Juan 21,20-25 – ¿qué te importa? Tú, sígueme

¿Qué te importa? Tú, sígueme

Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.»

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Juan 21,20-25 – ¿qué te importa? Tú, sígueme

Reflexión: Juan 21,20-25

El Señor nos enseña en este texto a ser discretos, a no andar con chismes ni especulaciones respecto a los demás. Ocupémonos del seguimiento del Señor, especialmente en lo que concierne a nosotros, puesto que el Señor se ocupa de aquellos que están bien encaminados. Confiemos en Él y en nuestros hermanos.

Muchas veces somos víctimas de envidia y nos dejamos llevar por bajas pasiones, que, sobre todo en el caso de quienes tenemos cierto recorrido, no deben darse. Nuestro deber es evangelizar, es decir, llevar la Palabra de Dios a quienes no la conocen, a fin que se conviertan y se bauticen. Esta es una tarea común.

Todos cuantos hemos sido tocados por el Señor, hemos de seguirlo. Cada quien desde el carisma que le toque. No debemos perder tiempo en un excesivo celo en lo que hacen los demás hermanos, que para eso también ellos cuentan con el Espíritu Santo. Confiemos en Dios y en nuestros hermanos.

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Juan 17,20-26 – que todos sean uno

Que todos sean uno

No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno.

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Juan 17,20-26 que todos sean uno

Juan – Capítulo 17

Reflexión: Juan 17,20-26

Si el Señor nos enseña a orar con el Padre Nuestro -la oración perfecta-, aquí nos hace testigos del amor con que se dirige al Padre. La oración que hace es bella, hermosa, dulce, tierna, amorosa. Y en el centro de ella: nosotros.

Lo que pide Jesucristo constituye toda una revelación, toda una doctrina en la que tendríamos que detenernos a reflexionar. Para nosotros será un programa de vida, en el que contamos con la oración de Cristo y la Voluntad del Padre. ¿Qué más podríamos pedir?

“Que todos seamos uno”. Este es un misterio, un milagro, que desde que el Señor lo pide, podemos estar seguros que se cumple. Jesucristo aboga ante nuestro Padre Celestial que seamos uno. Un solo cuerpo, un solo espíritu, desde el comienzo hasta el fin.

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Lucas 1,39-56 – la madre de mi Señor

La madre de mi Señor

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

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Lucas 1,39-56 – la madre de mi Señor

Lucas – Capítulo 01

Reflexión: Lucas 1,39-56

A propósito de la lectura escogida por la Iglesia para el día de hoy, pedimos al Espíritu Santo nos ilumine para compartir algunas reflexiones en torno a la Santísima Virgen María, la madre de nuestro Señor, tal como su prima Isabel la saluda con toda razón y humildad.

Cuando uno quiere a una persona, a un amigo o amiga, este amor, cuando es verdadero lo hace igualmente extensivo a la familia del amigo o amiga. Eso es natural, porque amistad significa intimidad, respeto, aprecio por lo que cada uno es y por lo que le rodea. Qué duda cabe que la familia es lo más importante para cada quien.

Respetar a la familia, a los hermanos, a los padres y en especial a la madre de nuestros buenos amigos es totalmente comprensible y natural. Este es el sentimiento que brota espontáneamente en el corazón de cualquier persona bien nacida. ¿Qué menos puede ser nuestro sentimiento a la Virgen María Madre de nuestro Señor Jesucristo?

Siempre que lo pienso no puedo entender la indiferencia e incluso el menos precio que algunos que se dicen cristianos pueden tener contra la Virgen Sagrada María. ¿Qué no es suficiente para respetarla y amarla el que Dios haya querido que su Hijo Jesucristo nazca de sus entrañas?

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Juan 17,1-11a – Esta es la vida eterna

Esta es la vida eterna

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.

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Juan 17,1-11a Esta es la vida eterna

Juan – Capítulo 17

Reflexión: Juan 17,1-11a

Esta lectura es una hermosa oración: las palabras tan dulces y amorosas que Jesucristo dirige a nuestro Padre. ¿Cómo no sentirnos alegres, confiados y en paz luego de escuchar las peticiones de Jesús? ¡Qué mejor intercesión! El Señor nos ha confiado en las mejores manos, las de Dios.

Y como toda vez que el Señor habla, nos da una brillante catequesis, iluminándonos con Su Palabra, de modo que no existan dudas. Su lenguaje es “sintético” (condensa todo en pocas palabras) y simple. Por ejemplo, hoy, simplifica para nosotros en qué consiste la Vida Eterna. Tendríamos que recordarlo siempre.

Lo repetiremos tratando de interiorizar estas palabras de contenido tan fundamental. Si queremos alcanzar la plenitud, si queremos ser felices, hemos de reparar en estas palabras en las que el Señor nos señala el sentido de la vida, la razón de nuestra existencia. Así de trascendente es este discurso.

Es, sin duda, una revelación que el Señor nos hace abierta y expresamente, para que la escuche, como Él dice, quien quiera. El que tenga oídos que oiga. Veamos. No hay Gracia más importante que la Vida. Dicho de otro modo, sin la vida, sin nuestra propia vida, nada tiene valor.

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