Lucas 19, 41-44 – ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!

Texto del evangelio Lc 19, 41-44 – ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!

41. Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella,
42. diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos.
43. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes,
44. y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»

Reflexión: Lc 19, 41-44

Es un lamento realmente muy triste al que asistimos hoy. El Señor llora. Siempre lo estamos viendo como el Todopoderoso, aquel que es la Sabiduría encarnada, el que lo sabe y puede todo; aquel al que recurrimos siempre en busca de consuelo o para que atienda nuestras súplicas, y hoy llora. Jesús Llora. ¿Qué puede haber en ese corazón para que de pronto empiece a llorar? Estamos frente a la Divinidad y podemos constatar con cuando dolor se ve obligado a dejar que ocurra todo lo que vendrá. No llora por Él o el sufrimiento y muerte cruel a la que pronto será sometido, sino por Jerusalén. ¿Qué puede ser a los ojos de Jesús Jerusalén, sino este mundo? Jesús llora por el mundo. Llora por ti y por mí. Por nuestra necedad, por nuestra poca fe, por nuestro egoísmo, por nuestra frivolidad, por nuestra falta de solidaridad. Jesús sabe que va morir y le gustaría que este sacrificio pudiera servir para evitarnos el sufrimiento, las caídas, los golpes, el mal trato, el hambre, la pobreza, las enfermedades, el dolor…¡Cómo quisiera que con su muerte bastara! Pero sabe que lamentablemente será imposible librarnos a muchos del dolor y la muerte, porque simplemente no nos dejaremos salvar, porque no creemos. Él no nos puede obligar y no lo hará. Por eso llora, porque mirando Jerusalén nos mira fijamente a cada uno de nosotros y nos dice: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!

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Lucas 19, 11-28 – a todo el que tiene, se le dará

Texto del evangelio Lc 19, 11-28 – a todo el que tiene, se le dará

11. Estando la gente escuchando estas cosas, añadió una parábola, pues estaba él cerca de Jerusalén, y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro.
12. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse.
13. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: «Negocien hasta que vuelva.»
14. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: «No queremos que ése reine sobre nosotros.»
15. «Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
16. Se presentó el primero y dijo: «Señor, tu mina ha producido diez minas.»
17. Le respondió: «¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades.»
18. Vino el segundo y dijo: «Tu mina, Señor, ha producido cinco minas.»
19. Dijo a éste: «Ponte tú también al mando de cinco ciudades.»
20. «Vino el otro y dijo: «Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo;
21. pues tenía miedo de tí, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste.»
22. Dícele: «Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré;
23. pues ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.»
24. Y dijo a los presentes: «Quítenle la mina y dénsela al que tiene las diez minas.»
25. Dijéronle: «Señor, tiene ya diez minas.»
26. – «Les digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.»
27. «»Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, tráiganlos aquí y mátenlos delante de mí.»»
28. Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.

Reflexión: Lc 19, 11-28

Todos hemos recibido nuestra vida con un propósito, que debemos esforzarnos por alcanzar. Sin embargo, las variables que se conjugan en cada vida son muy diversas, comenzando por el tiempo de duración de la misma y siguiendo con las circunstancias históricas, económicas, geográficas, sociales, políticas, religiosas o de cualquier otra índole, que pueden variar de persona a persona. Podemos imaginar que las probabilidades se abren como un abanico casi infinito, sin embargo, la obligación -según Jesús-, será siempre la misma: hacer la Voluntad de Dios Padre. Suena posiblemente extraño, pero así es. Todos tenemos la obligación de cumplir los mandamientos, que Jesús reduce a dos: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Eso es todo lo que tenemos que hacer para alcanzar la Salvación, que es la máxima rentabilidad que podemos obtener de lo que hemos recibido, sin importar cuanto sea en tiempo, inteligencia, habilidad, posición social, política o económica. Todos podemos alcanzar la Salvación sin importar cuanto hayamos recibido, lo importante es que lo apliquemos al 100 por ciento. «Les digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.»

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Lucas 19,1-10 – el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido

Texto del evangelio Lc 19,1-10 – el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido

1. Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad.
2. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.
3. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.
4. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.
5. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.»
6. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
7. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»
8. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»
9. Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham,
10. pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

Reflexión: Lc 19,1-10

Se dice muy fácil, pero es difícil admitirlo, peor aún, aceptarlo. Pensemos por un momento en los personajes más antipáticos de nuestra localidad, aquellos que nadie puede, no solo porque son escandalosamente ricos, sino que encima son avaros y no perdonan un solo céntimo a sus acreedores, que por lo general son gente humilde y de escasos recursos. Algo así tendría que ser la fama de Zaqueo entre la gente del pueblo que seguía a Jesús, así que podemos entender cuál sería la reacción de estos al ver a Jesús entrar en la casa de este publicano que encima era jefe. Tengamos en cuenta que los publicanos cobraban impuestos para Roma, es decir para el Imperio que los tenía sometidos. Imaginemos cuanto podían aborrecerlos y despreciarlos. Allí precisamente entra Jesús con toda decisión. Pero Zaqueo, por lo visto, era un hombre inteligente, al que no se le había escapado quién era Jesús, reconociendo inmediatamente el privilegio de tenerlo en su casa. Ello unido a la conversación que seguramente tuvieron, lo persuadió inmediatamente de cambiar, desprendiéndose de la mitad de sus bienes y devolviendo el cuádruple a quienes había defraudado. Es decir, reconoce que no había sido justo. Es evidente que no pudo resistirse a Jesús y en el acto adoptó medidas correctivas, enmendando hasta donde le era posible sus errores. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

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Lucas 18,35-43 – Ve. Tu fe te ha salvado

Texto del evangelio Lc 18,35-43 – Ve. Tu fe te ha salvado

35. Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna;
36. al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello.
37. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno
38. y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»
39. Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
40. Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó:
41. «¿Qué quieres que te haga?» Él dijo: «¡Señor, que vea!»
42. Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.»
43. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Reflexión: Lc 18,35-43

Vamos aprendiendo a reconocer el modo de hablar de Jesús. Sus Palabras siempre van más allá de lo evidente, porque el ve el mundo desde una perspectiva distinta, desde la perspectiva Divina, como le corresponde al Hijo de Dios. Él no se queda en la superficie, en lo suntuario, en lo anecdótico, sino que va a lo más profundo de nuestro ser, de nuestra naturaleza y nuestros pensamientos. Incluso podemos decir que es monotemático, porque está enfocado en una sola cosa, en lo más importante, como debíamos hacerlo todos. Él ha venido con un solo propósito enviado por el Padre: Salvarnos. Todo lo que hace, cada palabra, cada gesto está orientado a ese fin. Esta es una lección que debemos aprender de Su ejemplo. Ordenar la vida, priorizando aquello que es fundamental y trascendente. Cotidianamente vemos que nos cuesta mucho trabajo hacerlo, por eso somos incoherentes y muchas veces andamos como extraviados. Porque, como diría San Pablo, hacemos el mal que no queremos y el bien que queremos no lo hacemos. Nos falta firmeza en nuestras decisiones y a veces claridad para dilucidar lo que es correcto, distinguiendo la Verdad de la mentira y el engaño. «¿Qué quieres que te haga?» Él dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado.

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Marcos 13,24-32 – mis palabras no pasarán

Texto del evangelio Mc 13,24-32 – mis palabras no pasarán

24. «Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor,
25. las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas.
26. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria;
27. entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28. «De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, saben que el verano está cerca.
29. Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que Él está cerca, a las puertas.
30. Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.
31. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Reflexión: Mc 13,24-32

El Señor mismo nos manda a prestar atención a las cosas que suceden y aplicar nuestra lógica para interpretar los signos de los tiempos. Al igual que las estaciones, la cosecha, la sequía, el peligro, o la bonanza podemos anticiparlas por señales que hemos aprendido a reconocer, cuando se aproxime el fin de los tiempos no podrá pasar desapercibido para quien sabe observar. Pero más allá de este fin que por siglos venimos esperando, oyendo algunas interpretaciones catastróficas especialmente al fin de cada siglo o cada milenio, debemos estar atentos a lo que nos dicen los acontecimientos, tanto comunitariamente, como individualmente, porque es a través de ellos que Dios va desplegando y revelándonos Su Voluntad. Es preciso estar atentos y mirar al mundo con los ojos que lo ve Cristo. Es fundamental conocer a Cristo. ¿Cómo podemos hacerlo? Pues a través de la lectura constante, asidua de Su Palabra en los Evangelios. Esta es una primera conclusión en la que podemos meditar hoy: la necesidad de conocer a Jesús, a lo que solo podemos aproximarnos a través de la constante lectura y meditación de su Palabra. No se trata de hacerlo tan solo en ocasiones especiales, sino de familiarizarnos con ella, leyendo y meditando cada día el segmento que nos propone la Iglesia. Solo así, después de un tiempo y orando al Espíritu Santo para que nos dé su Luz, entraremos en sintonía con Jesús y podremos ver en forma evidente, lo que de otro modo nos resulta incomprensible. Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

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Lucas 18,1-8 – les hará justicia pronto

Texto del evangelio Lc 18,1-8 – les hará justicia pronto

1. Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
2. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
3. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: «¡Hazme justicia contra mi adversario!»
4. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres,
5. como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme.»»
6. Dijo, pues, el Señor: «Oigan lo que dice el juez injusto;
7. y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?
8. Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

Reflexión: Lc 18,1-8

¿Qué nos dice el Señor en este pasaje? ¿Cómo interpretaremos esta parábola? Claramente entendemos que de lo que debemos preocuparnos es de fortalecer nuestra fe. Jesús cumplirá sus promesas: esto debemos considerarlo más sólido y firme que cualquier cosa en el firmamento. Más que el sol, la luna y las estrellas, porque aunque todas estas tienen miles de millones de años, un día no existieron y llegará el día en que desaparezcan, aunque posiblemente nosotros no lo veamos. Una vez establecido y comprendido cuán solidas son las promesas de Cristo, cuan confiables, dejémoslas de lado, porque ellas se garantizan solas y ocupémonos de fortalecer nuestra fe. En otras palabras, ocupémonos de lo nuestro, que el Señor se ocupa de lo suyo, por lo tanto está sólidamente garantizado. No dudemos que el Señor habrá de cumplir cuanto ha prometido y que atenderás nuestras súplicas, ocupémonos de mantenernos firmes en el Camino, pidiendo constante e incansablemente que fortalezca nuestra fe, que nos de valor y decisión para seguirlo, para ser consecuentes, para decir la verdad, para no faltar a la honestidad, para estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos antes que las nuestras, para procurar siempre la unión, la reconciliación y la paz. Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?

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Lucas 17, 26-37 – Quien intente guardar su vida, la perderá

Texto del evangelio Lc 17, 26-37 – Quien intente guardar su vida, la perderá

26. «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre.
27. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos.
28. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían;
29. pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos.
30. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.
31. «Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás.
32. Acuérdense de la mujer de Lot.
33. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.
34. Yo se los digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado;
35. habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada.»
36. Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?» Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres.»

Reflexión: Lc 17, 26-37

Hay que vivir bien. El asunto está en lo que entendemos por vivir bien. Si no tomamos el parámetro correcto corremos el riesgo de creer que depende de cada quien, es decir, de caer en el relativismo, tan en boga en nuestro tiempo, donde todo el mundo hace lo que le viene en gana y siempre encuentra argumentos que lo justifiquen. Pero nosotros, como buenos cristianos, tenemos una sola pauta a seguir, el modelo perfecto. No se trata de gustos u opiniones, ni de lo que le parece a uno u a otro, sino de oír y seguir al Señor. Él es El Modelo. Entonces debemos preguntarnos qué cosa será para el Señor vivir bien, para imitarlo. Pues no es ni de cerca lo que nos vende la televisión, los estereotipos de buena vida que vende la publicidad. No se trata de irme a Cancún a cualquier precio, mientras mi madre se muere. No se trata de pasarla frívolamente bien, recostándome en la pobreza y miseria de otros. No se trata de velar por tu pellejo, sin que te importen un bledo los demás, mientras no se metan contigo. No es el hedonismo, el placer, el disfrutar al máximo todo lo que se me presenta por delante, sin importarme nada más. Esa no es la visión de Jesucristo ni el modelo de vida al que debemos aspirar, porque el mundo se va a acabar. ¡No! Ese modelo solo conduce a la muerte y Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

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Lucas 17,20-25 – el Reino de Dios ya está entre ustedes

Texto del evangelio Lc 17,20-25 – el Reino de Dios ya está entre ustedes

20. Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir.
21. Y no dirán: «Véanlo aquí o allá», porque el Reino de Dios ya está entre ustedes.»
22. Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo verán.
23. Y les dirán: «Véanlo aquí, véanlo allá.» No vayan, ni corran detrás.
24. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día.
25. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Reflexión: Lc 17,20-25

Difícilmente encontraremos algo que nos inquiete e intrigue más que esta afirmación de Jesús: “el Reino de Dios ya está entre ustedes”. Cabría preguntarnos, si esto es así, ¿a qué esperamos? ¿O, cómo es que no lo vemos, que no lo percibimos? ¿Dónde está para creer en él? Qué podemos querer más los cristianos que ser parte del Reino, que participar de él, y si ya está aquí, que nos digan dónde para matricularnos o inscribirnos inmediatamente. He aquí una clara divergencia entre la percepción del mundo de Dios, desde Su perspectiva Divina y la nuestra. Nosotros no tenemos horizonte; nuestra mirada es chata, limitada; se circunscribe a lo que podemos ver con nuestros ojos y palpar con nuestras manos, o por último, oír, oler o gustar. Aunque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nuestros sentidos son muy limitados. Tal vez puedan darnos una idea remota de lo que percibe Dios. Pensemos por un momento cómo verá una rama de pasto una hormiguita, o el chorro de agua que sale de un grifo o la distancia que hay entre el techo de nuestra casa y la del vecino. ¿Qué pasará si le hacemos caer una gota de aceite encima? Podría morir o le costará muchísimo restablecerse. Pues esto nos puede acercar a la perspectiva con la que ve y enfoca las cosas Jesucristo. Primero, creamos en lo que nos dice, aunque no nos resulte tan sencillo comprenderlo. Si Él dice que el Reino de Dios ya está entre nosotros, así es. No lo pongamos en duda, aunque no lo comprendamos. En segundo lugar, esforcémonos por aproximarnos a Su comprensión. Solos no podremos; no está a nuestro alcance. ¡Pidamos su luz! Con Su ayuda nada será imposible. «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: «Véanlo aquí o allá», porque el Reino de Dios ya está entre ustedes.»

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