Juan 14,7-14 – el Padre está en mí

El Padre está en mí

Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, créanlo por las obras. En verdad, en verdad les digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago

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Juan 14,7-14 el Padre está en mí

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,7-14

Dos reproches seguidos hace el Señor a los discípulos. Primero a Tomás, quien no sabe a dónde va y ahora a Felipe, que pide que les dé a conocer al Padre. Pero hace rato que el Señor viene manifestando que quien le conoce a Él, conoce al Padre, porque Él no hace sino la Voluntad del Padre, aquello que Él le manda. ¿Y, qué le ha mandado? Salvarnos. Para eso ha venido Jesucristo al mundo, no para condenarnos. Y es que el Padre no quiere que ni uno solo de Sus hijos se pierda. Esta ha sido la tarea encomendada a Jesús.

Todo lo que hace el Señor acredita lo que dice, por eso nos pide creerle, sino por su Palabra, al menos por las obras que realiza. Y son muchas las cosas extraordinarias que ya hemos visto a través de los discípulos y aun lo veremos resucitar al tercer día de entre los muertos y ascender al cielo. Todo eso es posible porque Él ha venido enviado por Dios; porque es Hijo de Dios y porque Éste le ha encomendado una Misión: Salvarnos. ¿Cómo hacerlo? Mostrándonos el Camino que conduce a Dios. ¿Por qué habríamos de creerle? Porque Sus obras acreditan sus Palabras.

Es preciso creer para salvarnos, porque solo creyendo haremos lo que nos manda. ¿Por qué? Porque Sus mandatos son exigentes, requieren sacrificio y entrega de nuestra parte. Lo que Dios nos manda, por boca de Jesucristo, es contrario a los caminos de este mundo. Jesucristo nos manda amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, en un mundo en el que cada quien quiere hacer o que le viene en gana, según sus deseos y comodidad, en el que se rinde tributo al dinero, a la fama, al placer y al egoismo; en un mundo donde pocos están dispuestos a sacrificarse por los demás.

¿Por qué hacer lo que Cristo nos manda? Solo porque Él dice que es el Hijo de Dios. ¿Qué pruebas nos presenta? Porque dice que Dios es nuestro Padre y que nos ha creado para que tengamos vida en abundancia. ¿Por qué habríamos de creerle, si encima amenaza nuestra comodidad y nuestras riquezas? ¿Por qué habríamos de dejar todo lo que tenemos y cambiar de camino? Solo si tuviéramos la certeza de una gran recompensa, que lo justifique, lo haríamos. Pero hay algunos entre nosotros que somos inmensamente ricos…¿Cómo vamos a dejar nuestro dinero, nuestros bienes y propiedades? ¿A cambio de qué? ¿Con qué seguridad? Por eso, tal como dice el Señor, ellos difícilmente entrarán en el Reino de los Cielos.

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Juan 14,1-6 – Nadie va al Padre sino por mí

Nadie va al Padre sino por mí

«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.

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Juan 14,1-6 Nadie va al Padre sino por mí

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,1-6

Estamos destinados a peregrinar al Padre. A transitar por el Camino. Pero no se trata de una determinación fatalista, como pretenden quienes niegan a Dios precisamente porque sienten que los obliga a llevar una vida según Sus mandatos. Esto no es cierto, aunque ellos lo utilicen como excusa. Quien quiere evadirse de su responsabilidad, siempre encontrará excusas y cuando le hagan falta, las creará. Lo cierto es que Dios no obliga a nadie, pero el que no elige este Camino, yerra.

¿Quiere decir que solo hay un Camino? Cierto. Nos lo dice Jesucristo hoy: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. No hay otra forma de llegar al Padre, que es el destino para el cual fuimos creados, que oyendo y haciendo lo que Jesucristo nos manda. El Camino está en oír y hacer. No basta con solo oír y entonces conmoverse, pensar y tener buenas intenciones. Recordemos las Bienaventuranzas: hay que dar de comer y beber, visitar a los enfermos y a los presos, consolar a los que sufren, buscar la paz y la justicia…Hay que amar.

En otro texto Jesucristo nos dice que debemos escoger entre Dios y el Dinero, dándonos nuevamente a entender que no existen vías alternativas. Solo hay un Camino, es Él. No hay matices, ni tampoco está sujeto a la subjetividad. No depende de cada uno. No se trata de lo que le pueda parecer a cada quien, ni aquello en lo que encontremos mayor simpatía. El Camino es uno y está reñido con el Dinero. Es excluyente.  ¿Qué es o qué representa el Dinero? Todo aquello que no nos conduce a Dios, es el Dinero, proviene de la mentira, del engaño, del error, de la oscuridad, de las tinieblas, del Demonio y nos conduce a la muerte.

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Juan 13,16-20 – dichosos serán si lo cumplen

Dichosos serán si lo cumplen

En verdad, en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos serán si lo cumplen.

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Juan 13,16-20 dichosos serán si lo cumplen

Juan – Capítulo 13

Reflexión: Juan 13,16-20

Hay una íntima comunidad de amor entre el Padre y el Hijo, al igual que lo debe haber entre el Hijo y a quien Él envía. El amor y la misma Misión nos hacen misteriosamente uno, porque así lo ha dispuesto Dios. No se trata entonces de declaraciones verbales, ni de poesía, ni de pensamientos o intenciones. La unión es más profunda que eso y determina comunidad en la acción, esto quiere decir que todos siendo parte de la misma obra somos iguales.

Así lo ha dispuesto el Señor. La mejor forma de agradecer y bendecir es acoger la Palabra de Dios y hacer lo que nos manda. Es una promesa y al mismo tiempo un misterio tan grande el que nos revela el Señor, que bien vale la pena detenernos en Él para tratar de interiorizarlo y hacerlo nuestro. Seremos dichosos si cumplimos. ¿Qué es lo que tenemos que cumplir? La Voluntad de Dios, es decir, aquello que se nos ha encomendado.

¿Qué nos une con Jesús? Que Él como nosotros, hemos sido enviados. Él fue enviado por el Padre y nosotros por Cristo. El envío es con un mismo propósito. Hay un propósito común en el envío que hace Dios Padre a Jesucristo, y en el que Jesucristo nos hace a nosotros. Ambos hemos sido enviados. Siendo Jesucristo Hijo de Dios y fiel hasta el extremo, nos transmite el envío del Padre tal como lo recibió y nos manda hacer lo mismo. Jesucristo nos ha traído una Buena Nueva; nosotros –como enviado de Cristo-, tenemos que hacer exactamente lo mismo.

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María ejemplo de esperanza

El Papa Francisco dedicó la catequesis pronunciada durante la Audiencia General del miércoles a reflexionar sobre la esperanza cristiana, en concreto sobre María como ejemplo de esa esperanza.

“María no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha”.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy miramos a María, Madre de la esperanza. María ha atravesado más de una noche en su camino de madre. Desde la primera aparición en la historia de los Evangelios, su figura emerge como si fuera el personaje de un drama.
No era simplemente responder con un “si” a la invitación del ángel: sin embargo, ella, mujer todavía en la flor de la juventud, responde con valentía, no obstante, no sabía nada del destino que le esperaba. María en aquel instante se presenta como una de las tantas madres de nuestro mundo, valerosa hasta el extremo cuando se trata de acoger en su propio vientre la historia de un nuevo hombre que nace.

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Juan 12,44-50 – su mandato es vida eterna

Su mandato es vida eterna

…yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna.

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Juan 12,44-50 su mandato es vida eterna

Juan – Capítulo 12 – de nuevo le glorificaré

Reflexión: Juan 12,44-50

La Palabra del Señor contiene una riqueza y una sabiduría incomparables. Juan el evangelista, cuyo texto ha escogido hoy la Iglesia nos presenta esta Palabra de un modo extraordinario, dificultándonos la selección de una frase o un solo versículo para centrar nuestra reflexión. Sin embargo y sin descartar nada queremos quedarnos con la idea de aquello que Dios Padre pone a nuestro alcance: la Vida Eterna. Pero agrega “Su mandato…” Quiere decir que el que hace lo que Dios Padre nos manda, alcanza la Vida Eterna. Su mandato ES Vida Eterna. Vida Eterna para quien lo cumple. Así Él lo ha dispuesto y así será. ¿Creemos o no? Si creemos, lo lógico será que cumplamos y si cumplimos la alcanzaremos.

Esta es la Buena Noticia. Esto es lo que todo el mundo debe saber. Esta es la Puerta. Este es el Camino. Si lo seguimos, ya sabemos a dónde nos conduce. La promesa está ahí, al alcance de todo aquel que la quiera alcanzar. Y este mensaje tiene que ver con Jesucristo, porque es Él quien nos lo trae, quien nos lo da a conocer claramente. Esa es Su Misión. Desde esta perspectiva podemos entender Su afirmación, que Él no juzga, porque no ha venido a juzgar al mundo, sino a Salvarlo. Esto es lo que debemos entender para no dejarnos confundir. Jesucristo ha venido enviado por el Padre a Salvarnos, no a juzgarnos y mucho menos a condenarnos. ¡La noticia es excelente! ¡Ha de ser la mejor noticia que podríamos oír! ¡Esta es la Buena Nueva!

¿Quiere decir que nadie se pierde, que nadie se condena? ¡No! Quiere decir que hay que hacer lo que Dios nos manda, porque en el cumplimiento de este mandato está la Vida Eterna. ¿Quiere decir que quien no cumple Su mandato se condena y se pierde? ¡Sí! ¿Por qué? Porque es necedad no hacer lo que uno debe hacer. Si estás dando una prueba de matemáticas, en lo que eres malo y viene Einstein y te dice cómo hacerlo, ¿te negarías a hacer lo que te manda? Si lo haces, es decir si te niegas a aceptar su consejo, ¿no serías un necio? Y si entonces desapruebas el examen ¿de quién sería la culpa? Solamente tuya ¿no es verdad?

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Juan 10,22-30 – Yo y el Padre somos uno

Yo y el Padre somos uno

El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

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Juan 10,22-30 Yo y el Padre somos uno

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,22-30

Jesucristo ha venido a salvarnos. Todo lo que hace es únicamente para que le creamos. Para suscitar nuestra fe. ¿Por qué es importante créele? Porque nos está pidiendo que le sigamos, lo que implica un cambio de vida. ¿Pero cómo habremos de hacerlo si no le creemos? Vivir según la premura que exigen los tiempos demanda fe. De otro modo ¿por qué inquietarnos? ¿por qué dejar la comodidad? ¿por qué sacrificarnos?

Y es que el seguimiento de Cristo exige caminar cuesta arriba, cargando con todo lo que somos y atrayendo a nuestros hermanos. El que cree, se esfuerza por vivir hoy plenamente, es decir, como si fuera su último día. Pero, cuidado ahí, que más de uno interpretamos estas palabras como complacernos y gozar de todo. No es eso a lo que nos llama el Señor, lo que no quiere decir que debamos rechazar la alegría o el placer. Nada más equívoco.

Nosotros somos portadores de una Buena Nueva, de una Buena Noticia, de hecho, de la mejor noticia que alguien podría haber recibido. ¿Cómo vamos a darla con cara compungida, triste o amargada? ¡Jamás! Esta noticia es de tal magnitud, que no podemos esperar transmitirla, que no escatimaremos esfuerzos por llevarla inmediatamente, empezando por quienes tenemos más cerca, pero siguiendo con toda la humanidad.

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Juan 10,11-18 – doy mi vida por las ovejas

Doy mi vida por las ovejas

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

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Juan 10,11-18 doy mi vida por las ovejas

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,11-18

Jesucristo no nos revela nada descabellado, nada que tengamos que aceptar contra la lógica y el buen proceder o la buena conducta humana. Y es que Dios no es contrario a nuestra naturaleza y en ella subyace Su Voluntad que resuena en nuestras conciencias como un mandato. Esto quiere decir que no está velado para nuestra inteligencia conocer lo que debemos hacer en cada ocasión, ajustándonos a la verdad, es decir, al propósito de todo lo creado.

Es lógico que esto sea así, porque nosotros procedemos de Dios. Él es nuestro creador. Es cierto que –al menos teóricamente y según nuestra imaginación y pobre capacidad intelectual-, podría tratarse de un Dios caprichoso, que buscara esclavizarnos o hacernos sufrir. Pero cualquier visión tremendista y abusiva no se condice con la Creación, ni los sentimientos, pensamientos y aspiraciones que de modo natural brotan de nuestras almas y corazones.

Si somos capaces de maldades indescriptibles, también es cierto que resaltamos la bondad, la belleza, lo sublime, lo noble, el bien común, la verdad, la paz, la justicia y el amor. Sabemos distinguir entre el Bien y el Mal. Y aunque hay individuos e incluso colectividades que han sido cegadas por el egoísmo y la maldad, estas han sido rápidamente señaladas y condenadas por todos los pueblos como indignas representantes del ser humano.

Así, el Dios que nos presenta la Biblia y más concretamente el que nos presenta el Nuevo Testamento, no solamente coincide con nuestras más nobles aspiraciones sino que las lleva a otro nivel, enseñándonos el Camino para alcanzar la plenitud que todos anhelamos y que por momentos nos parece esquiva. Si algo nos revela Jesucristo es precisamente que todo obedece a un Plan minuciosamente trazado por Dios, nuestro Padre y Creador, para que seamos felices y vivamos eternamente.

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Juan 10,1-10 – Yo he venido para que tengan vida

Yo he venido para que tengan vida

Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

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Juan 10,1-10 Yo he venido para que tengan vida

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,1-10

¿A qué podemos temer? El Señor nos invita a creer en Él y seguirlo. ¿Será que el Señor es un desconocido? ¿Es que hay en Él atributos únicos, ajenos a nosotros que harían comprensibles nuestras dudas y sospechas? ¿Será que podríamos argumentar que todo lo que hizo fue posible porque tenía poderes especiales y privilegios derivados de su condición divina? ¿Es que el Señor se valió de Su condición Divina como escudo o como privilegio para merecer cierto trato especial?

Veamos. Por muy poco que sepamos de Jesús, habremos oído que nació en Belén, en un establo, entre animales domésticos, huyendo de Herodes que mandó matarlo. Sabremos que pertenecía a una familia judía, de la estirpe de David, de Noé, de Moisés y de Abraham, que sin embargo no por eso nació en “cuna de oro”, sino que sus padres eran de condición muy humilde. Su madre, María, era una muchachita virgen, desposada con José, un carpintero.

Vivió y creció en el seno de una familia del pueblo, muy modesta, tal como el común denominador de las gentes. No fue objeto de ningún privilegio, salvo el reconocimiento de los Reyes Magos y de las profecías que hablan de él constantemente, como el Mesías esperado. Juan el Bautista, su primo, también lo reconoce y señala como el que tenía que venir. Pero salvo por estos pocos episodios registrados en los Evangelios, Jesucristo es semejante a cualquiera de nosotros. Por lo tanto se diría que es de los nuestros. No es ningún salteador, ningún arribista que entra por la ventana. Él es parte de nosotros, de nuestra historia. Es un hombre como cualquiera de nosotros.

Sin embargo hay ciertas situaciones que lo marcan y permiten señalarlo de un modo singular: es hijo de una mujer virgen, que además dice haberlo concebido por intervención Divina del Espíritu Santo, como había sido profetizado siglos antes. En Su corta vida pública nos sorprende con una serie de milagros, arrancados a Su Infinita Misericordia que nos dejan ver Su infinito amor, pero además, su Poder Divino.

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