¡Cuidado con confundirnos! No siempre e incluso, tal vez casi nunca, la alegría del mundo será la nuestra. No nos reprochemos, entonces, si cada vez comprendemos menos aquello de lo que disfruta el mundo. Esa puede ser una buena señal de conversión.
Nos pasa a todos que conforme avanzamos en el Camino de la fe, vamos despojándonos de todo aquello que constituye un lastre, de todo gusto o atractivo mundano. Muchas cosas se van haciendo incomprensibles, incluso grotescas.
Llega un momento en el que parece que habláramos otro idioma con quienes nos rodean, si no tenemos la Gracia de compartir con ellos la misma fe o profundidad en ella. Así, eso que a muchos alegrará a nosotros puede causarnos tristeza e incluso dolor.
Creemos ver un doble sentido en la promesa que Dios expresa hoy a Sus discípulos y a través de ellos a todos nosotros: Nuestra tristeza se convertirá en alegría. Solo esta afirmación viniendo de Jesucristo, debía llenarnos de esperanza, alegría y paz.
No importa lo que pueda ocurrir, sea lo que sea, nuestra tristeza se convertirá en alegría. ¿Qué podría ser más consolador que saber que en poco tiempo estaremos alegres, gozosos? ¿Qué podría ponernos alegres, sino una Buena Noticia, algo que indiscutiblemente sea bueno?
En el diálogo entre Jesús y sus discípulos hay varios malos entendidos, de donde surgen dudas, temores y falta de confianza. Ocurre con ellos, como con nosotros, que no queremos oír ni entender lo que no nos gusta. Es como que se nos nubla la razón para entender lo que debía ser evidente para nosotros, dadas algunas referencias o datos que conocemos. Hay realidades de las que preferiríamos no saber y simplemente las ignoramos y luego resultan piezas claves para la comprensión de todo el panorama.
Lo que estamos tratando de desentrañar, resulta evidente en el caso de los discípulos, puesto que ellos presenciaron personalmente –nadie se los contó-, hechos extraordinarios realizados por Jesús desde el inicio. No fueron pocas las curaciones milagrosas, los demonios expulsados e incluso los muertos resucitados, para no hablar de calmar las olas o caminar sobre las aguas. ¿De cuántas cosas más serían testigos que no están escritas? Porque se entiende que no todo lo que vivieron pudieron escribirlo detalladamente en los Evangelios.
Queremos ver siempre las cosas a nuestro modo, según nuestro criterio, nuestra lógica y buen entender. A veces, y especialmente en lo más importante, nos falta la humildad necesaria para reconocernos limitados, dando crédito a otras explicaciones y especialmente si estas provienen de Dios. No es lógico ponerlas en duda. Lo aconsejable sería meditarlas, poner empeño en comprenderlas y por último, aceptar que no seremos capaces de comprenderlo todo hasta que no nos encontremos en presencia de Dios.
Entre tanto, hemos de obedecer los mandatos del Señor y pedir la Gracia del Espíritu Santo para que nos revele aquello que es posible y nos de obediencia absoluta y humilde en aquello que no está a nuestro alcance. Es que no podemos pretender comprenderlo todo para entonces acatar, pues de este modo no sería necesaria la fe a la que el Señor apela y se empeña en promover entre nosotros.
El Señor ha establecido una relación de confianza y amistad con los suyos, con nosotros, los que le seguimos. Podemos confiar porque Él nos habla siempre con la verdad. No nos engaña ni oculta nada. Él ha venido a salvarnos y nos ha revelado que Dios es nuestro Padre, que nos ha creado por amor y que es Su Voluntad que vivamos eternamente en el Cielo. Toda esta es la Verdad Revelada por Jesucristo, clara y diáfana, como todo lo que tiene que ver con Él.
No hay nada que no nos explique, ni que mantenga oculto innecesariamente. Es muy distinto, que no estemos en capacidad de entender. Nunca encontraremos en Él mentira o engaño. Ese no es ni será nunca el Camino ni el argumento del Señor, porque Él es la Verdad y cuando nos la debe presentar lo hace sin velos. En Él podemos y debemos creer. Es precisamente a lo que nos llama, a creerle, porque en creerle está nuestra salvación, porque quien le cree alcanza la vida eterna.
Nosotros habremos llegado a entender el Evangelio cuando en vez de estar tristes porque el Señor se va, o porque es preciso que pase por la cruz, estemos alegres porque con Su vida, muerte, resurrección y ascensión al Cielo, nos ha salvado. Todo esto ocurrió porque era necesario. Obedece a un Plan que debía ejecutarse hasta la última coma para salvarnos y Jesucristo, cumpliendo la Voluntad del Padre, lo siguió al pié de la letra, mostrando Su Infinito amor por el Padre y por nosotros, Sus creaturas.