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Reflexiones del Evangelio de San Juan

Juan 20,1-9 – vio y creyó

Vio y creyó

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

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Juan 20,1-9 vio y creyó

Juan – Capítulo 20 – ¿A quién buscas?

Reflexión: Juan 20,1-9

Si estuviéramos frente a una novela, este sería el núcleo: Creer. Ver y creer solo fue para unos cuantos escogidos, los suficientes e indicados, según el criterio Divino. Si hemos de creer, tendremos que hacerlo íntegramente. No podemos escoger tan solo aquello que nos gusta, nos acomoda o nos parece. Sin embargo creemos que esta es nuestra principal dificultad.

Nos resistimos a creer y cuando lo hacemos, pretendemos servirnos aquello que se nos antoja, como si se tratara de un bufet. Así, encontramos muchos que nos decimos cristianos, porque decimos creer en Cristo, sin embargo, no es necesario escarbar mucho para constatar que el Cristo en el que decimos creer no corresponde a las Escrituras, no del todo. Se trata más bien de una adaptación que se acomoda y calza perfectamente con aquello que nos gusta, con aquello que estamos dispuestos a creer, con aquello que nos parece razonable.

Incluso hermanos y hermanas muy inteligentes cultos y respetables, creen sin más que este proceder es correcto y cuando se ven cuestionados te espetan un: “eso es lo que pienso; eso es lo que creo”. Pero, si nos atrevemos a insistir un poco más, entonces harán uso de su escudo o coraza “impenetrable” tan denostada en los demás, pero tan apreciada cuando de nosotros se trata. Y es que somos muchos los cristianos que nos erigimos en la norma. Decimos creer en Cristo, pero en realidad creemos en nosotros o en un Cristo y un Dios creado a nuestra imagen y semejanza.

Poco a poco, sin mala intención, tan imperceptiblemente como equívocamente hemos ido creando un Dios a nuestro agrado, a nuestra imagen. Hemos tergiversado el Génesis. Le hemos dado la vuelta sin darnos ni cuenta. Hablamos y defendemos categóricamente todo aquello en lo que creemos. Interpretamos a Cristo y le oímos decir siempre lo que nos gusta, lo que aprobamos, que resulta siendo siempre lo más cómodo, lo menos reñido con el estilo de vida que hemos adoptado, que es tan bueno como el de las mayorías.

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Juan 13,1-15 – ustedes hagan como yo

Ustedes hagan como yo

…ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes.

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Juan 13,1-15 ustedes hagan como yo

Juan – Capítulo 13

Reflexión: Juan 13,1-15

En resumen: dar ejemplo. El Señor nos ha enseñado lo que debemos hacer: dar el ejemplo. Nos ha enseñado poniéndose Él mismo como ejemplo. ¡Qué fácil nos resulta exigir que los demás se porten de este u otro modo! ¡Qué difícil enseñar con el ejemplo! Para eso hay que ser coherente, consecuente. ¡Hay que practicar lo que se pretende enseñar!

Lo más difícil es mantener la coherencia, sobre todo cuando se trata de una disciplina exigente. Y, el camino que el Señor nos propone es exigente. No permite debilidades, ni flaquezas, aun cuando cuente con ellas, porque no somos perfectos, sino seres humanos falibles, aunque en camino a la perfección. Con una mano exigir y con la otra comprender.

Si por un lado hemos de reconocer que somos débiles, por el otro tenemos que estar dispuestos a dar nuestras vidas para alcanzar lo que el Señor nos ha prometido. Solo alcanzaremos la Vida Eterna si somos perfectos como nuestro Padre que está en los Cielos es perfecto. Parece una contradicción y una paradoja, pero no lo es.

Lo que ocurre es que estando llamados a transitar por este Camino, nos será imposible si no contamos con el Señor. Es Jesucristo quien lo hace posible. Si Él lo hizo, dándonos el ejemplo, nosotros también podemos hacerlo. Solo precisamos ponernos en Camino. El Señor se encarga del resto. Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios. Nosotros solos no alcanzaremos la Vida Eterna. Solo la alcanzamos con Él.

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Juan 13,21-33.36-38 – Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre

Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre

«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto.»

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Juan 13,21-33.36-38 Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre

Juan – Capítulo 13

Reflexión: Juan 13,21-33.36-38

Por el texto se hace evidente que los discípulos no comprendían nada de lo que estaba sucediendo, aun cuando estaban algo inquietos por todo lo que Jesús venía hablando ya desde hace varios días. Presentían algo y aunque Jesús había sido muy explícito con ellos, tenían una especie de venda en los ojos que les impedían ver y entender que estaba ocurriendo lo que el Señor les había estado anunciando.

Que Judas saliera a entregarlo, anticipaba la pasión, muerte y resurrección y con ellas, el cumplimiento de la Misión que le había sido encomendada por el Padre. Los tiempos de Dios son distintos, así que con la sola salida de Judas para Jesucristo estaba claro que estaba llegando el fin y que este, como no podía ser de otro modo, serviría para mayor Gloria de Dios y con ella, para Su propia Gloria, porque se estaba cumpliendo Su Voluntad: Salvarnos.

Creemos que es un momento muy apropiado para ponernos a reflexionar respecto a la Voluntad de Dios. Tal como podemos apreciar, todo ocurre conforme a Su Plan. Nada es casual y si es Voluntad de Dios, ocurrirá con o sin nuestra anuencia. Eso nos lleva a considerar que no somos indispensables, por lo tanto, lo que tenga que ser, será, estemos o no presentes, lo queramos o no.

Así expresado, nos da la impresión que estamos frente a una moneda de dos caras. No somos imprescindibles. Nuestra presencia o ausencia no será determinante, ello puede servir para librarnos de ciertas responsabilidades y culpas, sabiendo que era imposible que evitáramos lo que tenía que ocurrir, lo que nos puede servir de consuelo en ciertas ocasiones.

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Juan 12,1-11 – era ladrón

Era ladrón

Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella.

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Juan 12,1-11 era ladrón

Juan – Capítulo 12 – de nuevo le glorificaré

Reflexión: Juan 12,1-11

Que el Señor nos libre de los dobles discurso y de la hipocresía. Señalando y culpando a otros con el único fin de conseguir nuestros propios y mezquinos propósitos. Nos ocupamos de presentar todo razonablemente para que todos nos aprueben, pero no es lo que a todos parece lo que buscamos, sino otros oscuros y egoístas intereses

Somos artistas de las apariencias, pero tras nuestros discursos solo hay frívola vanidad. No escatimamos en presentar falsos argumentos con tal de impresionar a nuestros interlocutores, para lograr su anuencia y consentimiento, pero nosotros sabemos que aun cuando nuestras razones suenan muy convincentes, pues por eso las urdimos, en realidad hay otros móviles inconfesables para nuestros actos.

Este proceder que así tan descarnadamente presentado nos produce tanta repulsa, es sin embargo más frecuente de lo que somos capaces de confesar. La expresión popular lo grafica como “no dar puntada sin nudo”, es decir que si algo aparentemente cedemos, no es por otra razón que por alcanzar nuestros propios objetivos que preferimos mantenerlos ocultos, para no dar a conocer la verdadera dimensión de nuestros actos, por estrategia, porque sabemos que en el fondo hay algo no muy santo en ellos.

Ejemplos muy burdos y terribles son el bombardeo de una ciudad ordenado aparentemente para proteger a inocentes, cuando sabemos que en el fondo todo lo que se persigue es activar o incrementar el inescrupuloso y mortífero mercado de armas, que deja significativas ganancias a quienes sostienen los gobiernos de los poderosos.

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Juan 10,31-42 – crean por las obras

Crean por las obras

…aunque a mí no me crean, crean por las obras, y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí y yo en el Padre.

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Juan 10,31-42 – crean por las obras

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,31-42

Para el necio, siempre habrá motivos para no creer. Y es que somos testarudos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Muchas veces nos obstinamos en no dar nuestro brazo a torcer, por más contundentes que sean la pruebas. Algunas veces es por simple orgullo y soberbia. Como quiera que ya defendimos una postura opuesta, por quedar bien, preferimos sostener nuestra misma posición, aunque sea disparatada, con tal de no reconocer nuestro error.

No cabe duda que para creer hay que conocer. Por eso es tan importante la evangelización, porque nadie va a creer en Jesús, así porque sí. Mucho menos cuando confesarlo exige coherencia y valor, puesto que no basta decir que creemos, sino vivir en consecuencia, es decir, de modo coherente. De allí la obligación de evangelizar, es decir, de darlo a conocer. No se trata de algo loable, sino de un DEBER.

Nuevamente debemos apreciar que para el Señor no hay mentira ni engaño que valga. Para Él somos completamente transparentes, por más que queramos ocultar nuestras razones. Él todo lo sabe y todo lo ve. Por lo tanto son vanos nuestros esfuerzos por engañarlo. De nada sirve fingir que no entendemos, que no comprendemos o que no sabemos.

A algunos no nos gusta tener que hacer algo y menos en lo que concierne a Dios y la fe. Es como que nos revelara el solo hecho de TENER que hacer algo. Queremos que se nos invite voluntariamente y se nos deje decidir. Posiblemente ello sea correcto en determinadas decisiones, pero no con respecto a nuestra Salvación, porque para alcanzarla hay una sola respuesta posible: el amor.

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Juan 8,51-59 – guarda mi Palabra

Guarda mi Palabra

En verdad, en verdad les digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.

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Juan 8,51-59 guarda mi Palabra

Juan – Capítulo 08

Reflexión: Juan 8,51-59

Jesús nos revela varias cosas importantes en este dialogo que sostiene con los judíos. Estos lo han sometido a un interrogatorio, esforzándose no por entenderlo en realidad, sino por descalificarlo. Ellos ya tienen una idea formada, unos prejuicios arraigados, unos conceptos que no están dispuestos a cambiar, y simplemente quieren asegurarse que Jesucristo no encaja en ellos.

Qué peligrosa resulta esta actitud en la que muchas veces caemos. Tenemos una idea formada de todo y nos aferramos a ella. No estamos dispuestos a cambiarla porque se desmoronaría todo aquello en lo que creemos y confiamos, aquello que justifica y da razón y sentido a lo que hacemos. No estamos dispuestos a cambiar. No nos damos tan fácilmente.

Y, sin embargo, bien valdría la pena detenernos un momento a reflexionar si en realidad aquello que sostenemos es tan sólido y rígido, si tiene verdaderos cimientos o si hemos edificado sobre arena. ¿De dónde provienen nuestras creencias? ¿Cuándo y dónde las forjamos? Es cierto, ellas deben constituir el fundamento y la razón de nuestras acciones y aspiraciones. Nos explicamos en función de ellas.

Cabría preguntarnos ¿hasta qué punto son nuestras o hasta qué punto nos han sido impuestas por nuestro entorno histórico, social, cultural o económico? Seamos sinceros, muchas veces la explicación que encontramos por toda justificación a nuestros actos es: todos lo hacen. Es decir que seguimos un patrón de comportamiento, procurando ajustarnos a ciertos modelos exitosos, entendiendo que si así lo hacemos no tendremos pierde, como aquellos a los que seguimos parecieran no tenerlo.

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Juan 8,31-42 – conocerán la verdad

Conocerán la verdad

«Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres.»

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Juan 8,31-42 – conocerán la verdad

Juan – Capítulo 08

Reflexión: Juan 8,31-42

Conocer la Verdad es la recompensa para el que se mantiene fiel al Señor. ¿Por qué es importante conocer la Verdad? Porque solo ella nos conduce al fin para el cual fuimos creados. Solo ella da sentido a nuestras vidas. Sin ella, estamos perdidos, muertos. Si este fuera nuestro designio, es decir, permanecer en la mentira, la vida no tendría sentido.

De allí que quien permanece en la mentira, va contra la naturaleza, contra el verdadero sentido de la Creación, contra la razón de la existencia. Se estrella, choca, es violento, envidioso, soberbio, orgulloso, egoísta, mentiroso y finalmente termina matando y muriendo.

No es un sino, ni una fatalidad. Lo que pasa es que para ver, tienes que abrir los ojos. Para volar, tienes que desplegar las alas. Para vivir, tienes que dejar de ser esclavo. Realmente solo mueren los esclavos. Y para dejar de ser esclavo hay que aferrarse y caminar en la Verdad. ¿Cómo sabemos cuál es la Verdad? El Señor Jesucristo nos la Revela. Para eso vino. Esa es la Misión que le encomendó el Padre.

¿Es que si Él no hubiera venido estábamos perdidos? ¡Claro! Precisamente por eso viene Él, para Salvarnos. Pero, ¿por qué nos perdimos? Por seguir el engaño y la mentira. Por hacernos esclavos del mal, del pecado. ¿En qué consisten el pecado y el mal? En seguir todo aquello que nos aleja de Dios, de la Verdad, de la Vida.

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Juan 8,21-30 – no hago nada por mi propia cuenta

No hago nada por mi propia cuenta

Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo.

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Juan 8,21-30 no hago nada por mi propia cuenta

Juan – Capítulo 08

Reflexión: Juan 8,21-30

Es por demás, el que no quiere creer, siempre encontrará excusas para no hacerlo. Ya lo dijo antes el Señor en el caso del rico aquél que le pedía a Abram que por lo menos le dejara volver para prevenir a sus hermanos. Ahí tienen a los profetas, a Jonás, a Moisés. Si no creen en ellos, no creerán aunque un muerto resucite.

Esto es así de cierto y es la condena de los judíos y de quienes se aferran como ellos a sus razones para no creer. Incrédulos hay en todas partes, unos más que otros, pero quienes fueron testigos presenciales no podían dejar de creer, sin caer en la mentira y la hipocresía. Por eso, habiendo presenciado lo que Jesús había hecho y escuchándolo hablar con esa autoridad, fueron muchos los que creyeron.

La pregunta que nos toca responder es: ¿y nosotros, qué? ¿Creemos o no? Nosotros no hemos estado físicamente al lado de Jesús y tampoco le hemos oído directamente. Pero, además de las Escrituras, hemos tenido innumerables testimonios y ocasiones para sentir y comprender que aquello no podía provenir sino de Dios.

No hablamos ya de la Creación, del Cosmos y del Universo, sino de nuestra propia experiencia personal. Si, seguramente hay muchos que dudan al identificarlo tras cada uno de los acontecimientos de sus vidas, pero estamos los bautizados, los que provenimos de familias católicas, para ayudarles a identificar y comprender en cada uno de estos sucesos, la presencia de Dios.

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