En el Evangelio de San Mateo 25,14-30 el Señor nos hace recuerdo que los talentos que hemos recibido hemos de ponerlos en juego íntegramente, de modo que al final podamos decir con certeza que nada de lo que recibimos nos lo guardamos para nosotros, sino que por el contrario lo dimos todo, sin esperar nada a cambio.
En el Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, tomado de Mateo 25,1-13 el Señor nos enseña a vivir con prudencia, aquella que tiene puesta sus ojos en la Voluntad de Dios Padre, que es distinta a la de los hombres. Es de necios atesorar riquezas, propiedades y todo aquello que habremos de perder irremediablemente al morir,y descuidar lo más importante, es decir lo único que nos puede permitir alcanzar la Vida Eterna: el amor.
En el Evangelio de Mateo 22,34-40 el Señor nos da a conocer aquel Mandamiento central del cristianismo en el que, tal como Él mismo nos dice, podemos resumir la ley y los profetas: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esto es todo lo que debemos aprender, memorizar, interiorizar y hacer para alcanzar la Vida Eterna.
En el Evangelio de Mateo 22,1-14 el Señor nos llama a reflexionar en la invitación que todos hemos recibido a participar en el Reino de los Cielos, como la Boda, la mayor fiesta de nuestras vidas, a la que somos libres de asistir. Sin embargo rechazar esta invitación constituye una insensatez cuyas consecuencias habremos de lamentar. Muchos son llamados mas pocos escogidos.
De un momento a otro, hemos empezado a dar tanta importancia a los derechos, que parece que estos gobernaran nuestras vidas y que todo se redujera a exigirlos y respetarlos. Esta es la gran idolatría de nuestro tiempo. Hemos sacado al Amor y a Dios del centro, para ponernos a nosotros y nuestros derechos.
Cuando el hombre se encasilla de tal modo en sus conceptos y en ideologías construidas para preservar sus preferencias, inclinaciones o costumbres, pierde la perspectiva de la realidad y de la vida. No somos nosotros mismos el fin de la vida, sino Dios, al que llegamos amando al prójimo.
Esto es lo que nos hemos empeñado en confundir, con la ayuda de la perniciosa Ideología de Género, cuya existencia sus principales operadores se dedican a negar, pero que evidentemente existe, tal como lo podemos constatar en la vida cotidiana.
Sea por una conspiración –como muchos sostienen-, o porque han confluido una serie de circunstancias y movimientos, el hecho incontrovertible es que estamos ante una poderosa Ideología Totalitaria que se viene imponiendo a toda la humanidad desde el poder.
La concertación ha sido más sencilla de lograr de lo que imaginamos. Bastó reunir a las personas adecuadas en varias conferencias en la ONU a fines del siglo pasado. Un puñado de tecnólogos y profesionales progres, representantes de movimientos LGTBI y feministas lograron sentar las bases de lo que se viene imponiendo desde la cúpula de aquél Organismo Mundial.
…los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos.
Jesús es el Hijo del Hombre. Es decir, es el Hijo de Dios hecho hombre, como tal, hombre entre los hombres. Es un Misterio que siendo Dios se haya hecho hombre, pero siendo Dios se hizo tan hombre como el que más. Cierto, aunque difícil de comprender.
Lo que hace Jesucristo es parte del Plan de Dios destinado a Salvarnos. Jesucristo hace la Voluntad de Dios. Esa es la única garantía de nuestra salvación. Pero siendo al mismo tiempo Dios y hombre, Hijo de Dios, tendría que estar sobre todo y no ser considerado uno más y mucho menos un extranjero, un extraño.
Es en esto que nos invita a pensar hoy el Evangelio. Quién puede merecer más respeto, honor y distinción que el Creador o el Hijo del Creador, nuestro Salvador. ¡Nadie! Por lo tanto ¿cómo cobrarle impuestos? ¿Cómo pretender someter a nuestra ley a quien está por sobre toda ley, al Autor de las Leyes?
Se trata de una reflexión muy profunda y hermosa. Dios se ha hecho hombre, pero aún así, como hombre, es el primero, no porque Él quiera privilegios, que no los quiere, sino porque es el mismísimo Dios entre nosotros. Los que lo sabemos, así debíamos tenerlo.