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Reflexiones de los Evangelios según San Lucas

Lucas 13,18-21 – ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

«¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ? Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

Texto del evangelio Lc 13,18-21 – ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

18. Jesús dijo entonces: «¿A qué se parece el Reino de Dios ? ¿Con qué podré compararlo?
19. Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas».
20. Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios?
21. Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

Reflexión: Lc 13,18-21

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Lucas 13,18-21 ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

El Señor nos explica con dos figuras muy sencillas y claras a qué se parece el Reino de Dios. Pese a lo simple de la explicación, a veces insistimos en tener dificultad para entender la Palabra del Señor. Lo que ocurre es que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Ambas figuras hacen alusión a la forma en que paulatinamente va creciendo el Reino de Dios. Va creciendo y abarcándolo todo en diferentes direcciones y dimensiones. No solamente en tamaño, sino también en profundidad e influencia.

Estos son atributos del Reino de Dios que con Jesucristo ha llegado y se encuentra entre nosotros. Hay algo más que podemos desprender de esta descripción y es que el expandirse en forma constante y casi imperceptible es una característica del Reino de Dios.

«¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ? Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

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Lucas 13,10-17 – librada de sus cadenas el día sábado

Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?

Texto del evangelio Lc 13,10-17 – librada de sus cadenas el día sábado

10. Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga,
11. y había allí una mujer, que desde hacía dieciocho años estaba poseída por un espíritu que le producía una enfermedad; estaba encorvada y no podía enderezarse del todo.
12. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: «Mujer, estás curada de tu enfermedad»,
13. y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios.
14. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: «Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado».
15. El Señor dirigiéndose a él respondió: «¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber?
16. Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?».
17. Al oír estas palabras, todos sus adversario se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.

Reflexión: Lc 13,10-17

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Lucas 13,10-17 librada de sus cadenas el día sábado

¿Hay algún día que sea mejor que otro para hacer el bien? ¿Puede la libertad y la dignidad de una persona estar sujeta a una formalidad? Las leyes que han sido hechas por hombres ¿han de sujetarlo por encima de su libertad y su vida?

¿Los hombres están hechos para servir a la ley o más bien las leyes han de estar al servicio del hombre? Esta es la reflexión que el Señor nos propone para el día de hoy. Esta distinción parece accesoria, sin embargo ¿cuántas veces no excusamos de hacer algo por que la ley nos lo impide?

Vistas así, estas palabras son muy fuertes y determinantes, porque eximen a cualquiera de cumplir con leyes que atentan contra las personas. Por ejemplo, es inmoral pretender que se paguen impuestos cuya cuantía amenace la existencia misma de las personas.

Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?

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Lucas 18,9-14 – ten piedad de mí, que soy un pecador

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Texto del evangelio Lc 18,9-14 – ten piedad de mí, que soy un pecador

09. Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
10. «Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
11. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
12. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
13. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!».
14. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

Reflexión: Lc 18,9-14

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Lucas 18,9-14 ten piedad de mí, que soy un pecador

¡Cómo nos cuesta reconocer que no somos perfectos, que somos falibles! Es tan grande nuestra soberbia que antes de reconocer nuestros errores estamos dispuestos a pelearnos con quien nos los saca en cara, con tal de no reconocerlos.

Y si finalmente los aceptamos, no por eso dejamos de guardar animadversión contra quien nos obligó a aceptarlos. Nos dueles más el amor propio, que el daño que nuestro error podría estar ocasionando.

El hecho incontrovertible es que no somos perfectos y que por lo tanto todos cometemos errores y muchas veces intencionalmente. ¡Esos son nuestros pecados! Sabiendo que hacemos mal, persistimos en ellos por razones subalternas, egoístas, mezquinas.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Es pecado todo aquello que contraviene a la verdad, que hacemos aun sabiendo que causamos daño o que está prohibido por Dios o por los hombres por algún motivo que no nos es ajeno. Pecamos cuando obramos en contra de la Voluntad de Dios.

Todos tenemos dudas alguna vez. El pecado está en exponer a la muerte, al dolor o al sufrimiento a nuestros hermanos cuando hay dudas razonables que ello podría ocurrir y aun así seguimos con nuestro propósito.

Es pecado cuando sabiendo el daño que causamos continuamos con nuestro propósito tan solo por amor propio, por no mostrarnos débiles o por pura soberbia, pretendiendo así aleccionar a nuestros hermanos, mostrando una inflexibilidad que ni Dios la tiene con nosotros.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

¿Cuántas veces has mentido? ¿Cuántas veces no has cumplido lo que prometiste? ¿Cuántas veces has dejado de cumplir con tus propósitos o peor aún con tus deberes, por desidia o falta de voluntad? ¿Cuántas veces has tratado de justificarte y ocultarlo?

¿Por qué si tú puedes reconocer que eres falible no estás dispuestos a consentir esa misma debilidad en los demás? No se trata de ser permisivo, pero sí de comprender con una cierta dosis de tolerancia, que los demás también cometen errores, como nosotros.

Y si comprendemos, debemos también estar dispuestos a perdonar. Solo en la medida en que sepamos perdonar, también seremos perdonados. Es aquí que debe entrar en juego la Misericordia, que es la capacidad de comprender y amar, sin condiciones, a ejemplo de nuestro Salvador…

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Finalmente, es bueno que reflexionemos y tengamos en cuenta que todo es Gracia de Dios, por lo que debemos estar dispuestos a reconocer que Él habita en nosotros y es Él quien hace posible que elevando los ojos al cielo oremos a nuestro Padre.

Es insulso y propio de soberbios pretender que alguno de los carismas con los que Dios puede habernos favorecido provenga de nosotros mismos o lo hayamos recibido por algún mérito nuestro. Es la Gracia de Dios que habita en nosotros la que lo hace posible.

Es por eso que debemos pedir constantemente al Señor que nos de humildad, a fin de no cegarnos ni envanecernos con lo mucho o poco que podamos tener, porque todo proviene de Él.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Oremos:

Padre Santo, danos humildad, para reconocer que somos imperfectos y falibles; para reconocer nuestros defectos y todas aquellas faltas que cometemos contra Ti y contra nuestro prójimo, algunas veces por omisión y otras por orgullo y soberbia…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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Lucas 18,9-14 ten piedad de mí, que soy un pecador

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Lucas 13,1-9 – todos acabarán de la misma manera

¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

Texto del evangelio Lc 13,1-9– todos acabarán de la misma manera

01. En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
02. El respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
03. Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
04. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
05. Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
06. Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
07. Dijo entonces al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y nos encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?».
08. Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
09. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás»».

Reflexión: Lc 13,1-9

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Lucas 13,1-9 todos acabarán de la misma manera

El Señor aquí nos está dando respuesta a aquella interrogante que algunos nos hacemos respecto a las cosas que les suceden a algunos e incluso a nosotros mismos. Probablemente más en aquel entonces que ahora, solíamos buscar una razón para tal desgracia y la encontrábamos en algo que habíamos hecho.

En pocas palabras, lo que le pasaba a tal o cual persona, e incluso a nosotros mismos, se debía a algo que habíamos hecho. Es decir, un castigo o en el mejor de los casos una recompensa. Incluso algunos buscaban encontrar la culpa en algo que hicieron o dejaron de hacer los antepasados.

Esta es una visión nada evangélica a la que el Señor pone fin. Es cuestión de reflexionar y meditar lo que nos está diciendo, que es un mensaje lleno de luz y esperanza. La visión y el pensamiento de Jesús, el cual tenemos que adoptar, es muy distinto al nuestro.

¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

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Lucas 12,54-59 – no juzgan ustedes mismos lo que es justo

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?

Texto del evangelio Lc 12,54-59 – no juzgan ustedes mismos lo que es justo

54. Dijo también a la multitud: «Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
55. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
56. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
57. ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
58. Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
59. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».

Reflexión: Lc 12,54-59

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Lucas 12,54-59 no juzgan ustedes mismos lo que es justo

Siempre estamos alertas y atentos a lo que nos conviene. Allí no se nos escapa ningún detalle. Sin embargo, cuando se trata de comprender hidalgamente que el otro tiene la razón y que le corresponde pate de los que reclamamos, ahí si nos hacemos los desentendidos.

El Señor nos reprocha que haya ocasiones que tratemos de justificarnos no haber hecho algo, porque nadie nos dijo. Como si no supiéramos que era aquello lo que teníamos que hacer. ¿Es que estamos acostumbrados a obedecer?

La verdad es que estamos dispuestos a hacer inmediatamente aquello en lo que vemos que podemos obtener algún provecho. De otro modo nos hacemos los sordos, los que no comprendemos, a pesar que somos capaces de entender cosas más complejas.

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?

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Lucas 12,49-53 – he venido a traer la división

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

Texto del evangelio Lc 12,49-53 – he venido a traer la división

49. Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
50. Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
51. ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
52. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
53. el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».

Reflexión: Lc 12,49-53

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Lucas 12,49-53 he venido a traer la división

Creemos que, efectivamente, a veces se hace un poco difícil entender los evangelios. Sin embargo pensamos que esta dificultad se da sobre todo entre los más acomodados, los más ricos, los más poderosos o los más destacados a nivel intelectual.

Quiere decir que nos es tan difícil para la gente del pueblo, la gente humilde y modesta. ¿Por qué? Porque ellos están más habituados a la fe cotidiana, llena de pequeños gestos, en los que se advierte con nitidez la presencia del Señor.

Para nosotros los citadinos “cultos”, por ejemplo, el “agua bendita” tienen poco o ningún valor. Nos parece algo folklórico o anecdótico que el “pueblo” se agolpe para recibir unas cuantas gotas de agua Bendita. Nuestro Dios es más sofisticado…

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

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Lucas 12,39-48 – estén preparados

…si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada».

Texto del evangelio Lc 12,39-48 – estén preparados

39. Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
40. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada».
41. Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?».
42. El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
43. ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo!
44. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
45. Pero si este servidor piensa: «Mi señor tardará en llegar», y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
46. su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
47. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
48. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.

Reflexión: Lc 12,39-48

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Lucas 12,39-48 estén preparados

Debemos estar siempre esperando al Señor. Esto solo lo conseguiremos si damos trato amable y comprensivo a nuestros trabajadores. El papel de los que ejercemos cargos jerárquicos es el de servidores.

Solo estaremos preparados en la medida en que siempre obremos con justicia, no la de los hombres, sino la del Señor. ¿En qué consiste? En que los que ejercen la autoridad lo hagan con tino, con mesura, teniendo en cuenta la voluntad de quien los puso en tal cargo.

Si todo viene de Dios, hemos de proceder conforme a la voluntad de Dios con todo. Esto quiere decir que tanto si estamos arriba, como si estamos abajo, si recibimos mucho o si recibimos poco, todo lo debemos poner en juego para mayor Gloria de Dios.

…si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada»

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Lucas 10,1-9 – descienda la paz sobre esta casa

No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!».

Texto del evangelio Lc 10,1-9 – descienda la paz sobre esta casa

01. Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
02. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
03. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
04. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
05. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!».
06. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
07. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
08. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
09. curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes».

Reflexión: Lc 10,1-9

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Lucas 10,1-9 descienda la paz sobre esta casa

Hay una constante en el mandato que el Señor nos hace para cumplir nuestra Misión: disponernos a realizarla sin mayor preparación. Si tenemos en cuenta esta instrucción, constituye una evidente falta de fe postergarlo todo hasta estar preparados.

Es muy frecuente oír esta excusa, incluso entre los seguidores que aparentemente están más cercanos a Jesús. Y es que en realidad la devoción no es señal de fe. Repetir de memoria oraciones e incluso asistir a la Eucaristía, sin fe, puede ser una pérdida de tiempo

Lo decimos en condicional, porque la Salvación es Gracia que Dios concede. Por lo tanto no está en nosotros determinar quiénes y por qué la alcanzarán. Como dice el Señor, hasta las piedras podrían alabarlo si alguien osara callar a su pueblo.

No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!».

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