita, porque Su amor no tiene parangón, sin esperar nada, sin condiciones. Este es el mayor ejemplo de amor que hemos recibido. Dios nos creó para que fuéramos felices y vivamos eternamente. Nos dio todo lo necesario para alcanzarlo.

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Juan 14,6-14 – Nadie va al Padre sino por mí

Nadie va al Padre sino por mí

Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto.»

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Nadie va al Padre sino por mí

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,6-14

Somos peregrinos. Estamos en este mundo en una peregrinación que terminará en los brazos de nuestro Padre Creador. ¿Por qué? Pues porque Dios, en su infinita misericordia así lo ha dispuesto. Empecemos por el comienzo. Dios nos ha creado por amor. ¿Qué quiere decir esto? Que no tenía por qué ni para qué crearnos. Dicho de otro modo, podríamos no haber sido jamás. Si tenemos vida es porque Él lo ha querido. ¿No es la vida un Don maravilloso? Es seguro que la mayoría estaremos de acuerdo en ello. Nadie en sus cabales renunciaría a su vida, así porque sí.

Estaremos de acuerdo en que la vida es un Don o si se prefiere un obsequio precioso, porque, además de ser bella, ni la pedimos, ni la merecíamos. Se nos dio como ejercicio de la libérima Voluntad de Dios. Él así lo quiso. Nadie lo forzó, ni obligo. Tampoco hay ningún merecimiento de por medio. Él nos la ha querido dar GRATUITAMENTE. A un gesto de tal magnitud, desinterés y magnanimidad, no podemos reconocerlo de otro modo que como AMOR. Es este, pues, el mayor y mejor ejemplo de amor.

Siendo un Don incondicional, Dios ha querido que hagamos uso del mismo con absoluta libertad. Así, poder disponer de él libremente lo hace más valioso aún. Por lo tanto, ni hicimos nada para merecerlo, ni estamos obligados de ninguna manera con Dios por habérnoslo otorgado. La Vida, un Don incuantificable, que no podría ser adquirida por la mayor riqueza del mundo, la tenemos por Gracia Divina. Esta vida única e irrepetible nos hace infinitamente ricos, puesto que no hay nada que podríamos dar a cambio y sin embargo tenemos absoluta libertad para disponer de ella como queramos.

Pero, no estamos solos en el universo. Dios ha creado todos los demás seres animados e inanimados y los ha puesto a nuestra disposición y servicio, para que usándolos conforme al propósito para el que fueron creados, haciendo uso de nuestra libertad, voluntad e inteligencia, nos valgamos de todo ello como corresponde. No depredándolos para que se reproduzcan y asegurar su subsistencia, por ejemplo. No abusando, ni cambiando el propósito para el cual fueron creados, el que fácilmente podemos determinar gracias a nuestra inteligencia.

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Juan 12,31-36 – Ahora es el juicio

Ahora es el juicio

Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.

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Juan 12,31-36 – Ahora es el juicio

Juan – Capítulo 12 – de nuevo le glorificaré

Reflexión: Juan 12,31-36

Esta forma de ver el mundo que nos enseña Jesús es la que debemos asumir, porque es la correcta. No hay más vueltas que dar a las cosas. Hoy, ahora es el juicio. No mañana, ni dentro de un año, ni cuando estés preparado, sino AHORA. Pensar así tiene que llevarnos a vivir la vida, a vivir cada segundo con otra actitud, reconociendo que el tiempo ya está agotado y que lo que pudimos hacer, hecho está y lo que no, pues no. Es poco o nada lo que podemos cambiar del pasado, pero podríamos aprovechar el próximo segundo demás para pedir perdón, para rectificar o empezar a hacer lo correcto.

Si ya no hay más tiempo, ¿cuál otra puede ser nuestra actitud? Vivamos este último segundo plenamente haciendo la Voluntad de Dios. ¡Eso es! No perdamos nuestro tiempo en lamentaciones ni quejas. ¡Hagamos el Bien AHORA! Si nunca antes lo hicimos, ahora es tiempo de empezar, a partir de este momento, a partir de este segundo y de aquí en adelante, en el tiempo que quede. El Balance ya está hecho y la pesa está inclinada a uno u otro lado, sin embargo, observemos que todavía es de día, es decir, todavía tenemos vida, y mientras hay vida hay esperanza. ¡Obremos bien, mientras todavía hay luz!

¿Y, qué pasará con todo lo malo, con el daño que hicimos? Eso pertenece al ayer, al antes, al momento anterior al presente. ¡Pidamos perdón y rectifiquémonos de aquí en adelante! ¡Cambiemos ahora que todavía hay luz, ahora que todavía hay vida, ahora que es de día! Cuando llegue la oscuridad, cuando llegue la noche, cuando llegue la muerte, será imposible. Es hoy, ahora o no será nunca. El Señor nos está dando esta oportunidad. No nos está preguntando por lo que hemos hecho, bueno o malo, nos está demandando una respuesta ahora. Demos la respuesta correcta.

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