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Reflexiones del Evangelio de San Juan

Juan 6,30-35 – Yo soy el pan de la vida

Yo soy el pan de la vida

Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

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Juan 6,30-35 Yo soy el pan de la vida

Juan – Capítulo 06 – Yo soy el pan de la vida

Reflexión: Juan 6,30-35

Las palabras del Señor, sus expresiones son desconcertantes seguramente para quien busca respuestas literales y pretende tomar sus palabras por el cambiante significado que vamos dándole según la moda y el tiempo en que vivimos. El que en verdad no lo sigue, no ha logrado entender aquello de “hay que nacer de nuevo” o “mi reino no es de este mundo”, por lo tanto las expresiones de Jesús le serán ajenas y carentes de significado.

El Señor no es un comodín, tampoco una moda, mucho menos un filósofo de la modernidad que se acomoda a la visión individualista e intimista de la vida. El Señor es el centro de la Historia de la Salvación, que tiene sus raíces en el génesis de la humanidad y atravesándola toda, la acompañará hasta su destino final, señalado por nuestro Padre Creador. Así, Jesucristo está íntimamente ligado a nuestro principio y fin, acompañándonos, primero como esperanza y promesa y luego como una realidad visible que anticipa las primicias del Reino de los Cielos para quien puede verlo con los ojos de la fe.

Se precisa, entonces, adquirir esta mirada especial a partir de la fe, para entender su lenguaje y su mensaje de Salvación. Y es que por más compleja y diversa que nos parezca la historia de la humanidad, ella está entroncada por un mismo origen y un mismo destino, marcado por Dios Padre, nuestro Creador. Él nos creó por amor para que vivamos eternamente, alcanzando la felicidad y la plenitud. Nuestro origen y fin están así enunciados y solo pueden comprenderse bajo la perspectiva de un Dios que es Infinitamente misericordioso. Que nos amó antes de crearnos, que nos creó por amor y para el amor, que por lo tanto no descansará hasta no ver que alcanzamos la plenitud para la cual fuimos creados, porque ella nos dará felicidad y no hay nada que quiera más nuestro Creador que vernos felices viviendo eternamente.

Todo esto nos ha sido revelado por Jesucristo y está contenido en los Evangelios, que nos traen esta Buena Noticia. Es precisamente en este contexto que Jesucristo nos dice que Él es el Pan de Dios que baja del Cielo para dar vida al mundo. Debemos comer y beber de este pan para vivir eternamente. ¿Cómo lo haremos? Comulgando con lo que Él nos revela. Haciéndonos uno con Él en este pensamiento, sentimiento y modo de vida. Porque, finalmente, lo que el Señor proclama es el amor. Hemos de vivir amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

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Juan 6,16-21 – tuvieron miedo

Tuvieron miedo

…ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No teman.»

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Juan 6,16-21 tuvieron miedo

Juan – Capítulo 06 – Yo soy el pan de la vida

Reflexión: Juan 6,16-21

Dios es inabarcable para nosotros. Es materialmente imposible que lleguemos a contener a Dios en toda su amplitud y grandeza. Es lógico. Es como tratar de meter el océano en una vasija, por más grande que esta sea. Podemos aproximarnos con la imaginación o con la intuición, pero nunca, en ningún aspecto lograremos abarcarlo por completo. Esto es así. No puede haber discusión a este respecto. ¡Dios es Infinito! Sin importar el aspecto o atributo que escojamos para medirlo. Y esta grandeza, al constatar nuestra pequeñez, da miedo.

Por eso, aun cuando muchas veces pedimos su compañía, pedimos verlo o como nos gusta hacer, pedimos que nos lleve en un viaje sideral intergaláctico y atemporal, no lo conseguiremos, no nos lo concederá. Desde luego se trata de algo irracional; de una licencia que nos tomamos sabiendo en el fondo que no lo hará. ¿Imaginemos por un momento que Dios nos prestara atención e hiciera lo que le pedimos? Estamos seguros que no lo soportaríamos. No estamos preparados. Claro que para Dios no hay nada imposible y Él vería de resolver cualquier incompatibilidad, sin embargo, es obvio que el Señor no se está ocupando de estas excentricidades.

Hay otras prioridades que atender. Además, no se trata de hacer nuestros caprichos y responder a las absurdas pruebas que podríamos estar tentados a imponerle. Dios está a nuestro servicio porque Él así lo ha querido, pero no del modo en que algunos imaginamos. No se trata de un Genio al que controlamos con el chasquido de nuestros dedos. Él es el Autor del Universo y todo corresponde a un Plan cuidadosamente trazado, al que debemos ajustarnos, si queremos. Si, pues, así le ha parecido bien a Dios. Nos ha creado por amor con el propósito que seamos felices y vivamos eternamente, pero alcanzarlo depende de nuestra voluntad.

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Juan 6,1-15 – Este es verdaderamente el profeta

Este es verdaderamente el profeta

Al ver la gente la señal que había realizado, decía: Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.

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Juan 6,1-15 Este es verdaderamente el profeta

Juan – Capítulo 06 – Yo soy el pan de la vida

Reflexión: Juan 6,1-15

Los milagros tienen esta propiedad de dejarnos pasmados. Primero los pedimos desesperadamente, porque así es como pedimos cuando el asunto es de vida o muerte; cuando nos encontramos arrinconados, entre la espada y la pared; cuando no tenemos más alternativa y llegamos a la convicción que solo un milagro podría salvarnos. Aunque parezca mentira ello es más frecuente de lo que somos capaces de admitir.

Luego cuando finalmente ocurre el milagro, tendemos a minimizarlo, No falta quien nos hace ver que se trata de una casualidad, que los hechos no son como los recordamos, o que tal vez hay una variable que no estamos considerando. Así, muy pronto volvemos a nuestra rutina y empezamos a vivir con aquel milagro, que conforme pasa el tiempo, vamos minimizado, hasta que llega un momento que lo echamos completamente al olvido.

Sin embargo, los milagros existen y son obras de Dios, que de un modo muy evidente deja ver su presencia entre nosotros, tal como nos lo ofreció antes de ascender al Cielo. Eso es lo que ocurre y se narra en este pasaje. El Señor participa de un modo asombroso y determinante en esta situación. Todos los presentes son testigos de algo excepcional. ¿Cuántos lo recordarán después de unos días? ¿Cuántos cambiaran sus vidas a raíz de este encuentro sobrenatural con el poder de Dios?

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Juan 3,16-21 – tanto amó Dios al mundo

Tanto amó Dios al mundo

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

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Juan 3,16-21 tanto amó Dios al mundo

Juan – Capítulo 03

Reflexión: Juan 3,16-21

¿Qué es lo que tenemos que hacer? Creer. Así de simple; eso es todo. Por lo menos es muy fácil de recordar, no es verdad? No es tan complicado. No tenemos que consultar libros, ni hacer grandes estudios. No importa la profesión, la raza, el sexo, la nacionalidad…Solo debemos creer. Eso es todo lo que nos pide el Señor. ¿Por qué? Porque así ha sido dispuesto por Dios. ¿Por qué? Por amor.

La idea es en verdad muy simple. No podía ser de otro modo, viniendo de Dios, nuestro Creador, Infinitamente Misericordioso. Pensemos por un momento en los navegantes de hace 2 o 3 siglos, cuando no habían tantos equipos electrónicos de orientación. Aunque ya hubiera brújula y sextante, una vez que los barcos divisaban un faro, no tenían nada más que enfilarse al mismo para alcanzar tierra. De eso estaban seguros y nadie hubiera podido imaginar que aquello fuera una trampa, pues conforme a nuestro código de comportamiento universal, basado en la “buena fe”, estábamos llamados a creer que aquella luz nos guiaba a un puerto seguro.

Es exactamente lo mismo que hace Dios por y para nosotros. Nos envía a Su Único Hijo, a Su Primogénito, para que siendo elevado en un punto en el que todos podamos ver Su luz, creamos y enfilemos a este único puerto seguro y final, el único que dará sentido a nuestras vidas, a nuestros esfuerzos y sacrificios, porque allí todo tendrá su compensación. Pero es preciso llegar allí. Para eso debemos verlo, luego creer en Él, como los navegantes confiaban en los faros colocados para guiarlos y finalmente enfilar hacia Él, que sería de necios, en un mar embravecido, ignorar la posibilidad de alcanzar la salvación en aquella luz.

Cada línea, cada versículo de la lectura de hoy, nos ratifica de uno u otro modo esta idea. Primero, es Dios quien hace posible nuestra salvación. ¿Por qué? Por amor. Él nos ha amado tanto, que lo ha hecho posible, pero de un modo inequívoco. A fin de no exponer al fracaso la posibilidad de salvarnos, envió a su emisario más confiable, a aquél que más ama. Eso es lo que hacemos cuando queremos estar bien representados, cuando realmente nos interesa el receptor de nuestro mensaje. Cuando nos interesa el público o la comunidad a la que nos dirigimos. Eso mismo hizo Dios. Entre todas Sus posibilidades escogió a Su propio Hijo para esta Misión. ¿Por qué? Porque así de grande es Su amor por nosotros.

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Juan 3,1-8 – entrar en el Reino de Dios

Entrar en el Reino de Dios

Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.

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Juan 3,1-8 entrar en el Reino de Dios

Juan – Capítulo 03

Reflexión: Juan 3,1-8

Estamos viviendo el tiempo más precioso del año: tiempo de Pascua. ¿Qué tiene de especial? Pues este tiempo nos recuerda el verdadero sentido de nuestras vidas; la razón por la que vivimos y somos. En entender el significado de este tiempo está la felicidad de la humanidad; felicidad para la cual hemos sido creados. Detengámonos a pensar entonces en la importancia de entender este tiempo y el acontecimiento que celebramos.

Se dice tanto y algunos lo hemos escuchado desde muy niños, que Jesucristo a Resucitado y con ello ha vencido a la muerte, redimiéndonos del pecado, de la oscuridad y del abismo al cual hubiéramos sido irremediablemente condenados, sin su intervención. Sin embargo no llegamos a comprender esta realidad en su verdadera dimensión. Y, es que como en mucho de lo que tiene que ver con nuestra salvación, no llegamos a captarlo y pensamos que se trata de algo metafórico, incomprensible…entonces lo dejamos ahí y confesamos nuestra fe en Cristo tan solo como precaución, es decir por temor a que fuera cierto.

En el fondo, la verdad es que muchos tenemos nuestras reservas con varios aspectos de esta “trama de la salvación”. Algunos no creen en la virginidad de María, otros no creen en la veracidad de los milagros, otros no llegan a entender el sacrificio de la cruz, otros se resisten a creer en la resurrección y finalmente, otros no llegan a creer en la ascensión al cielo, ni en el cielo, ni en la vida eterna…Pero todas estas cosas causan cierto asombro y temor, entonces, por las dudas, dicen creer y lo hacen a su modo, que es básicamente escogiendo lo que les parece y sin tragarse el paquete entero.

Se trata de una fe que podríamos bautizar como de salón, innocua e inofensiva. A lo sumo exige algunas veces participar en algunos rituales religioso o ceremonias, como el bautizo de algún hijo, sobrino, nieto o ahijado, en algún matrimonio, que puede ser el de uno mismo, y en algunas Misas entre las que durante un largo período solo son de difuntos o de una que otra Fiesta importante de la Iglesia, como Navidad o Pascua. Además, cada vez que nos exigen en algún formulario ponemos que somos católicos.

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Juan 20,19-31 – Reciban el Espíritu Santo

Reciban el Espíritu Santo

Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.

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Juan 20,19-31 Reciban el Espíritu Santo

Juan – Capítulo 20 – ¿A quién buscas?

Reflexión: Juan 20,19-31

Estamos en un tiempo que conmemora un episodio central en nuestra fe. Todo lo que hizo Jesucristo tiene su culmen en estos episodios. Todo adquiere sentido con su Resurrección. Como dice San Pablo, “vana sería nuestra fe, si Jesucristo no hubiera resucitado”. Es decir, este tema no es accesorio, sino central y fundamental. No puedo decirme cristiano si no creo en él. Toda la prédica de Jesús, todo lo que se dice de Él en el Antiguo Testamento, así como los milagros que realizó señalan o marcan este episodio. Tienen el propósito que miremos a la Cruz, que representa Su vida, muerte y resurrección. Todos estos tienen un solo objeto: que creamos y creyendo, seamos salvos.

Así, descartar este hecho equivale a descartar la piedra fundamental, sin la cual no se sostiene toda esta estructura. Precisamente eso es lo que se canta en el Salmo 117 que hoy se recita:

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Esto es algo que tenemos que esforzarnos por entender, pero que en realidad no depende de nosotros conseguir, sino que es Gracia de Dios alcanzar. Lo que nos remite a la ORACIÓN. Sin oración, no podemos hacer nada. La Gracia de Dios y la Fe vienen por la oración. Tenemos que orar fervientemente, insistentemente, incansablemente. La oración finalmente es un acto de humildad que consiste en reconocernos que sin Él nada somos. O, para decirlo de otro modo, que todo depende de Él. ¡Eso es precisamente fe!

Y, es la fe la que nos abre el Camino de la Salvación, el cual el Señor ha venido a iluminar con su vida, muerte y resurrección. Por eso el Señor nos pide creer en Él. Pero creer no es un asunto subjetivo, privado, secreto. Es decir que la fe tiene que manifestarse en obras. Pero no confundamos; no quiere decir que porque tengo fe haré milagros, no. Puede que los haga, pero a lo que se refiere es que la fe debe llevarnos a vivir según el Espíritu de Dios.

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Juan 21,1-14 – Vengan y coman.

Vengan y coman.

Jesús les dice: Vengan y coman. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.

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Juan 21,1-14 «Vengan y coman.»

Juan – Capítulo 21

Reflexión: Juan 21,1-14

Después de resucitado, Jesús nos sale al encuentro a través de los discípulos de una forma nueva. Él se ocupa de nosotros, sabe lo que queremos, lo que necesitamos y nos lo da. No hay reproches, ni exigencias, tan solo cariño, comprensión. Él nos conoce. No tenemos que convencerle de nada. No necesitamos ni hablar. Nos recibe. Prepara para nosotros lo que estamos buscando, lo que necesitamos y nos ayuda a conseguir lo que nos hace falta y aún más.

No nos dejemos tentar por la decepción, ni por la tristeza. El Señor jamás nos ha fallado. De cuanto tenía que ocurrir fuimos testigos. Él mismo nos lo anticipó, aun cuando ya estaba en las Escrituras. Fue muerto, tal como había sido profetizado y resucitó al tercer día según estaba escrito. El Señor nos llama, nos espera, nos convoca e invita a compartir lo que tenemos, juntos, en comunidad.

Él está presente entre nosotros, tal como nos lo prometió. No nos deja solos. Nos acoge como comunidad de fieles, creyentes, perseverantes, todos unidos con un mismo propósito. Debemos permanecer unidos, con Él a la cabeza o con Él al centro, en comunidad, haciendo lo que nos manda, porque solo así daremos fruto. Solo entonces Él se ocupará de darnos lo que necesitamos en abundancia. ¡Compartámoslo! Seguir leyendo Juan 21,1-14 – Vengan y coman.

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Juan 20,11-18 – Subo a mi Padre y su Padre

Subo a mi Padre y su Padre

«No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios.»

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Juan 20,11-18 Subo a mi Padre y su Padre

Juan – Capítulo 20 – ¿A quién buscas?

Reflexión: Juan 20,11-18

Somos demasiado duros de corazón. Nos cuesta creer. Decimos creer, lo que en realidad es muy fácil de repetir e incluso balbucear, pero lo que necesitamos es que cada célula de nuestro organismo lo grite, verdaderamente convencidos. Y, esta convicción no se transmite única y exclusivamente por la voz. No son palabras lo que necesitamos, sino hechos. Son nuestras actitudes y nuestros actos los que lo deben gritar de modo inconfundible. Quiere decir que siempre, a cada instante, debemos dar testimonio de nuestra fe con nuestra vida.

Nuevamente, se dice fácil, pero ¿lo hacemos? Dediquemos hoy unos minutos a reflexionar en este crucial asunto. Tal vez debemos empezar por ahí; preguntándonos si para nosotros es efectivamente crucial, como lo sería el pago de una obligación que se encuentra en último día, o el recojo de una buena suma de dinero que por algún motivo alguien ha dispuesto entregarnos. O, por ejemplo, como la visita de unos amigos que llegan a alojarse por unos días en nuestra casa. Mejor aún, como la visita de alguno de nuestros hijos o nietos que vienen a quedarse con nosotros por una temporada.

Todas estas son situaciones determinantes en nuestras vidas. Lo son, porque no solo afectarán nuestro estado de ánimo, lo que todo el mundo notará cuando vayamos por todo lado anunciando la alegría y la ansiedad que nos produce tan grata e inesperada visita. Lo notarán en nuestras caras, en nuestros gestos, en nuestro ánimo y muchos nos lo dirán. Veremos de modificar nuestra rutina para adecuar nuestro tiempo a lo que sea que estos visitantes tan entrañables quieran. Modificaremos nuestro horario e incluso nuestras costumbres, incomodándonos todo lo que sea necesario y sin la menor mueca de desagrado.

Este mismo ánimo y convicción debía acompañar nuestros actos y actitudes cotidianas, sabiendo que el Señor ha Resucitado, cumpliendo Sus promesas y salvándonos del abismo de la muerte. ¡Hemos sido liberados! ¡Estábamos presos y condenados irremediablemente, esperando la ejecución de una sentencia cruel! Pero resulta que Jesucristo vino y se entregó incondicionalmente por nosotros, obteniendo nuestra liberación. ¡Somos libres! ¡Gritémoslo a voz en cuello! ¡Nuestro enemigo, nuestro verdugo cruel y despiadado ha sido derrotado! ¡Jesucristo ha venido a salvarnos y ya hemos sido salvados!

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