Juan 3,11-16 – Dios amó tanto al mundo

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Texto del evangelio Jn 3,11-16 – Dios amó tanto al mundo

11. Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
12. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
13. Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
14. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
15. para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
16. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Reflexión: Jn 3,11-16

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Juan 3,11-16 Dios amó tanto al mundo

Nuestro gran problema es la fe. Es por falta de ella que aun seguimos deambulando en este “valle de lágrimas”. Inicialmente no comprendemos lo que pretendemos cuando decimos fe. Imaginamos que se trata de una confesión de labios para fuera.

Luego pensamos en ella como algo mágico. Un poder especial que tienen solo algunos escogidos. Algo que puede permitirnos hacer cosas extraordinarias. Curar, sanar, adivinar, aparecer, desaparecer, atravesar paredes, trasladarse a la velocidad del pensamiento, etc.

Pensamos que el que tiene fe, tiene todo el poder para hacer lo que quiera. ¿Qué hay que hacer para tener tremenda fe? Parece algo misterioso que tiene que ver con el dominio y control de ciertas fuerzas ocultas. Una suerte de disciplina oriental o mágica.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

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Lucas 13,21-31 – expulso a los demonios

Él les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.

Texto del evangelio Lucas 13,21-31 – expulso a los demonios

31. En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: «Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte».
32. Él les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.
33. Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
34. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!
35. Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el viene en nombre del Señor!».

Reflexión: Lucas 13,21-31

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Lucas 13,31-35 expulso a los demonios

En muchas ocasiones podemos observar cómo el Señor está en un nivel y habla en una cadencia, y nosotros, los fariseos e incluso los apóstoles estamos en otra sintonía. Tenemos anteojeras. No logramos comprenderlo.

Vemos aquí cómo los Fariseos vienen con la pretensión de meterle miedo a Jesús. Más de uno imaginó seguramente que el Señor les agradecería su “complicidad” y se pondría a buen recaudo. Y es que hasta este momento ellos, como muchos de nosotros, no hemos entendido quién es Jesús.

Su respuesta es muy sutil, pero no deja lugar a dudas a quien se esfuerza un poco por entender. ¡Vana pretensión querer atemorizar a Jesús! Es como para reírse. Como el chiste aquel de las hormigas que quieren ahorcar a un elefante, con el respeto que el Señor nos merece.

Él les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.

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Lucas 13,22-30 – entrar por la puerta estrecha

Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

Texto del evangelio Lc 13,22-30 – entrar por la puerta estrecha

22. Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
23. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió:
24. «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.
25. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes».
26. Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas».
27. Pero él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!».
28. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.
29. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
30. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Lc 13,22-30

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Lucas 13,22-30 entrar por la puerta estrecha

El Camino que conduce a la Vida Eterna es estrecho y pocos transitan por él, porque exige carácter y decisión. Contrariamente a lo que piensan, sobre todo los adolescentes, no se trata de hacer lo que hacen todos. Lo que interesa es la aprobación de Dios.

Siendo así, debemos darnos un tiempo para seleccionar y priorizar. No habrá tiempo mejor invertido que aquél que dediquemos al Reino. Decidamos en oración lo que debemos hacer y pidamos reiteradamente que se haga la Voluntad de Dios.

Nosotros debemos marchar contra la corriente. No es en el placer, la complacencia y la comodidad que habremos de encontrar a Dios. El Camino que lleva a la Vida Eterna es el del amor. Para amar hay que estar dispuesto a servir. Y, servir casi siempre exige sacrificio y desprendimiento.

Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

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Lucas 13,18-21 – ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

«¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ? Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

Texto del evangelio Lc 13,18-21 – ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

18. Jesús dijo entonces: «¿A qué se parece el Reino de Dios ? ¿Con qué podré compararlo?
19. Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas».
20. Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios?
21. Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

Reflexión: Lc 13,18-21

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Lucas 13,18-21 ¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ?

El Señor nos explica con dos figuras muy sencillas y claras a qué se parece el Reino de Dios. Pese a lo simple de la explicación, a veces insistimos en tener dificultad para entender la Palabra del Señor. Lo que ocurre es que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Ambas figuras hacen alusión a la forma en que paulatinamente va creciendo el Reino de Dios. Va creciendo y abarcándolo todo en diferentes direcciones y dimensiones. No solamente en tamaño, sino también en profundidad e influencia.

Estos son atributos del Reino de Dios que con Jesucristo ha llegado y se encuentra entre nosotros. Hay algo más que podemos desprender de esta descripción y es que el expandirse en forma constante y casi imperceptible es una característica del Reino de Dios.

«¿Con qué podré comparar el Reino de Dios ? Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

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Lucas 13,10-17 – librada de sus cadenas el día sábado

Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?

Texto del evangelio Lc 13,10-17 – librada de sus cadenas el día sábado

10. Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga,
11. y había allí una mujer, que desde hacía dieciocho años estaba poseída por un espíritu que le producía una enfermedad; estaba encorvada y no podía enderezarse del todo.
12. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: «Mujer, estás curada de tu enfermedad»,
13. y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios.
14. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: «Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado».
15. El Señor dirigiéndose a él respondió: «¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber?
16. Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?».
17. Al oír estas palabras, todos sus adversario se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.

Reflexión: Lc 13,10-17

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Lucas 13,10-17 librada de sus cadenas el día sábado

¿Hay algún día que sea mejor que otro para hacer el bien? ¿Puede la libertad y la dignidad de una persona estar sujeta a una formalidad? Las leyes que han sido hechas por hombres ¿han de sujetarlo por encima de su libertad y su vida?

¿Los hombres están hechos para servir a la ley o más bien las leyes han de estar al servicio del hombre? Esta es la reflexión que el Señor nos propone para el día de hoy. Esta distinción parece accesoria, sin embargo ¿cuántas veces no excusamos de hacer algo por que la ley nos lo impide?

Vistas así, estas palabras son muy fuertes y determinantes, porque eximen a cualquiera de cumplir con leyes que atentan contra las personas. Por ejemplo, es inmoral pretender que se paguen impuestos cuya cuantía amenace la existencia misma de las personas.

Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?

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Lucas 18,9-14 – ten piedad de mí, que soy un pecador

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Texto del evangelio Lc 18,9-14 – ten piedad de mí, que soy un pecador

09. Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
10. «Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
11. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
12. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
13. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!».
14. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

Reflexión: Lc 18,9-14

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Lucas 18,9-14 ten piedad de mí, que soy un pecador

¡Cómo nos cuesta reconocer que no somos perfectos, que somos falibles! Es tan grande nuestra soberbia que antes de reconocer nuestros errores estamos dispuestos a pelearnos con quien nos los saca en cara, con tal de no reconocerlos.

Y si finalmente los aceptamos, no por eso dejamos de guardar animadversión contra quien nos obligó a aceptarlos. Nos dueles más el amor propio, que el daño que nuestro error podría estar ocasionando.

El hecho incontrovertible es que no somos perfectos y que por lo tanto todos cometemos errores y muchas veces intencionalmente. ¡Esos son nuestros pecados! Sabiendo que hacemos mal, persistimos en ellos por razones subalternas, egoístas, mezquinas.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Es pecado todo aquello que contraviene a la verdad, que hacemos aun sabiendo que causamos daño o que está prohibido por Dios o por los hombres por algún motivo que no nos es ajeno. Pecamos cuando obramos en contra de la Voluntad de Dios.

Todos tenemos dudas alguna vez. El pecado está en exponer a la muerte, al dolor o al sufrimiento a nuestros hermanos cuando hay dudas razonables que ello podría ocurrir y aun así seguimos con nuestro propósito.

Es pecado cuando sabiendo el daño que causamos continuamos con nuestro propósito tan solo por amor propio, por no mostrarnos débiles o por pura soberbia, pretendiendo así aleccionar a nuestros hermanos, mostrando una inflexibilidad que ni Dios la tiene con nosotros.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

¿Cuántas veces has mentido? ¿Cuántas veces no has cumplido lo que prometiste? ¿Cuántas veces has dejado de cumplir con tus propósitos o peor aún con tus deberes, por desidia o falta de voluntad? ¿Cuántas veces has tratado de justificarte y ocultarlo?

¿Por qué si tú puedes reconocer que eres falible no estás dispuestos a consentir esa misma debilidad en los demás? No se trata de ser permisivo, pero sí de comprender con una cierta dosis de tolerancia, que los demás también cometen errores, como nosotros.

Y si comprendemos, debemos también estar dispuestos a perdonar. Solo en la medida en que sepamos perdonar, también seremos perdonados. Es aquí que debe entrar en juego la Misericordia, que es la capacidad de comprender y amar, sin condiciones, a ejemplo de nuestro Salvador…

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Finalmente, es bueno que reflexionemos y tengamos en cuenta que todo es Gracia de Dios, por lo que debemos estar dispuestos a reconocer que Él habita en nosotros y es Él quien hace posible que elevando los ojos al cielo oremos a nuestro Padre.

Es insulso y propio de soberbios pretender que alguno de los carismas con los que Dios puede habernos favorecido provenga de nosotros mismos o lo hayamos recibido por algún mérito nuestro. Es la Gracia de Dios que habita en nosotros la que lo hace posible.

Es por eso que debemos pedir constantemente al Señor que nos de humildad, a fin de no cegarnos ni envanecernos con lo mucho o poco que podamos tener, porque todo proviene de Él.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!

Oremos:

Padre Santo, danos humildad, para reconocer que somos imperfectos y falibles; para reconocer nuestros defectos y todas aquellas faltas que cometemos contra Ti y contra nuestro prójimo, algunas veces por omisión y otras por orgullo y soberbia…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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Lucas 18,9-14 ten piedad de mí, que soy un pecador

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Lucas 13,1-9 – todos acabarán de la misma manera

¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

Texto del evangelio Lc 13,1-9– todos acabarán de la misma manera

01. En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
02. El respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
03. Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
04. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
05. Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
06. Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
07. Dijo entonces al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y nos encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?».
08. Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
09. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás»».

Reflexión: Lc 13,1-9

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Lucas 13,1-9 todos acabarán de la misma manera

El Señor aquí nos está dando respuesta a aquella interrogante que algunos nos hacemos respecto a las cosas que les suceden a algunos e incluso a nosotros mismos. Probablemente más en aquel entonces que ahora, solíamos buscar una razón para tal desgracia y la encontrábamos en algo que habíamos hecho.

En pocas palabras, lo que le pasaba a tal o cual persona, e incluso a nosotros mismos, se debía a algo que habíamos hecho. Es decir, un castigo o en el mejor de los casos una recompensa. Incluso algunos buscaban encontrar la culpa en algo que hicieron o dejaron de hacer los antepasados.

Esta es una visión nada evangélica a la que el Señor pone fin. Es cuestión de reflexionar y meditar lo que nos está diciendo, que es un mensaje lleno de luz y esperanza. La visión y el pensamiento de Jesús, el cual tenemos que adoptar, es muy distinto al nuestro.

¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

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Lucas 12,54-59 – no juzgan ustedes mismos lo que es justo

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?

Texto del evangelio Lc 12,54-59 – no juzgan ustedes mismos lo que es justo

54. Dijo también a la multitud: «Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
55. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
56. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
57. ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
58. Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
59. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».

Reflexión: Lc 12,54-59

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Lucas 12,54-59 no juzgan ustedes mismos lo que es justo

Siempre estamos alertas y atentos a lo que nos conviene. Allí no se nos escapa ningún detalle. Sin embargo, cuando se trata de comprender hidalgamente que el otro tiene la razón y que le corresponde pate de los que reclamamos, ahí si nos hacemos los desentendidos.

El Señor nos reprocha que haya ocasiones que tratemos de justificarnos no haber hecho algo, porque nadie nos dijo. Como si no supiéramos que era aquello lo que teníamos que hacer. ¿Es que estamos acostumbrados a obedecer?

La verdad es que estamos dispuestos a hacer inmediatamente aquello en lo que vemos que podemos obtener algún provecho. De otro modo nos hacemos los sordos, los que no comprendemos, a pesar que somos capaces de entender cosas más complejas.

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?

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