Mateo 9,35—10,1.6-8 – el Reino de los Cielos está cerca

Texto del evangelio Mt 9,35—10,1.6-8 – el Reino de los Cielos está cerca

35. Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
1. Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
6. diríjanse más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7. Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.
8. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis.

Reflexión: Mt 9,35—10,1.6-8

Si observamos, el pasaje que nos propone para nuestra reflexión hoy la Iglesia ha sido tomado de distintos versículo muy próximos, pero no contiguos. Ello nos lleva a anticipar que cada grupo encierra una idea y que juntos deben redondearla. Cada una de ellas puede ser tan importante o más que la otra, sin embargo dejando escoger a la inspiración del Espíritu Santo, podemos sentir con mucha fuerza que la idea central, en la que debemos meditar muy profundamente es que el Reino de los Cielos está cerca. Con mucha frecuencia se interpreta erróneamente que ello quiere decir que en cualquier momento llega el fin de este mundo. Por eso incluso desde los primeros cristianos, la primera generación llegó a creer que algunos de ellos vivirían para ver este fin y con él, la instauración del Reino de Dios. Se equivocaron, como es obvio. A pesar del evidente error diríamos que hay toda una escuela de pensamiento que de un modo u otro sigue aguardando el fin inminente, como si sobre esto quisiera advertirnos el Señor cuando dice que el Reino de los Cielos está cerca. Otros, descartando la primera idea presumen que el Señor se refiere a que el Reino está dentro de nosotros, por eso está cerca. Es cuestión de buscarlo mediante una introspección, lo que se logra buscando la paz, el equilibrio, el silencio y la meditación. Ninguna de estas ideas deja de tener algo de cierto, sin embargo nos atrevemos a afirmar que hay otra idea que pretendemos que se aproxima mucho más a lo que el Señor quería revelarnos, que pasaremos a explicar. Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.

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Mateo 9,27-31 – Hágase en ustedes según su fe

Texto del evangelio Mt 9,27-31 – Hágase en ustedes según su fe

27. Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!»
28. Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creen que puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor.»
29. Entonces les tocó los ojos diciendo: « Hágase en ustedes según su fe.»
30. Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Miren que nadie lo sepa!»
31. Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

Reflexión: Mt 9,27-31

Jesús nos da una prueba poderosísima e irrefutable de lo que podemos lograr con la fe en Él. Esta es la garantía de la victoria sobre la muerte, es la garantía de nuestra salvación, la garantía que las promesas de cristo habrán de cumplirse, la garantía de la Vida Eterna. No somos solo nosotros. No es tan solo nuestra fe. Es nuestra fe en Él y con su intervención. ¡Esa es la Gracia que debemos pedir! No siempre será necesario que nos toque, tal como hizo con estos ciegos, porque el Señor puede lo imposible, pero sí será necesario que le pidamos con fe y que de algún modo Él intervenga. Él atenderá nuestras súplicas, pero antes tiene que haberlas, porque es de esta forma que se manifiesta nuestro pedido y nuestra fe. Tenemos que hacer nuestra parte y esta consiste en movilizarnos de algún modo hacia Él y ponernos a su disposición con fe, es decir, creyendo firmemente que habremos de obtener la Gracia que pedimos, porque es buena, porque es justa y corresponde a la Voluntad de Dios. «¿Creen que puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos diciendo: « Hágase en ustedes según su fe.»

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Mateo 7,21.24-27 – entrará en el Reino de los Cielos

Texto del evangelio Mt 7,21.24-27 – entrará en el Reino de los Cielos

21. «No todo el que me diga: «Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
24. «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
25. cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
26. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
27. cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»

Reflexión: Mt 7,21.24-27

Lo primero: al Reino de los Cielos se entra. No sabemos si este llega a nosotros o nosotros llegamos a él; en cualquier caso es irrelevante, porque lo importante es entrar. Ahora que no entra cualquiera. Hay una condición fundamental para entrar, la misma que no necesariamente la cumplen los piadosos, los orantes. No basta tener una vida dedicada a las acciones piadosas y la oración. Hay gente que lamentablemente le da demasiada importancia a esto, que siendo relevante, no es determinante. Nos lo dice el mismísimo Señor. Hace algunos meses trabábamos una gran discusión en la red con alguien que insistía mucho en las formas, concretamente cómo se debía recibir la comunión, si en la mano o en la boca. Y hay un grupo de cristianos que andan sumamente preocupados en recuperar las tradiciones y parece un tema importante, porque de ellas se derivan una serie de consecuencias respecto a nuestro comportamiento, que luego pueden influir en nuestras formas externas de manifestar la fe. Sin embargo ello no debe ser motivo de enfrentamiento y segregación, porque lo que es esencial, lo dice aquí el Señor, es hacer la Voluntad de nuestro Padre Celestial. No todo el que me diga: «Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.

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Mateo 15,29-37 – Él mandó a la gente acomodarse en el suelo

Texto del evangelio Mt 15,29-37 – Él mandó a la gente acomodarse en el suelo

29. Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí.
30. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó.
31. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel.
32. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino.»
33. Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?»
34. Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tienen?» Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos.»
35. Él mandó a la gente acomodarse en el suelo.
36. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente.
37. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

Reflexión: Mt 15,29-37

Hay varias ideas sobre las que podemos reflexionar en este pasaje. Una primera es que el Señor es compasivo; no abandona a los que le siguen, aun cuando sea por el interés de recibir a cambio una curación. Sí, porque todos estaban maravillados con lo que hacía. No era para menos. Imaginémonos en tal situación, ¿no acudiríamos también nosotros en busca de la curación anhelada? Y, aquello, por lo visto, era algo como nunca había ocurrido, ni sucedería después. Se trataba de un suceso extraordinario, que debe quedar así marcado en nuestras conciencias. No estamos frente a un hombre cualquiera, sino frente a la Divinidad, frente al Hijo de Dios vivo, manifestándose como solo Él puede, curando a los hombres de sus dolencias. Él puede curar y lo hace con cuantos acuden a pedírselo. Luego, esta multitud lo sigue maravillada y agradecida por lo que había hecho, olvidándose por completo de todo, incluso de aquello que necesitaban para vivir: su alimentación. Tal es el grado de asombro que suscita el Señor. Ubiquémonos imaginariamente por un momento en aquel lugar: ¿no sentiríamos lo mismo? ¿no estaríamos entre perplejos y confusos? ¿no despertaría en nosotros una admiración desbordante y hasta eufórica que nos impediría alejarnos de Él? Pues aparentemente todo esto y mucho más es lo que siente esta gente, que sigue a Jesús sin reparar si quiera en sus necesidades básicas. Él mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente.

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Lucas 10,21-24 – profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven

Texto del evangelio Lc 10,21-24 – profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven

21. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
22. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
23. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven!
24. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.»

Reflexión: Lc 10,21-24

El Señor es infinitamente misericordioso. Se solidariza con todos los que sufren, con los humildes, con los desplazados, con los segregados por cualquier motivo. No tolera las diferencias que artificialmente vamos creando, sin ningún otro motivo que la soberbia, la vanidad y la codicia. Por eso se alegra muy profundamente y se llena de gozo en el Espíritu Santo al constatar que Dios ha querido revelarse a los simples, a los pequeños, a los humildes, a los despreciados de la sociedad; a los que generalmente no tenemos en cuenta. ¿Cuántas veces pasa que entramos a una habitación y como no encontramos a quien esperábamos o no se encuentra el jefe o la persona distinguida que queríamos, decimos que no hay nadie, cuando en realidad hay posiblemente unas cuantas personas humildes o algunos niños…los ninguneamos con el mayor descaro. Si no encontramos a las personas que prefiguramos en un auditorio, sentenciamos con total subjetividad: no hay nadie, cuando es posible que esté casi lleno, pero no son las caras que deseábamos encontrar. ¡Qué distintos son los criterios y sentimientos del Señor, tal como podemos apreciar! Él se alegra que Dios se haya fijado precisamente en los humildes, en los tenidos por ignorantes o por poca cosa. Él se acerca y saluda efusivamente a aquellos que muchos de nosotros miraríamos por encima del hombro o simplemente haríamos como que no existieran. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

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Mateo 4,18-22 – al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

Texto del evangelio Mt 4,18-22 – al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

18. Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores,
19. y les dice: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.»
20. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron.
21. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó.
22. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Reflexión: Mt 4,18-22

Cuánto podemos aprender de la respuesta de estos discípulos. Vamos reflexionando y desmenuzando lo que nos dejan notar. Primero podemos observar que no se trataba de gente ociosa, recostada en la playa, sin tener nada que hacer. No, se trataba más bien de pescadores, gente sencilla y ruda, acostumbrada al trabajo exigente y fuerte, en condiciones variables, que podían depender del clima, la abundancia de peces y la necesidad. Se encontraban dedicados a los quehaceres propios de su labor, preparándose seguramente para echarse a la mar, cuando pasa Cristo y los llama. Reflexionemos unos segundos en ello. Jesús no busca a la gente desocupada y por lo tanto libre de responsabilidades, sino a gente trabajadora, comprometida. Esto debe servirnos desde el comienzo para no poner excusas cuando sentimos el llamado, como nuestra falta de tiempo o nuestras múltiples ocupaciones, para no seguir a Jesús. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

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Lucas 21,25-28.34-36 – orando en todo tiempo

Texto del evangelio Lucas 21,25-28.34-36 – orando en todo tiempo

25. «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,
26. muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.
27. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
28. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»
34. «Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre ustedes,
35. como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
36. Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escape a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.»

Reflexión: Lucas 21,25-28.34-36

Estos días la Iglesia ha querido que meditemos en torno al fin de nuestras existencias, más allá de cualquier sentido trágico que podamos encontrar en los textos, con los que se buscan persuadirnos a la reflexión, está el descubrir el sentido de la vida y enfocarnos en él de forma coherente, de tal modo que llegado el momento de presentarnos ante el Rey del Universo, podamos sostenernos en pie, es decir, que no tengamos nada de qué avergonzarnos, nada que nos haga flaquear o trastabillar. De allí supongo que nace el dicho que “el que nada debe, nada teme”. Y es que en tal momento, no sabemos cómo exactamente, pero seremos totalmente traslúcidos y transparentes a los ojos de Dios y seguramente de todo el mundo. En un instante serán vistas y reveladas públicamente todas nuestras intenciones y nuestros actos, no quedando nada oculto. ¿Estamos preparados para presentarnos de este modo frente a nuestros hijos, frente a nuestros padres, frente a nuestros hermanos y amigos? ¿Estamos preparados para presentarnos así, totalmente desnudos, frente a nuestro Padre? ¿O nos pasará como aquel pasaje de Génesis (3,8-11) cuando sale Dios Padre a buscar a Adán y Eva y ellos se escondían avergonzados? ¿De qué se escondían? ¿Por qué se escondían?

8. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín.
9. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»
10. Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.»
11. El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?»

Podemos ver cómo conjugan perfectamente ambos pasajes. Solo se avergüenza y esconde quien tiene algo que ocultar, lo que es imposible de lograr frente a Dios, que todo lo ve y todo lo sabe. Aquél día lo veremos y será como revelarnos completamente al mundo, tal como somos. ¿Podremos hacerlo manteniéndonos de pie? Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escape a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.

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Lucas 21,34-36 – que no se hagan pesados sus corazones

Texto del evangelio Lucas 21,34-36 – que no se hagan pesados sus corazones

34. «Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre ustedes,
35. como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
36. Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.»

Reflexión: Lucas 21,34-36

El Señor nos advierte sobre tres aspectos claves que debemos cuidar en nuestro comportamiento y al mismo tiempo insiste sobre el único medio que nos pueden garantizar que esto sea posible: estar en vela orando todo el tiempo. Esto es en lo que debemos reflexionar el día de hoy, a fin de integrarlo a nuestra vida como algo fundamental. Lo que debemos cuidar nos será imposible si no estamos en vela orando todo el tiempo. Ahora tratemos de aclararnos lo que quiere decir. Hay dos aspectos a considerar, el primero es que sin Dios no podemos nada. Nos equivocamos totalmente si pretendemos hacerlo ignorando esta premisa fundamental. La Salvación no es obra nuestra, aunque es verdad que nos llegara a cada uno de modo personal. La Salvación es obra de Dios, porque esa es Su Voluntad, por lo tanto no la alcanzaremos sin Él, así que descartemos cualquier voluntarismo o activismo fundado tan solo en nuestras fuerzas. Así no la alcanzaremos jamás. ¡Jamás! Preocupémonos de haberlo entendido. La Salvación es obra de Dios, no nuestra. Pidamos incansablemente esta Gracia, que Él nos concederá. Tenemos que incorporar a Dios a nuestra vida cotidiana, a cada uno de nuestros pasos, latidos y respiraciones. Sin Él no podemos nada; con Él lo podemos todo. Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso.

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