El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió».
Texto del evangelio Lc 10,13-16 – el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí
13. ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza.
14. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
15. Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
16. El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió».
Reflexión: Lc 10,13-16

El Señor nos habla de una relación muy especial. Una relación muy sólida nacida de la reciprocidad. Pero se trata de una reciprocidad en la que Él y Dios Padre intervienen, por lo tanto, dos terceras partes de esta relación están absolutamente garantizadas, porque son de una sólida e irreprochable fiabilidad.
Es la participación divina la que eleva este pacto a un sitial extraordinario. Son Dios Padre y Su Hijo Jesucristo los que dan la confiabilidad necesaria a esta relación. Son ellos los que harán que todo lo que digamos o hagamos en Su Nombre, tenga el mismo valor que si ellos lo hubieran dicho o hecho.
Es esta relación la que nos eleva. La extensión y alcance de esta afirmación que el Señor mismo nos da a conocer, es extraordinaria. Nada la puede igualar, porque así lo ha querido Dios. Es Su obra. No hay en ello mérito nuestro alguno. Es Dios que así lo hace por amor. Porque así a Él le ha parecido Bien.
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió».
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