No hago nada por mi propia cuenta
Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo.

Reflexión: Juan 8,21-30
Es por demás, el que no quiere creer, siempre encontrará excusas para no hacerlo. Ya lo dijo antes el Señor en el caso del rico aquél que le pedía a Abram que por lo menos le dejara volver para prevenir a sus hermanos. Ahí tienen a los profetas, a Jonás, a Moisés. Si no creen en ellos, no creerán aunque un muerto resucite.
Esto es así de cierto y es la condena de los judíos y de quienes se aferran como ellos a sus razones para no creer. Incrédulos hay en todas partes, unos más que otros, pero quienes fueron testigos presenciales no podían dejar de creer, sin caer en la mentira y la hipocresía. Por eso, habiendo presenciado lo que Jesús había hecho y escuchándolo hablar con esa autoridad, fueron muchos los que creyeron.
La pregunta que nos toca responder es: ¿y nosotros, qué? ¿Creemos o no? Nosotros no hemos estado físicamente al lado de Jesús y tampoco le hemos oído directamente. Pero, además de las Escrituras, hemos tenido innumerables testimonios y ocasiones para sentir y comprender que aquello no podía provenir sino de Dios.
No hablamos ya de la Creación, del Cosmos y del Universo, sino de nuestra propia experiencia personal. Si, seguramente hay muchos que dudan al identificarlo tras cada uno de los acontecimientos de sus vidas, pero estamos los bautizados, los que provenimos de familias católicas, para ayudarles a identificar y comprender en cada uno de estos sucesos, la presencia de Dios.
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