Juan 16,29-33 – yo he vencido al mundo

Yo he vencido al mundo

Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.

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Juan 16,29-33 yo he vencido al mundo

Juan – Capítulo 16

Reflexión: Juan 16,29-33

Es un poco sarcástico el Señor en la respuesta que le da a sus discípulos. Tiene un toque de humor, de quien nos conoce perfectamente y sabe de qué pie cojeamos, como para dejarse cegar por un entusiasmo repentino, que Él sabe que lamentablemente es muy endeble. Jesús nos conoce y así nos ama. Cuenta con nuestra debilidad.

Pensemos un poco en esto, si no es precisamente una Bendición. Jesucristo es Infinitamente Misericordioso, como lo es nuestro Padre. Por eso no se da por vencido y traza un Plan de Salvación Perfecto. A nuestros ojos a veces nos parece ininteligible. Al extremo que muchos lo consideran y ven como una derrota. ¿Qué es eso de nacer en un pesebre y morir en una cruz?

Es que la sola mención parece de locos. Por eso algunos llaman a este suceso la “locura de la cruz”. Y es que el Señor hace todo lo contrario a lo que manda este mundo. ¿Por qué? Porque precisamente Jesucristo no se ciñe a las leyes ni mandatos de este mundo, Él no está sujeto a estos mandatos, porque sobre el mundo manda el Demonio, es decir, el Príncipe de este mundo.

¿Cómo habría Jesucristo de sujetarse a lo que el Demonio dicta? ¡Imposible! Por eso es preciso derrotarlo. Y lo hace, imponiendo la Ley de Dios. Es decir, la Ley del Amor. La rebeldía de Satanás fue la desobediencia a Dios; querer imponerse a Él y ganarnos a nosotros, creaturas de Dios. Esto es lo que cuenta el Génesis.

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Mateo 28,16-20 – hagan discípulos a todas las gentes

Hagan discípulos a todas las gentes

Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

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Mateo 28,16-20 hagan discípulos a todas las gentes

Mateo – Capítulo 28

Reflexión: Mateo 28,16-20

Esta es la esencia del cristianismo. Los cristianos tenemos una Misión que emana de un mandato dado por Jesucristo. Un mandato se da para obedecerlo y lo da quien tiene autoridad para hacerlo. Si alguien nos habla imperativamente es porque tiene autoridad, de otro modo estaría loco o perdiendo el tiempo.

Jesús ni está loco, ni ha venido a perder el tiempo. Como alguna vez lo hemos dicho y lo sostenemos, porque es nuestra propia experiencia: en las palabras del Señor no hay desperdicio. Nada se dice que sobre, que pueda ser omitido u ocultado. ¿Por qué? Porque se trata del mismo Dios hecho hombre. Es un misterio que no llegamos a comprender plenamente, pero que lo hace distinto.

Jesucristo por eso, es al único que le corresponde aquel título que Él mismo se da, que es a la vez todo un atributo exclusivo: “El Hijo del Hombre”. ¿Cómo podríamos interpretarlo? Como la esencia del hombre o como el hombre por excelencia. Como el mejor representante del hombre, el que reúne todas sus cualidades y atributos, pero es al mismo tiempo Dios. El Hijo del hombre nos representa y encarna a todos. Es Él quien nos abre las puertas del Cielo.

Verdadero Dios y verdadero Hombre, ese es Jesucristo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Misterio, lo dijimos desde el comienzo, pero no por oculto, sino por inabarcable. Hay realidades sobrenaturales que nunca llegaremos a comprender en este mundo, pero quedarán totalmente expuestas en cuanto podamos estar bajo la presencia de Dios mismo en el Cielo.

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Mateo 11,25-30 – hallarán descanso para sus almas

Hallarán descanso para sus almas

Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

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Mateo 11,25-30 hallarán descanso para sus almas

Mateo – Capítulo 11 – Entre la fe y la incredulidad

Reflexión: Mateo 11,25-30

¿De dónde viene el descanso? ¿De dónde viene la paz que Jesucristo nos ofrece? De la fe. Y es que no hay nada como saber que Dios está en control de todo. Que todo lo hizo perfecto y que lo que quiere es que seamos felices y vivamos eternamente. Nadie nos ama como Él. Nadie nos ha amado ni nos amará más que Él, con un amor verdadero, con un amor misericordioso, completo, total.

Acurrucados en este amor, ¿cómo no sentir paz? ¿cómo no sentir alivio? No hay absolutamente nada que Él no haga por sostenernos, por protegernos, por defendernos, por darnos paz, tranquilidad, amor y felicidad. ¿Qué otra cosa podemos necesitar? ¿Es que puede haber algo más grande? ¿Es que puede haber algo mejor a lo que Dios nos ofrece? ¡No, no lo hay! Entonces mantengámonos unidos a Él, con la mirada fija en Él. Como Pedro, en el monte tabor, tendríamos que exclamar: ¡Qué bien se está aquí!

Y es que quien tiene a Dios, nada le falta, tal como expresaba Santa Teresa. Quien ha encontrado a Dios, ha encontrado el tesoro de los tesoros. No hay nada superior; no hay nada por lo que valdría la pena cambiarlo. No hay nada que se le parezca, en ningún sentido. Él constituye nuestra alegría plena; la felicidad total. Por eso, el sabernos con Él nos da paz, nos da alivio, nos da descanso. ¡Qué más podemos querer!

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Juan 16,16-20 – su tristeza se convertirá en gozo

Su tristeza se convertirá en gozo

En verdad, en verdad les digo que llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará. Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo.

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Juan 16,16-20 su tristeza se convertirá en gozo

Juan – Capítulo 16

Reflexión: Juan 16,16-20

En el diálogo entre Jesús y sus discípulos hay varios malos entendidos, de donde surgen dudas, temores y falta de confianza. Ocurre con ellos, como con nosotros, que no queremos oír ni entender lo que no nos gusta. Es como que se nos nubla la razón para entender lo que debía ser evidente para nosotros, dadas algunas referencias o datos que conocemos. Hay realidades de las que preferiríamos no saber y simplemente las ignoramos y luego resultan piezas claves para la comprensión de todo el panorama.

Lo que estamos tratando de desentrañar, resulta evidente en el caso de los discípulos, puesto que ellos presenciaron personalmente –nadie se los contó-, hechos extraordinarios realizados por Jesús desde el inicio. No fueron pocas las curaciones milagrosas, los demonios expulsados e incluso los muertos resucitados, para no hablar de calmar las olas o caminar sobre las aguas. ¿De cuántas cosas más serían testigos que no están escritas? Porque se entiende que no todo lo que vivieron pudieron escribirlo detalladamente en los Evangelios.

Queremos ver siempre las cosas a nuestro modo, según nuestro criterio, nuestra lógica y buen entender. A veces, y especialmente en lo más importante, nos falta la humildad necesaria para reconocernos limitados, dando crédito a otras explicaciones y especialmente si estas provienen de Dios. No es lógico ponerlas en duda. Lo aconsejable sería meditarlas, poner empeño en comprenderlas y por último, aceptar que no seremos capaces de comprenderlo todo hasta que no nos encontremos en presencia de Dios.

Entre tanto, hemos de obedecer los mandatos del Señor y pedir la Gracia del Espíritu Santo para que nos revele aquello que es posible y nos de obediencia absoluta y humilde en aquello que no está a nuestro alcance. Es que no podemos pretender comprenderlo todo para entonces acatar, pues de este modo no sería necesaria la fe a la que el Señor apela y se empeña en promover entre nosotros.

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La esperanza cristiana

El santo padre Francisco ha proseguido este miércoles en la catequesis que realiza en la audiencia general, con el tema de la esperanza cristiana, partiendo del sentimiento de fracaso de los apóstoles y seguidores de Jesús después de su crucifixión.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el Evangelio de Lucas. Imaginemos la escena: dos hombres caminaban decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así.

Los dos peregrinos cultivaban sólo una esperanza humana, que ahora se hacía pedazos. Esa cruz erguida en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si de verdad ese Jesús era según el corazón de Dios, deberían concluir que Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal.

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