Un tema que siempre nos inquieta, sobre el cual volvemos una y otra vez en nuestras vidas, algunas veces con mayor acierto que otras es la razón de nuestras existencias. ¿Por qué vivimos? ¿Para qué? ¿Qué hacemos en este mundo al que no pedimos venir? ¿Quién nos ha puesto aquí? ¿Qué espera de nosotros? ¿Qué debemos hacer?
Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre….
Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre…
El panorama que Cristo nos presenta hoy es sombrío. Él quiere que seamos felices y vivamos eternamente, porque esa es la Voluntad de Dios nuestro Padre y Creador. Sin embargo, alcanzarlo no será tan fácil, porque hay oposición.
¿Quién puede oponerse a la Voluntad de Dios? ¿Por qué habría de hacerlo si es lo mejor para todos? El Diablo introdujo la división entre nosotros, lo que hace imposible que nos entendamos, sin la mediación del amor, sin la intervención de Dios.
Cada quien quiere atender sus propios caprichos. Cada quien quiere salirse con la suya, imponer su criterio, imponerse sobre los demás. Todo aquello que nos desune y separa es alentado por el Demonio que no deja de tentarnos.
El Demonio está al acecho
Como hizo con Adán y Eva, nuestros primeros padres, pretende hacernos consentir que no necesitamos a Dios, que no tenemos que seguir Sus mandatos. Que podemos arrebatar y apropiarnos de lo que le corresponde a nuestros hermanos. Que debemos imponernos por la fuerza y dominar.
Son el orgullo, la avaricia, la soberbia, el egoísmo y la ambición encubiertas de mentiras y engaños, las que nos llevan a la disociación, a la usurpación y la violencia. Porque contrariamente al Plan de Dios hemos decidido poner nuestra confianza en las riquezas, en las cosas, en el poder, antes que en Dios.
Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis. No procuren oro, ni plata, ni calderilla en sus fajas…
Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis. No procuren oro, ni plata, ni calderilla en sus fajas…
El Señor nos da un programa de trabajo. Nos da una serie de instrucciones muy precisas para que realicemos la tarea que nos encomienda de modo urgente y perentorio. No hay tiempo. Hay que priorizar.
¿Por qué decimos que no hay tiempo? ¿Cómo sustentamos esa impresión? Porque lo primero que nos dice es que debemos ir proclamando un mensaje muy preciso: que el Reino de los Cielos está cerca.
Alguien podrá decir ¿cómo puede sostenerse que esté cerca después de más de dos mil años? Lo que ocurre es que, si lo pensamos, esa cercanía puede tener por lo menos dos dimensiones: cercanía en el tiempo y cercanía en el espacio.
Tengamos presente que estamos reflexionando en torno al mensaje de Jesucristo, que es al mismo tiempo Dios y Hombre, por lo que su lenguaje y expresiones, siendo comprensibles para cualquiera, tienen un trasfondo que va más allá de los límites comunes.
Todo lo que hace el Señor hay que tomarlo en esa doble lectura, una natural y otra sobrenatural. Son dos vertientes a las que tenemos capacidad de acceder por los ojos y oídos de nuestra mente y de nuestro corazón.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: La mies es mucha y los obreros pocos.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos.
Hay muchísimo por hacer. Eso es lo que el Señor Jesucristo constata cuando ve a la muchedumbre que lo sigue. Y es que estamos todos como perdidos, como ovejas sin pastor. Es decir, como ovejas descarriadas, caminando sin rumbo fijo o siguiendo nuestros apetitos, sin reparar mucho en el camino.
La imagen es realmente desoladora. Sobre todo para quien ama. Es desconsolador, es triste ver a quienes amamos perdidos, deambulando como zombis. Como robots producidos en serie, carentes de corazón, de dignidad, de identidad, de voluntad y autonomía. Esclavos de un programa que siguen al pie de la letra.
Así se presenta a nuestros ojos muchas mañanas la humanidad. Todos corriendo, cumpliendo, atareados, obsesionados por el tiempo, por la hora, por la tarea. La angustia y el stress atormenta a aquellas almas perdidas, incapaces de la ilusión que da una visión panorámica.
Eso es lo mismo que seguramente veía Jesucristo: hijos de Dios, incapaces de verse a sí mismo y reconocer su dignidad. Atribulados por las angustias de cada día, sin posibilidad de levantar la cabeza, erguirse y mirar el horizonte.
«Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.