Yo soy la resurrección y la vida
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.”
Lunes de la 17ma Semana de Tiempo Ordinario | 29 de Julio del 2019 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- 1ra Juan 4,7-16
- Salmo 33
- Juan 11,19-27
Reflexión sobre las lecturas
Yo soy la resurrección y la vida
El diálogo que sostiene Marta con el Señor es aleccionador para nosotros respecto a la profundidad de la fe que debemos cultivar. Reiteramos que ello no depende de nosotros, es decir de nuestra capacidad. Es Don que debemos pedir incansablemente.
Tal vez esta sea la mayor lección que debemos aprender de cara a la salvación de nuestras almas. La fe nos salvará, porque nos permitirá vivir de manera coherente nuestro cristianismo, es decir, evidenciado en nuestras obras.
Sabemos que no puede haber fe sin obras o dicho de otro modo, que nuestra fe debe reflejarse objetivamente en nuestro modo de vida, en lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos. En todo momento Dios debe ser nuestro centro.
La fe y la vida cristiana
La fe es esencial para la vida cristiana. Nadie da lo que no tiene, así que si no tenemos fe, no viviremos como cristianos y nos será imposible dar testimonio de Jesús. De allí que nuestra primera tarea debe ser el cultivo de nuestra fe.
Pero, ¿cómo podemos cultivar nuestra fe? En realidad es algo muy sencillo para los que hemos sido bautizados, pues tenemos al Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros, como una semilla, que nos guía a la luz y a la verdad.
Sin embargo, esto no ocurre de modo automático. Nosotros debemos disponer nuestro espíritu adecuadamente. ¿Cómo? Orando incansablemente. Participando frecuentemente en la Eucaristía. Esta humilde vida de piedad alimenta la Gracia en nosotros, haciendo posible la lealtad y la fidelidad a Dios.
Alimentos del alma
Así como nos preocupamos y ocupamos cada día por el alimento y vestimenta, incluso más, debemos ocuparnos de alimentar nuestra alma. Tengamos en cuenta siempre, permanentemente, qué es primero; cuál es el centro de nuestras vidas.
Es frecuente que confesemos que creemos en Dios, que somos cristianos y que procuramos llevar una vida cristiana, sin embargo si nos analizamos detenidamente, muchas veces constataremos que vivimos como divididos, separando nuestra vida espiritual o de fe, de nuestra vida natural.
No se trata de vivir así, sino de tener una sola vida, coherente, que entonces refleje nuestra fe aun en lo más nimio y cotidiano, incluso cuando estamos solos. Esto es llevar una vida de oración, no porque siempre estoy repitiendo oraciones en mi mente, que puede ser, sino porque en ningún momento pierdo de vista que vivo por, para y en el Señor.
La Eucaristía y el Rosario
Hay, seguramente, muchos actos de piedad que uno puede realizar en el día y a lo largo de la vida, sin embargo no podemos equiparar ninguna a la Eucaristía. Recordemos que el mismo Jesucristo nos dice que el que no come el pan y bebe el cáliz que Él nos ofrece, no tendrá cabida en el Reino.
Tengamos en cuenta, además, que Él nos ofrece la Eucaristía como alimento cotidiano. Él mismo lo señala como verdadera comida y verdadera bebida, no como un eufemismo o un gesto simbólico. La Eucaristía es un Sacramento, que trae de modo misterioso la vida misma de Jesucristo al interior de nosotros.
La Eucaristía tiene el poder de Transformarnos y de hacer de nosotros los instrumentos que el Señor requiere para la salvación del mundo. El Rosario no es otra cosa que atraer la mirada de María, Madre de Dios, sobre nosotros, para hacer de este modo que Él nos mire.
Oración:
Padre Santo, danos perseverancia en la oración, fundamentalmente en la Eucaristía y en el Rosario, para fortalecer nuestra fe y de este modo afianzar nuestra Vida Cristiana. Que en cada acto y actitud nuestra se vea reflejado Tú amor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
(1340) vistas