«En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él.»
I Juan 2, 5b-6
No pocas veces nos decimos cristianos o nos confesamos como tales porque somos “buenas personas”. Es decir, creemos no cometer faltas graves: no robamos, no tenemos vicios, tratamos de ir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Somos personas «normales» ¿Qué más se puede pedir?
La cita de hoy nos invita a reflexionar en lo que es necesario para considerarnos verdaderos cristianos. La afirmación de San Juan termina con cualquier controversia al respecto. Se trata de “vivir como vivió él”, lo que además de no admitir elucubraciones nos confronta con una tarea obligatoria: conocerlo.
Para cambiar radicalmente nuestras vidas tan solo es necesario que Jesucristo lo consienta. Una palabra tuya bastará para salvarnos. ¿Quién tiene semejante poder? Solo Dios. Eso es lo que hoy nos recuerda el evangelio de San Mateo 8,5-11 y es nada menos que un soldado romano, es decir un gentil, un pagano, un ignorante de la doctrina de la Iglesia y de los Evangelios el que nos viene a mostrar en qué consiste la verdadera fe.
En esta reflexión del Evangelio de Lucas 11,27-28 el Señor destaca de modo muy singular aquello que debe ser importante para nosotros, sus seguidores: Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, es decir, la ponen en práctica en la vida cotidiana.
Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Texto del evangelio Lc 11,27-28 – escuchan la Palabra de Dios
27. Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!» 28. Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Reflexión: Lc 11,27-28
Lucas 11,27-28 escuchan la Palabra de Dios
Muy breve el episodio del Evangelio escogido por la Iglesia para el día de hoy. Lo suficiente para comunicarnos un mensaje muy claro y preciso. La Verdad no necesita toda la frondosa ampulosidad con la que la rodeamos.
Ya nos decía Jesucristo hace unos días que María (Magdalena) había escogido lo mejor y nadie se lo quitaría. Cuando se postró a sus pies a escuchar lo que Él decía. ¡Cómo nos cuesta entender que una sola cosa es importante!
Si realmente lo comprendiéramos, dedicaríamos todo, TODO, nuestro tiempo a ello. ¿No será lo más lógico? Si el mismísimo Jesucristo nos está diciendo que una sola cosa es importante y es la que María ha escogido. ¿Qué duda o controversia cabe al respecto?
Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
Texto del evangelio Lc 8,19-21 – Mi madre y mis hermanos
19. Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. 20. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte». 21. Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
Reflexión: Lc 8,19-21
Lucas 8,19-21 Mi madre y mis hermanos
¡Bien claro! Para quien pretenda fundar en ambigüedades su cristianismo. El Señor no se anda con rodeos. Su familia es la que oye a Dios y hace lo que le manda. No hay más. No busquemos, por lo tanto, otras vías, que salvo esta, están todas descartadas.
Si ni le escuchamos y mucho menos nos esforzamos entonces en hacer lo que nos manda, no digamos que somos cristianos, pues estaremos mintiendo a los demás, engañándolos y engañándonos, porque a Dios no le podemos embabucar con nuestras historias y excusas.
El cristianismo se reduce al seguimiento de Jesús. Si no le seguimos, si no hacemos lo que nos dice, estamos en otra cosa. Es momento de reflexionar qué clase de cristianos somos. ¿Qué lugar ocupa Cristo en nuestras vidas? ¿Es Él determinante en algún modo? Más que nuestros pensamientos e ideas, revisemos los hechos reales y contundentes.
Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
« No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Texto del evangelio Mt 9,9-13 – No es la gente sana la que necesita médico
09. Jesús, al irse de allí, vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Mateo se levantó y lo siguió. 10. Como Jesús estaba comiendo en casa de Mateo, un buen número de cobradores de impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos. 11. Los fariseos, al ver esto, decían a los discípulos: «¿Cómo es que su Maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?» 12. Jesús los oyó y dijo: «No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. 13. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Reflexión: Mt 9,9-13
Mateo 9,9-13 No es la gente sana la que necesita médico
A Jesús no le importa meterse en líos, porque como lo pide el Papa, Él ha venido a meter lío. Jesucristo no se atiene a las reglas sociales, ni a las costumbres. Cuando se trata de la Salvación, primero son las personas.
Ya nos lo enseñó antes cuando nos hizo ver que el hombre no ha sido creado para el sábado, sino el sábado para el hombre. De este modo refutó a los judíos y maestros de la ley que pretendían reprocharle curar y/o trabajar en sábado.
Muchas veces, la mejor forma de evadir las responsabilidades que tenemos con nuestro prójimo, consiste en aplicar las leyes. Y es que estas, como todos sabemos, no siempre son justas. Muchas han sido elaboradas para mantener los privilegios de los que ostenta el poder.
« No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»