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Reflexiones del Evangelio de San Juan

Juan 16,12-15 – Espíritu de la Verdad

Texto del evangelio Jn 16,12-15– Espíritu de la Verdad

12. Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
13. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
14. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
15. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: «Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes».

Reflexión: Jn 16,12-15

El Espíritu Santo es una fuerza que inspira, comunica, revela e impulsa. Es como resultado o evidencia de su participación en nuestra historia que la Iglesia perdura en el tiempo, a veces dispersa, otras equivocada o enconada o polarizada, pero siempre marcando la pauta en un camino permanente a la perfección. Se han cometido sin duda muchos errores, como en toda obra en la que interviene el libre albedrío de personas humanas, sin embargo siempre ha prevalecido la capacidad de autocrítica, corrección e incluso reparación, enmendándose y pidiendo perdón. Es el Espíritu Santo el que la impulsa y protege y le da esta capacidad de reinventarse y corregirse, conduciendo a la humanidad entera, al Pueblo escogido a la Vida Eterna. Su historia no ha estado exenta de grandes obstáculos y dificultades, de contradicciones, errores y horrores, pero tampoco de grandes ejemplos que han sabido brillar en los momentos más difíciles, señalando el Camino del Señor. Esta es obra del Espíritu Santo, como lo fueron la redacción de los Evangelios, la selección de los autores mediáticos, la selección de los textos y las traducciones. Es la mismísima Palabra de Dios la que se ha recogido en los libros que conforman la Biblia, por inspiración y soplo del Espíritu Santo. Porque ninguno de estos libros apareció de la nada y sin embargo su sabiduría, su belleza y su calidad literaria han sido reconocidas por el mundo entero, sin importar credo, tiempo o nacionalidad. Aun hoy, la Biblia es el libro con más ediciones y publicaciones en el mundo. Nadie puede negar su valor y todo aquel que se aproxima a ella con sinceridad y humildad, queda deslumbrado, al descubrir la Verdad, porque es de esto de lo único que se ocupan sus páginas desde el comienzo hasta el fin. Y es que se trata de la Palabra de Dios, que tiene la capacidad de llegar a todos, llenando el vacío o la interrogante que buscaba. Sin importar la época, ni la nacionalidad, ni la condición social, la Biblia tiene las respuestas a todas las interrogantes que los hombres se ha planteado o se planteará alguna vez. Y es que, efectivamente, se trata de la Palabra de Dios confirmada por nuestro Señor Jesucristo, Su Hijo, que vino a revelarnos que Dios es Su Padre, que lo envió a salvarnos, tal como lo había prometido a Su Pueblo por boca de los profetas, lo que, efectivamente, llegado el tiempo hizo, muriendo y resucitando por nosotros, sellando de este modo definitivamente Su pacto con nosotros. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

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Juan 14,15-16.23b-26 – Espíritu Santo

Texto del evangelio Jn 14,15-16.23b-26 – Espíritu Santo

15. Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
16. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
23. «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
24. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
25. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
26. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

Reflexión: Jn 14,15-16.23b-26

A muchos cristianos lamentablemente escapa la importancia de la fiesta que hoy celebra la Iglesia. Es verdad que es muy difícil decir qué fecha es más importante, cuando tenemos tantas en el Calendario Litúrgico en el que recordamos acontecimientos únicos en la historia de la humanidad. Sin una, no habría la otra y es que todo está referido finalmente al Plan de Salvación puesto en marcha por Dios Padre Creador, que demandó su irrupción en la historia de la humanidad para volvernos al Camino que da razón y sentido a nuestra existencia. Toda nuestra historia está jalonada de sucesos en los que podemos atestiguar la presencia de Dios con el único propósito de Salvarnos, conforme a Su Plan. Es atendiendo a Su Santísima Voluntad que viene nuestro Señor Jesucristo a cumplir con la Misión encomendada de darnos a conocer lo que Dios Padre tenía planeado para nosotros desde que fuimos creados, por una sola razón: por amor. La motivación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es el amor infinito e incondicional que nos tienen, el que les ha llevado a manifestarse señalándonos el Camino de la Luz, la Verdad y la Vida. Jesucristo nos aclara que no existe otra motivación, que no hay mérito alguno en nosotros, que es Voluntad de nuestro Dios Padre y Creador, que seamos felices y vivamos eternamente. Esta es la Buena Noticia que nos trae Jesucristo y que ha quedado registrada en los Evangelios. Su nacimiento, vida, muerte y resurrección dando cumplimiento a esta Misión encomendada por Dios, están plagadas de fechas trascendentes y de una importancia gravitante en nuestra salvación. Este es un acontecimiento que hemos de celebrar siempre con nuestras propias vidas. No podemos nada más que estar permanentemente alegres con esta Buena Noticia, que da sentido a todo lo que hacemos e incluso al sufrimiento. Todo adquiere un sentido y una razón que van más allá de cuanto podemos maginar y nos llenan de alegría y gozo indescriptible, que se habrá de colmar cuando las promesas de Cristo lleguen a su culminación. Entre tanto, cada día es una celebración que dedicamos al Señor. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

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Juan 15,9-17 – Ámense los unos a los otros

Texto del evangelio Jn 15,9-17 – Ámense los unos a los otros

09. Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
10. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
12. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.
13. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
14. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
15. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
16. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
17. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.

Reflexión: Jn 15,9-17

Unidad, paz y amor. Amor y unidad son más o menos equivalentes, sin embargo antes nos habíamos referido a esta como el esfuerzo por acercarnos y resolver nuestras diferencias o renunciar a nuestros puntos de vista por la unidad. Obviamente, quien renuncia a tener razón, a recibir el reconocimiento de su tino y sabiduría con tal de lograr la unidad, demuestra que busca una recompensa superior, que supedita su vida y su qué hacer a un reconocimiento más alto. Quien así procede, muestra amor a Dios. El buen cristiano desaparece para que sea Cristo quien crece y a quien identificamos tras cada una de sus obras. Estar dispuestos a renunciar a todo por amor, es lo que Cristo nos propone, como modelo de amor. Se trata de un amor que está muy por encima de lo que en el mundo tenemos por amor. Se trata de una entrega y obediencia ciegas, incondicional, sin límites, que nos llenará de gozo al saber que de este modo estamos cumpliendo la Misión encomendada a Cristo por Dios Padre, con lo que nuestra alegría y gozo se fundirá con la de ellos. ¡Cuánta alegría tendremos si Su alegría está con nosotros! No hay ningún secreto ni nada oculto en esta doctrina. Se trata de amarnos los unos a los otros como como el mismísimo Dios Padre ha amado al Hijo y como este a Su vez nos ha amado, hasta el extremo de dar Su vida por nosotros. ¿Hay amor más grande que este? No, no existe. Este amor garantiza los frutos del amor: alegría, unidad, paz, justicia, paciencia, perseverancia, tolerancia, humildad, servicio, generosidad, verdad, luz y vida. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

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Juan 21,15-19 – Apacienta mis ovejas

Texto del evangelio Jn 21,15-19 – Apacienta mis ovejas

15. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».
16. Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». 17. Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: « Apacienta mis ovejas.
18. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras».
19. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Reflexión: Jn 21,15-19

El amor a Dios ha de expresarse en obras. Estas obras han de ser de amor. El que ama al Señor y le oye, ha de hacer la Voluntad de Dios y esta es llevar paz y unión, como decíamos ayer. Hoy el Señor nos habla de paz, que ha de ser el ingrediente fundamental de la vida cristiana, ingrediente que nosotros somos responsables de promover y crear. No se trata de confrontar, ni acusar, ni inquietar, ni mortificar, sino de llevar paz. Una paz nacida de la esperanza, del saberse protegidos y acogidos. La paz de quienes confían y esperan en el Buen Pastor, aquel que da Su vida por sus ovejas, aquel que las llama por su nombre y que no permite que una sola se pierda. Esa es la paz que Jesús le pide a Pedro que infunda y con él, a todos nosotros. Esta ha de ser nuestra tarea si como decimos, le amamos. No hay otra. No hay atajos, ni sinónimos, ni nada que interpretar, ni relativizar. Hay que ser capaces de llevar paz. Esa debe ser nuestra principal ocupación, nuestra principal inquietud, incluso por encima de nuestros errores, temores y debilidades. Qué importa lo que hiciste; ya está perdonado. Importa lo que hagas de aquí en adelante, asegúrate de haberlo comprendido. Por eso el Señor se lo repite hasta tres veces a Pedro, porque es muy fácil decir que sí, pero otra muy distinta llevarlo a la práctica. Para ello hemos de reconocer primero nuestras debilidades, nuestros fracasos, nuestros temores, para superarlos. No sea que como antes digamos una cosa y luego terminemos haciendo lo contrario y echándolo todo a perder. Sabemos que no basta responder a la ligera, es preciso hacer un acto de contrición y un verdadero propósito de enmienda, sino, otra vez volveremos a las andadas y en un día o dos, estaremos nuevamente lamentando no haber hecho lo que debíamos. Es preciso tomar conciencia, para no volver a caer. Es cierto, podemos caer y el Señor lo sabe, pero debemos esforzarnos por evitarlo, proponiéndonos siempre llevar paz. Ese es el mandato de Jesús, el Buen Pastor. Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: « Apacienta mis ovejas.

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Juan 17,20-2 – Que todos sean uno

Texto del evangelio Jn 17,20-26 – Que todos sean uno

20. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
21. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
22. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
23. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
24. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
25. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
26. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos»

Reflexión: Jn 17,20-26

Cuando terminaba de leer este texto como un rayo de luz cayeron sobre mi mente y mi corazón las veces que de una u otra forma me he apartado de ciertas agrupaciones de ciertos amigos, pero sobre todo de ciertas actividades de la Iglesia por encontrar serias diferencias entre los que pienso y proclamo, que lo creo más acorde con el pensamiento de Jesús, que lo que piensan y proclaman algunos religiosos o líderes de algunos movimientos o parroquias. Más allá de la soberbia que podría representar mi actitud, al creerme o juzgarme en lo correcto y al margen de si tuviera razón o no, está mi preocupante actitud de alejarme, separarme, diferenciarme e incluso renunciar a participar como señal evidente de no estar en comunión con aquellos hermanos o hermanas. Recién caigo y lo veo muy claro. Todas esas veces, si tuve razón o no, poco importa, le estuve haciendo el juego al demonio que busca dividirnos, por cualquier lado, por lo que sea y –Dios mío, perdóname- conmigo creo que siempre lo ha logrado. Cualquier motivo siempre fue bueno, porque él siempre supo que pisaría el palito y todo aquel empuje que traía inspirado por el Espíritu Santo lo echaba por tierra. Sí, ahora lo veo claro. De allí que no haya progresado en ninguna dirección y a todas les haya encontrado algún pero; y es que seguramente lo tienen, pero ¿qué es más importante? ¿Es más importante que yo tenga razón, que a todas podamos torcerles por algún motivo nuestra respingada nariz o más importante es la unidad? ¡Por supuesto! ¡Muchísimo más importante es la unidad! La cual en la práctica no he sabido sostener. No es saliendo que se cambia y mejora, sino dando la lucha interna, cediendo a veces, retrocediendo otras, concediendo algunos puntos a cambio de otros, pero siempre buscando la ARMONÍA, la UNIÓN. ¡Qué equivocado he estado! Lo importante no es tener la razón, ni disentir, lo importante es construir la unión a pesar de todo. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

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Juan 17,11b-19 – tu palabra es verdad

Texto del evangelio Jn 17,11b-19 – tu palabra es verdad

11b. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros
12. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
13. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
14. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
15. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
16. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
17. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
18. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
19. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.

Reflexión: Jn 17,11b-19

El seguimiento de Jesús nos va llevando poco a poco a distanciarnos del mundo, al punto que ya no lo comprenderemos, ni nos comprenderá. Por eso Jesucristo ora por nosotros y lo hace de forma realmente conmovedora pidiendo dos cosas que son fundamentales y que debemos tener en cuenta siempre en nuestras oraciones: la unidad entre nosotros y con Él y la consagración en la verdad. Solo del respeto y esta profunda relación de amor puede surgir la unidad. Ciertamente en principio el amor es solamente de Dios, porque Él nos ha amado primero; porque Él nos ha escogido y querido aun antes que hubiéramos nacido. Este amor solo busca ser correspondido y lo hacemos cuando amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si bien es cierto que es algo que brota naturalmente de nuestros corazones, también lo es que debemos aprender a cultivar, porque el mundo, del que se esfuerza por preservarnos el Señor, promueve exactamente lo contrario como lo más apetecible y natural para el ser humano: el egoísmo. Es así que hemos desarrollado las sociedades en las que vivimos, en las que el hombre no solo está de espaldas a Dios, sino que vive de espaldas a los demás, induciendo a los hombres y mujeres a creer y pensar que solo les será posible encontrar la felicidad si se enfocan en sí mismos y la procuran a cualquier precio, incluso a costa de los demás. Ello constituye un disparate a todas luces, porque jamás hubiéramos podido construir nada y ni si quiera subsistir un solo día si no hubiéramos aprendido a compartir, viviendo en comunidad, empezando por la célula básica de la sociedad: la familia. Quien pretende ignorarla o destruirla no puede estar nada más que desquiciado. Lamentablemente existen corrientes muy poderosas en nuestro mundo que han enfilado su artillería más pesada contra ella. No podrán destruirla ni acabarla porque más fuerte es la unidad, el amor y el Señor que ha vencido al mundo, pero si harán mucho daño a sus miembros, como lo estamos viendo. Por eso, hoy como entonces, debemos unir nuestras plegarias a las de Jesús. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

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Juan 17,1-11a – Esta es la Vida eterna

Texto del evangelio Jn 17,1-11a – Esta es la Vida eterna

01. Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
02. ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
03. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
04. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
05. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
06. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
07. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
08. porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
09. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
10. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
11. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros

Reflexión: Jn 17,1-11a

¿Puede haber algo que nos llame más la atención, algo que jale más nuestra vista que la definición que da Jesucristo de la “Vida eterna”? Imposible evitar escudriñar estas palabras. ¿Qué esconde en ellas el Señor? ¿Qué mensaje tienen? ¿Qué implicancias tienen? ¿Qué consecuencias? La clave está en “conocer”. Pero la dificultad surge cuando reparamos en que el objeto de nuestro conocimiento para alcanzar la Vida Eterna, es decir la meta más preciada, es nada menos que conocer a Dios Padre y Su Hijo Jesucristo. ¿Cómo podemos conocerles? Y, ¿qué quiere decir conocerles? Porque eso es lo que sin duda tenemos que hacer. El misterio está revelado. Desentrañemos lo que Jesucristo nos quiere dar a entender con “conocer”. ¿Nos estamos metiendo en honduras? No creemos, porque si fuera imposible, no tendría ninguna gracia y ya no cabría hablar de amor. Porque si el Dios Misericordioso y amoroso sin límites nos manda una tarea imposible, ¿de qué amor y misericordia estaríamos hablando? Conocerles ha de ser algo que definitivamente han puesto en nuestras manos. ¿Cómo alcanzarlo? Por los Evangelios, que contienen la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Si esto es cierto, tenemos que leer y reflexionar los Evangelios. Solo entonces conoceremos a Jesucristo y a quien lo ha enviado. Si en eso consiste la Vida Eterna, nuestra principal tarea ha de ser leer y reflexionar los Evangelios, en búsqueda del conocimiento que nos llevará a la Vida Eterna. Esta ha de ser nuestra principal ocupación. De aquí se desprende la importancia gravitante que han de tener los Evangelios para nosotros. No podemos pasarlos por alto. No puede haber cristiano que solo los conozca por el lomo o por el forro. No bastan las clases de religión, ni las lecturas dominicales. Claro que eso es mejor que nada, pero no podemos abordar de este modo la tarea más trascendente e importante de nuestras vidas. Así, no llegaremos a nada. Seremos como los escolares aquellos que llegan a fin de año sin haber abierto los libros y sin haber leído nada. ¿Qué futuro les espera? Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.

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Juan 16,29-33 – yo he vencido al mundo

Texto del evangelio Jn 16,29-33 – yo he vencido al mundo

29. Sus discípulos le dijeron: «Por fin hablas claro y sin parábolas.
30. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios».
31. Jesús les respondió: «¿Ahora creen?
32. Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
33. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo ».

Reflexión: Jn 16,29-33

El Señor nos ama y esto lo lleva a consideraciones como no habremos de recibir de nadie más. Él solo quiere nuestro bien y sabe cómo nuestras debilidades y temores son el principal obstáculo para lograrla, por eso quiere suscitar en nosotros una fe incondicional e inquebrantable. Sin embargo Él también sabe que eso será imposible si incluso para eso no acude en nuestra ayuda, enviándonos el Espíritu Santo. Resulta sobrecogedor como los discípulos, como niños ingenuos que desconocen el valor de las palabras, confiesan que ahora si creen, sin saber lo que dicen en realidad. El viento agitó levemente la cortina de su entendimiento y un haz de luz pasó por la primera abertura que encontró y maravillados por tan gran manifestación, exclaman que ahora si creen, cuando Jesús sabe que su fe es todavía precaria. Y es que es un error pretender que la fe es algo que puede estar librado a nuestra capacidad. La fe, el creer, es Gracia que viene de Dios y que debemos pedirla incansablemente mientras vivamos, porque solo podremos prescindir de ella después de muertos. Entre tanto, la fe debe ser nuestro motor, la fuerza que nos impulse a hacer lo que Dios nos manda a través de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. No seamos soberbios. No nos jactemos nunca de haberla alcanzado, porque entonces, cuando seamos sacudidos –y llegará este momento-, no estaremos preparados. ¿Y cuál es la forma de prepararnos? Manteniéndonos unidos a Dios Padre, a través de Jesucristo, por la oración y el amor. No bajemos la guardia. No nos dejemos tentar y cegar por la soberbia. Esto suele ocurrirnos cuando avistamos de modo evidente algunos destellos de la Divinidad. Pequeños como somos, nos sentimos tan abrumados, tan plenos –por decirlo de algún modo-, que creemos tenerlo y comprenderlo todo y no hemos pisado sino la orilla del océanos infinito que es Dios. Por supuesto que en este caso me estoy describiendo a mí en primerísimo lugar, pero también a tantos que desde el periodismo, desde la cátedra o desde el púlpito, nos creemos dueños de la verdad, a tal punto que no necesitamos que nadie nos enseñe y consciente o inconscientemente en ese “nadie” incluimos a Dios, con lo que nos cerramos a la posibilidad de crecer y madurar en sabiduría y en fe. Recordemos siempre que sin Dios no somos nada y que solo Él puede dar sentido y razón a nuestras vidas. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo .

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