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Juan 17,20-2 – Que todos sean uno

Texto del evangelio Jn 17,20-26 – Que todos sean uno

20. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
21. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
22. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
23. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
24. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
25. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
26. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos»

Reflexión: Jn 17,20-26

Cuando terminaba de leer este texto como un rayo de luz cayeron sobre mi mente y mi corazón las veces que de una u otra forma me he apartado de ciertas agrupaciones de ciertos amigos, pero sobre todo de ciertas actividades de la Iglesia por encontrar serias diferencias entre los que pienso y proclamo, que lo creo más acorde con el pensamiento de Jesús, que lo que piensan y proclaman algunos religiosos o líderes de algunos movimientos o parroquias. Más allá de la soberbia que podría representar mi actitud, al creerme o juzgarme en lo correcto y al margen de si tuviera razón o no, está mi preocupante actitud de alejarme, separarme, diferenciarme e incluso renunciar a participar como señal evidente de no estar en comunión con aquellos hermanos o hermanas. Recién caigo y lo veo muy claro. Todas esas veces, si tuve razón o no, poco importa, le estuve haciendo el juego al demonio que busca dividirnos, por cualquier lado, por lo que sea y –Dios mío, perdóname- conmigo creo que siempre lo ha logrado. Cualquier motivo siempre fue bueno, porque él siempre supo que pisaría el palito y todo aquel empuje que traía inspirado por el Espíritu Santo lo echaba por tierra. Sí, ahora lo veo claro. De allí que no haya progresado en ninguna dirección y a todas les haya encontrado algún pero; y es que seguramente lo tienen, pero ¿qué es más importante? ¿Es más importante que yo tenga razón, que a todas podamos torcerles por algún motivo nuestra respingada nariz o más importante es la unidad? ¡Por supuesto! ¡Muchísimo más importante es la unidad! La cual en la práctica no he sabido sostener. No es saliendo que se cambia y mejora, sino dando la lucha interna, cediendo a veces, retrocediendo otras, concediendo algunos puntos a cambio de otros, pero siempre buscando la ARMONÍA, la UNIÓN. ¡Qué equivocado he estado! Lo importante no es tener la razón, ni disentir, lo importante es construir la unión a pesar de todo. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

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Juan 17,1-11a – Esta es la Vida eterna

Texto del evangelio Jn 17,1-11a – Esta es la Vida eterna

01. Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
02. ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
03. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
04. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
05. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
06. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
07. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
08. porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
09. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
10. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
11. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros

Reflexión: Jn 17,1-11a

¿Puede haber algo que nos llame más la atención, algo que jale más nuestra vista que la definición que da Jesucristo de la “Vida eterna”? Imposible evitar escudriñar estas palabras. ¿Qué esconde en ellas el Señor? ¿Qué mensaje tienen? ¿Qué implicancias tienen? ¿Qué consecuencias? La clave está en “conocer”. Pero la dificultad surge cuando reparamos en que el objeto de nuestro conocimiento para alcanzar la Vida Eterna, es decir la meta más preciada, es nada menos que conocer a Dios Padre y Su Hijo Jesucristo. ¿Cómo podemos conocerles? Y, ¿qué quiere decir conocerles? Porque eso es lo que sin duda tenemos que hacer. El misterio está revelado. Desentrañemos lo que Jesucristo nos quiere dar a entender con “conocer”. ¿Nos estamos metiendo en honduras? No creemos, porque si fuera imposible, no tendría ninguna gracia y ya no cabría hablar de amor. Porque si el Dios Misericordioso y amoroso sin límites nos manda una tarea imposible, ¿de qué amor y misericordia estaríamos hablando? Conocerles ha de ser algo que definitivamente han puesto en nuestras manos. ¿Cómo alcanzarlo? Por los Evangelios, que contienen la Palabra de Dios escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Si esto es cierto, tenemos que leer y reflexionar los Evangelios. Solo entonces conoceremos a Jesucristo y a quien lo ha enviado. Si en eso consiste la Vida Eterna, nuestra principal tarea ha de ser leer y reflexionar los Evangelios, en búsqueda del conocimiento que nos llevará a la Vida Eterna. Esta ha de ser nuestra principal ocupación. De aquí se desprende la importancia gravitante que han de tener los Evangelios para nosotros. No podemos pasarlos por alto. No puede haber cristiano que solo los conozca por el lomo o por el forro. No bastan las clases de religión, ni las lecturas dominicales. Claro que eso es mejor que nada, pero no podemos abordar de este modo la tarea más trascendente e importante de nuestras vidas. Así, no llegaremos a nada. Seremos como los escolares aquellos que llegan a fin de año sin haber abierto los libros y sin haber leído nada. ¿Qué futuro les espera? Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.

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Juan 15,26-16,4 – Cuando venga el Paráclito

Texto del evangelio Jn 15,26-16,4 – Cuando venga el Paráclito

26. Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.
27. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio.
1. Les he dicho esto para que no se escandalicen.
2. Los expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que los mate piense que da culto a Dios.
3. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
4. Les he dicho esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que ya se los había dicho. No les dije esto desde el principio porque estaba yo con ustedes.

Reflexión: Jn 15,26-16,4

Desde la perspectiva mundana, no resulta nada alentador el panorama que aquí nos pinta Jesucristo. El que nos anticipe persecución e incluso la muerte a manos de quienes sentirán que hacen un servicio a Dios, no puede resultar atractivo desde ningún punto de vista. Habría que estar loco para ser partícipe de tal destino. Sin embargo debemos tener en cuenta que no es ya la visión mundana la que debe primar en nosotros, sino la cristiana, es decir, la de quienes conociendo y amando a Cristo nos hemos dispuesto a seguirlo seriamente hasta el fin. No es fácil. Se trata de una decisión que ha de afectar de modo determinante a nuestras vidas, y que tomamos a la luz de la fe. Es decir que sin fe, sería un absurdo adoptarla, porque podemos ver cómo puede costarnos la vida. Pero el que cree, sabe que si este es el precio, habrá que estar dispuesto a pagarlo para lograr el premio mayor, el verdadero sentido de la vida. Esta decisión solo tiene sentido para quien realmente cree que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Mesías que ha venido a Salvarnos, que muriendo y resucitando ha sellado con su sangre el pacto de la alianza con Dios Padre, quien también habrá de resucitarnos al final de los tiempos, si viviendo en este mundo optamos por amar a Dios y al prójimo, tal como Jesús nos ha amado y nos manda. Pero hay algo más que no podemos pasar por alto en estas líneas; algo que es fundamental, que muestra claramente la comprensión de nuestros temores por parte de Jesús y es el envío de este Paráclito, que no viene a ser sino nuestro Defensor, que proviniendo de Dios, está por encima de todo y ha sido enviado por Jesucristo para enseñarnos la Luz y la Verdad y para defendernos de nuestros perseguidores. Con el Espíritu Santo de Dios como nuestro Paráclito, es decir como el portador de luz, el que habrá de recordarnos las palabras del Señor y como nuestro Defensor en las horas inciertas, no tenemos en realidad nada que temer, porque Jesucristo lo ha previsto todo, a fin de facilitarnos la tarea. Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.

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Juan 6,44-51 – Yo soy el pan vivo

Texto del evangelio Jn 6,44-51 – Yo soy el pan vivo

44. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.
45. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
46. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
47. En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna.
48. Yo soy el pan de la vida.
49. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron;
50. este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.
51. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»

Reflexión: Jn 6,44-51

El Señor nos revela aquí misterios centrales de nuestra fe, que no tendríamos como conocerlos si no es por Él. Es vital y central para todo cristiano entender quién es Jesucristo, conocerle y creer en Él, porque allí radica la Vida Eterna. Muchas veces confundimos este conocimiento con la mera recepción o repetición superficial de cierta información básica. Es como decir que conocemos a alguien por ver su Documento de Identidad. Incluso para tomar a un empleado en una gran empresa, los funcionarios encargados, luego de una selección inicial basada en la Hoja de Vida, recurrirán a la entrevista personal, dependiendo de la importancia de la plaza que se desea cubrir. No basta con el mero listado de datos que constituyen tan solo una referencia lejana, por más amplia que esta sea, de la persona que se presenta. Es preciso verle, intercambiar algunas palabras, desarrollar un diálogo, para lo que existen incluso expertos en gestos no verbales e investigadores que van mucho más allá de los papeles, para confirmar cierta información clave que permita una mayor aproximación a quién es en realidad la persona a la que se le ofrece el puesto. Es muy frecuente, casi obligatorio, que se recurra a test psicológicos que permitan asegurar al empleador que la persona en cuestión cumple con todos los requisitos de personalidad que requiere el cargo. Todo esto y mucho más se hace imprescindible para poder anticipar cual será el comportamiento de una persona frente a determinadas situaciones y sin embargo, ni aun así acertamos, porque existe un conocimiento más íntimo y profundo en el que recién las personas revelan su espíritu, su alma, y este se da a través de la frecuencia y la amistad, que va mucho más allá de todos los datos de referencia que podamos acumular. Es preciso llegar a este punto para conocer a una persona al grado de abrirnos completamente a la amistad, en la que se revelan valores y actitudes que nos trascienden, como la generosidad, la comprensión, la incondicionalidad, la lealtad, el cariño y el amor, que nos llevan no solamente a desear lo mejor para el otro, sino el no querer separarnos de la persona que amamos, el estar pendiente de sus alegrías y penas, haciendo de su felicidad la nuestra. Es aquí que se da el verdadero conocimiento de las personas, cuando no solamente se conocen de oídas, sino cuando se llegan a amar. ¿Hemos dado en nuestra vida la oportunidad de conocer a tal grado a Jesucristo que podemos decir que le amamos? ¿Quién es para nosotros Jesús? Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.

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Juan 6,30-35 – Yo soy el pan de la vida

Texto del evangelio Jn 6,30-35 – Yo soy el pan de la vida

30. Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31. Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.»
32. Jesús les respondió: «En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo;
33. porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»
34. Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
35. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

Reflexión: Jn 6,30-35

Jesús nos hace aquí una revelación que no siempre estamos a la altura de comprender. ¿Por qué? Porque decimos muy rápidamente creer, porque hemos sido bautizados y venimos de una familia tradicionalmente católica. Hemos crecido en un hogar católico y por lo tanto hemos cultivado las costumbres y tradiciones católicas. Pero, seamos honestos ¿hemos reflexionado en profundidad quién es Cristo para nosotros o qué significa ser católicos? Hay muchas cosas que hacemos por costumbre y que por lo tanto las damos por descontadas o supuestas, pero jamás nos hemos preguntado en profundidad por qué las hacemos y si vale la pena seguir haciéndolas. Es muy fácil seguir haciendo y repitiendo todo aquello que es bien aceptado por los demás, por nuestro entorno, pero tiene que llegar un momento en la vida en que nos preguntemos si es correcto lo que hacemos y si vale la pena seguir haciéndolo. No en vano hemos sido dotados de libertad, voluntad e inteligencia. Hemos de aplicarlas. Por decir algo, las bancas del templo han estado en miles de Misas, pero no han participado en ninguna. ¿Cómo es nuestra actitud en la Iglesia, en nuestra comunidad, en Misa? No basta ser un objeto más en el paisaje. El Señor nos dice: ustedes son sal y luz del mundo. Tenemos que realzar el sabor. Tiene que saberse que estamos, no por hacernos notar, sino porque no podemos pasar con la indiferencia usual por la que todos pasan, diciendo amén a todo. Tenemos que iluminar, ¿pero cómo lo vamos a hacer si nosotros mismos vivimos en la penumbra? Si no nos sentimos mínimamente inquietos por lo que ocurre en nuestra familia, en nuestro vecindario, en nuestra ciudad, en nuestro país y en nuestra Iglesia, si nos conformamos con todo, pues algo debe estar ocurriendo en nosotros y tal vez sea, que no comprendemos la Gracia que hemos recibido de ser bautizados y cristianos. Examinemos nuestras vidas; tal vez no oramos lo suficiente o lo hacemos memorísticamente, sin prestar atención a lo que decimos; o tal vez no cogemos nunca los Evangelios, que debían ser como nuestro Pan de cada día; o tal vez estamos tan acomodados, que nos hemos vuelto indiferentes a lo que ocurre en el mundo: no vemos, ni oímos, ni nos enteramos de nada, porque no nos interesa, porque no queremos fatigarnos. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

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Juan 6,22-29 – La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado

Texto del evangelio Jn 6,22-29 – La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado

22. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos.
23. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan.
24. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
25. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
26. Jesús les respondió: «En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque han visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado.
27. Obren, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.»
28. Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?»
29. Jesús les respondió: « La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.»

Reflexión: Jn 6,22-29

Es momento de reflexionar ¿por qué buscamos a Dios? ¿Qué es lo que en realidad queremos? ¿Qué es lo que quiere Dios? Es que en verdad andamos muy preocupados por las cosas materiales, por nuestro bienestar mundano y tal vez eso sea lo más natural, porque queremos tener todas nuestras necesidades cubiertas, aunque estas son distintas de una a otra persona y según las circunstancias. Pero hemos de ser sinceros que es muchas veces cuando nos sentimos cercados, por la situación, por las circunstancias que vivimos, que levantamos los ojos al cielo, pidiendo a Dios que nos dé una mano para salir de estas dificultades. La idea no deja de tener cierta lógica dentro de nuestro razonamiento. Claro, si eres nuestro Salvador, ayúdanos a salir de este embrollo. Y ciertamente podemos ver en los evangelios como el Señor ayuda a superar situaciones irreversibles, sobre todo en lo que atañe a la salud, pues realiza muchas curaciones milagrosas e incluso llega a resucitar muertos. Pero, aunque multiplique los panes en una circunstancia muy especial, no va resolviendo exigencias económicas, ni equilibrando presupuestos, ni concediendo caprichos a la multitud que le sigue. Y es que no debemos confundirlo con el “genio de la lámpara maravillosa” dispuesto a concedernos algunos de nuestros deseos más selectos. Jesucristo ha venido por Voluntad del Padre a Salvarnos de algo muy concreto: la muerte. Positivamente, Jesucristo ha venido para que tengamos vida en abundancia. Y es que es Voluntad de nuestro Padre Creador, que Vivamos Eternamente. Esto es lo que Jesucristo alcanza para nosotros. Es en este objetivo que lo encontraremos y que nos tiende una mano. Ellos le dijeron: « ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: « La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.»

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