Juan 15,12-17 yo los he elegido a ustedes

Yo los he elegido a ustedes

No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca

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Juan 15,12-17 yo los he elegido a ustedes

Juan – Capítulo 15

Reflexión: Juan 15,12-17

Cristo, luego de darnos a conocer el resumen de la ley y los profetas en los dos únicos mandamientos de “amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”, nos da su propio mandamiento que en realidad condensa el anterior: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Y, ¿cómo nos ha amado Jesucristo? Él mismo lo dice en este texto, hasta dar su vida por nosotros. Esa es la medida, ese el extremo al que hemos de llegar.

Cuantas veces nos irritamos y perdemos la paciencia con los nuestros, con nuestros cónyuges o nuestros hijos, por tonterías, por caprichos o por malos entendidos que dejamos prosperar por falta de caridad. Cuantas veces en la calle perdemos los papeles por una nimiedad. Debemos hacer el esfuerzo de resistir a estas reacciones abruptas que muchas veces tienen su origen en la soberbia o el egoísmo.

Exigimos un trato acorde con nuestro estatus de padre, abuelo, maestro, profesional, jefe, letrado, autoridad, político o miembro de la curia y por este solo detalle dejamos de ver en el hermano o hermana -que por alguna razón nos interpela-, a Jesucristo. Es más fuerte en nosotros el deseo que nos reconozcan, que nos agradezcan, que nos den nuestro lugar, que nos distingan dándonos “el trato que merecemos”, antes que aprovechar la oportunidad de establecer contacto con el prójimo y amarlo, como nos manda Cristo.

Otras veces simplemente nos escondemos en nuestra coraza invisible de egoísmo e indiferencia, para no dejar que se altere la paz y comodidad en la que vivimos. Hacemos caso omiso de lo que sucede más allá de nuestras narices, para no comprometernos, ni vernos envueltos en “problemas ajenos”. Poco a poco vamos endureciendo nuestros corazones, hasta no dejarnos afectar por nada ni por nadie. A eso contribuye la cultura de muerte en la que vivimos inmersos, las noticias, la televisión e internet que paulatinamente van adormeciendo nuestras conciencias hasta hacernos completamente indiferentes. Nos dejamos inocular por una vacuna contra todo lo que no sea yo, mi me, conmigo.

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Juan 15,9-11 – permanecerán en mi amor

Permanecerán en mi amor

Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

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Juan 15,9-11 permanecerán en mi amor

Reflexión: Juan 15,9-11

¿Qué podemos decir? La vida no tendrá ningún sentido si no alcanzamos la Vida Eterna, porque para eso fuimos creados. Para eso nos hizo Dios. Cada cosa, cada objeto, cada sujeto en el Universo ha sido creado por Dios con un propósito. Nada es inútil; nada sobra, ni nada falta. La obra de Dios es perfecta. No podría ser otro modo, procediendo de su Poder y Sabiduría Infinitas.

Nosotros fuimos creados por Dios para alcanzar la Vida Eterna. Esto es lo único que da sentido a nuestras vidas; este es nuestro propósito. Nuestras almas no descansarán hasta conseguirlo. ¿Cómo asegurarnos de lograrlo? ¡Amando! Dando muchos frutos. Los dulces frutos del amor, que exigen entrega, unión, paz, perseverancia y fe. Todo esto está a nuestro alcance por Gracia de Dios, quien nos creó únicos e irrepetibles. ¡Esa es Su Voluntad! ¡Él quiere eso para nosotros!

¿Por qué Dios pondría a nuestro alcance la capacidad de obtener Sus promesas? Porque nos ha creado por amor y para el amor. Nada quiere más el Señor que nuestro Bien. Y lo quiere, sin ninguna condición. Por eso lo puso en nuestras manos aun antes que existiéramos. Es decir que en ello no hay mérito alguno nuestro. No hemos hecho nada para merecerlo. No es un premio o recompensa por nuestro esfuerzo. Es la Voluntad Misericordiosa de Dios Padre Creador. Descubrirlo solo puede movernos a la gratitud y alabanza.

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La esperanza cristiana

Catequesis del Papa Francisco sobre la esperanza en la audiencia del 17 de mayo de 2017

El papa Francisco prosiguió con la serie de catequesis sobre la virtud de la esperanza. Este miércoles la centró en la figura de María Magdalena, relacionándola con el tiempo pascual.

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los ungüentos perfumados. La primera que llega es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.

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Juan 15,1-8 – pidan lo que quieran

Pidan lo que quieran

Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.

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Juan 15,1-8 pidan lo que quieran

Juan – Capítulo 15

Reflexión: Juan 15,1-8

Tenemos entre manos un poder que no alcanzamos a imaginar. No tiene límites. Y andamos pensando en varitas mágicas, en super héroes, en genios o lo que es peor, en dinero. Vamos deseando tantas cosas, tantas circunstancias y no somos capaces de ver lo que el Señor ha puesto en nuestras manos. No es solamente que nosotros podamos querer algo, sino que Dios Padre quiere que demos mucho fruto. Más aun, el Señor recibe Gloria si damos fruto y somos discípulos seguidores de Jesucristo.

Todos queremos dar frutos, todos queremos ver que nuestra vida y nuestros esfuerzos han valido la pena. Nos empeñamos y esforzamos por esto. Sin embargo, habría que preguntarnos, si lo que nos hemos propuesto, si los frutos que con tanto sacrificio y esfuerzo queremos lograr valen en realidad la pena. ¿Cómo saberlo? El análisis es muy sencillo en realidad. La respuesta exige honestidad y sinceridad. Tenemos que preguntarnos: ¿Son estos los frutos que Dios quiere? Si no lo son, no valen la pena. ¿Por qué? Porque habiendo tantas vides, solo hay una verdadera y es Jesucristo.

Que Jesucristo sea la vid verdadera es una revelación de la cual debemos tomar nota. Quiere decir no hay otra vid que valga la pena, porque son sólo los frutos de esta vid los que importan, los que cuentan para Dios. Si ya lo sabemos, lo que tenemos que hacer es prendernos de sus ramas, como un injerto, para así asegurarnos de dar los frutos que espera el Padre. Entonces nuestro fruto será preciado y abundante, porque estaremos unidos a Cristo, la vid verdadera.

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Juan 14,27-31a – mi paz les doy

Mi paz les doy

Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde.

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Juan 14,27-31a mi paz les doy

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,27-31a

Muy hermoso pasaje en el que el Señor nos anticipa lo que será el epílogo de esta historia, sin dejar de reforzarnos la fe, la auténtica fe que espera de todos y cada uno de nosotros, aquella que nos permita dar el salto al vacío sin ningún temor, sabiendo que Él nos asirá. Es precisamente esta fe el fundamento de la paz. Por eso la paz que nos da el Señor es distinta a toda paz. Es profunda e infinita.

Pensemos un momento, si el Señor ha vencido a la muerte, si ha vencido a la oscuridad, a la mentira, al dolor y finalmente al Príncipe de este mundo, ¿a qué podemos temer? Nada, absolutamente nada nos amenaza ya. De este modo, no hay nada que valga un segundo de aflicción, preocupación o angustia nuestra. ¡Hemos sido salvados! ¡Nadie puede robarnos esta certeza fundada en la fe! Así, pueden llegar cataclismo, pestes, guerras, torturas y toda clase de calamidades o adversidades, ninguna prevalecerá sobre la Voluntad de Dios. Es de esta certeza que procede nuestra paz, la paz que nos da el Señor y la paz que debemos llevar al mundo.

La paz que nos da Cristo tiene su fundamento en la fe, hemos dicho, pero ¿fe en qué? En que Jesucristo nos ha salvado, cumpliendo la Voluntad de nuestro Padre. ¿Por qué quiere salvarnos el Padre? Porque nos ama, con un amor infinito, como solo Él puede amar. ¿No es esta una Buena Noticia? ¡Claro que sí! De eso tratan precisamente los Evangelios que debemos dar a conocer al mundo entero. Nada ni nadie deben impedirnos proclamar esta Buena Nueva. ¡Todos deben conocerla! ¡Esto es llevar paz, alegría, felicidad a todos los corazones! ¡Llevemos esta noticia para que nadie sufra más!

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La paz de Dios

Francisco en Santa Marta: ‘la paz es un don de Dios y no la anestesia que da el mundo’
Una paz sin la Cruz no es la paz de Jesús, la paz verdadera va en medio de las tribulaciones

La paz verdadera no podemos fabricarla nosotros. Es un don del Espíritu Santo. “La paz que nos ofrece el mundo es una paz sin tribulaciones; nos ofrece una paz artificial”, una paz que se reduce a una “tranquilidad”.

Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de este martes en la misa de la Casa de Santa Marta, en la que añadió: “Una paz sin la Cruz no es la paz de Jesús” y recordó que sólo el Señor puede darnos la paz en medio de las tribulaciones.

Francisco desarrolló su reflexión a partir de las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos en la Última Cena: “Les dejo la paz, les doy mi paz”.

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Juan 14,21-26 – El que tiene mis mandamientos

El que tiene mis mandamientos

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.

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Juan 14,21-26 El que tiene mis mandamientos

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,21-26

¿Quieres ser reconocido como cristianos? ¿Quieres ser contado entre los santos? ¡Guarda los mandamientos de la Ley del Señor! Al igual que la fe, el amor no se manifiesta de otro modo que con obras. Por eso Jesucristo nos pide tener, guardar, obedecer Sus mandamientos para ser amados por el Padre y por Él. No hay otra forma de manifestar amor por Dios que amando a los hermanos, amando al prójimo. Por lo tanto el mandato es a amarnos los unos a los otros. Y el amor no se reduce a manifestaciones líricas, por más hermosas que estas puedan ser, es preciso mostrarlo con la vida misma.

La mejor definición del amor la encontramos en la Primera Carta a los Corintios, Capítulo 13, que se lee –a modo de oración- en todos los matrimonios religiosos católicos. Estos versículos tan hermosos, tan profundos, con imágenes y palabras como solo podían haber sido seleccionadas por el Espíritu Santo, teniendo capacidad para transformar al mundo, no lo harán si nosotros mismos no las ponemos en práctica en nuestra vida cotidiana. Pasa con frecuencia que a los más evidentes, a los que tenemos más cerca, los damos por descontados y es posiblemente donde primero y sobre todo debemos manifestar nuestro amor.

Tengamos en cuenta que el cristianismo -y por lo tanto la fe-, no es nada más que el ejercicio del amor; el amor puesto en práctica. Este es el único mandamiento de Dios: amarlo por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. No hay más que estudiar ni aprender. Estaremos de acuerdo en que, teóricamente al menos, ser cristiano es lo más sencillo del mundo. Solo basta un twitt para comunicar la esencia de la doctrina de Cristo y no se necesitan estudios superiores, ni títulos, ni doctorados y mucho menos riqueza o poder para comprenderla.

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Juan 14,1-12 – No se turbe su corazón

No se turbe su corazón

No se turbe su corazón. Creen en Dios: crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, se los habría dicho; porque voy a prepararles un lugar.

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Juan 14,1-12 No se turbe su corazón

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,1-12

¡Cómo no sentirnos amados por Jesucristo con tan dulces palabras! Él no quiere que nuestro corazón esté turbado, que andemos afligidos, preocupados. Él quiere que tengamos paz. La paz de aquel que ha depositado toda su confianza en quien vela por él y solamente le puede hacer bien. Esa es la paz que solo puede provenir de Jesucristo y de nuestro Padre Celestial. Ha llegado el momento que entendamos la Trinidad y Jesucristo nos la explica muy claramente en estos versículos, aun cuando solo se refiera explícitamente al Padre y al Hijo.

Este gran Misterio de la Trinidad, tres personas distintas pero un solo Dios verdadero nos lo explica muy claramente Jesús aquí. Hablando del Padre y del Hijo, es claro que son dos personas distintas, sino no se referiría a cada una en forma independiente. Sin embargo, quien conoce a Jesucristo, conoce a Dios Padre, nos lo dice Jesús, porque hay tal comunión de Voluntades, de Corazones, de pensamientos, de sentimientos, que en la práctica no existe diferencia entre uno y otro, porque Jesucristo hace y dice lo que el Padre le comunica. Hay completa armonía y comunidad entre ellos, la misma que desde luego hay con el Espíritu Santo, que es el mismísimo Espíritu de Dios.

Es un Misterio, es verdad, que se nos hace algo difícil entender, pero es que no debemos tratar de entenderlo con nuestra pobre razón, porque está más allá de nuestra capacidad. Lo que tenemos que hacer es CREER. Es Jesucristo el que nos revela este misterio y lo hace de un modo tan natural y al mismo tiempo contundente, que hemos de creer en Él. De eso se trata. Creamos por lo que vemos. Si somos honestos tendremos que concluir en que hemos visto suficiente como para creer y dejar de pedir, como Felipe, que nos muestre al Padre. ¡Demos crédito a Su Palabra! ¡Confiemos en Jesús!

Jesucristo quiere darnos la paz a nuestros corazones, que vivamos alegres, sin turbaciones, confiando en que estamos en las manos de Dios, quien vela por nosotros y nos tiene reservado un lugar en Su Reino, un lugar que el mismo Jesucristo irá a preparar y al que vendrá a llevarnos, para que estemos donde Él está. ¡¿Qué más podemos pedir?! Apacigüemos nuestros corazones y confiemos en Él. ¿Cómo podemos mantener la calma y la paz, si sufrimos tantos ataques, desprecio, acoso y violencia? ¿Cómo mantener la paz si padecemos en el propio cuerpo la fragilidad de la vida, expuesta no solo a la maldad de algunos, sino a la enfermedad y el deterioro propio de la ancianidad?

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