amen a sus enemigos
“…amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.”
Sábado de la 1ra Semana de Cuaresma | 12 de Marzo del 2022 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Deuteronomio 26,16-19
- Salmo 118,1-2.4-5.7-8
- Mateo 5,43-48
Reflexión sobre las lecturas
amen a sus enemigos
El Señor Jesús ha venido a ponerlo todo de cabeza. O más bien debíamos decir a enderezarlo todo; a ponerlo en el orden correcto. Lo que ocurre y causa rechazo a primera vista, no bien leemos este título, es que insistimos en construir un mundo a nuestra medida.
Nos hemos erigido en jueces y estimamos que lo que nos parece a nosotros correcto debe ser la norma. No comprendemos que la estrechez de nuestra perspectiva, la estrechez de nuestros conocimientos y sabiduría son insuficientes para regir al mundo.
Y esto que decimos del más humilde de los mortales lo podemos aplicar por igual al más ilustre, llámese Einstein, Leonardo da Vinci, Santo Tomás de Aquino o Aristóteles. Nadie tiene la sabiduría infinita, ni por tanto la perspectiva de Dios.
La Voluntad de Dios nos sostiene
Difícilmente cabe en nuestras mentes entender que hemos sido creados para alcanzar la plenitud y la Vida Eterna. Que llegaremos a una felicidad plena y total, jamás vista o percibida ni en el mejor de nuestros sueños.
Si lo comprendiéramos, haríamos lo imposible por hacer la Voluntad de Dios en nuestras vidas, cada día y todos los días de nuestra vida. Lo que ocurre es que nos cansamos, a pesar que podemos ver de modo perceptible y claro cómo Dios actúa cada segundo para sostenernos.
Acostumbrados a tenerlo todo en abundancia y aun antes de pedirlo, nos sentimos insatisfechos. Nos comparamos, envidiamos y queremos más. Como niños caprichosos, queremos siempre más. Nada nos satisface. Todo nos parece poco.
Amen a sus enemigos es el mandato Divino
Al final, ocurre siempre que nos damos cuenta de lo que teníamos recién cuando lo perdemos. Y es que, en vez de aceptar y acatar la Voluntad de Dios, queremos que se haga la nuestra. Nos resistimos a entender que solo Su Voluntad nos conduce a la felicidad que tanto anhelamos.
El único Camino para llegar al Cielo, donde Dios Padre nos tiene reservado un lugar es haciendo Su Voluntad. Qué importante es por lo tanto saber distinguir y comprender claramente su Voluntad. Más aún, ¡qué importante es abandonarnos a ella! Aceptarla con humildad.
¿Cómo saber cuál es Su Voluntad? ¿Cómo distinguirla de nuestros anhelos, caprichos y deseos? Escuchando, leyendo y meditando cada día Su Palabra en las Escrituras. Ellas nos revelan a Dios Padre, Creador de cuanto existe; a su Hijo, Jesucristo, salvador nuestro y al Espíritu Santo, que gobierna el Universo.
Amar a Dios sobre todas las cosas
Debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo para discernir con humildad la Palabra de Dios. Orar intensamente pidiendo la Gracia, de entenderlo y conducirnos según Su Voluntad, interpretando adecuadamente los signos de los tiempos.
Cada paso en nuestras vidas debe conducirnos al propósito para el cual hemos sido creados: la plenitud en el Amor y la Vida Eterna. Sostener este pensamiento, esta actitud y este proceder es Gracia que debemos pedir. Solo será posible si vivimos en armonía con la Voluntad de Dios.
Solo si nos aproximamos de este modo a Dios, procurando en todo hacer Su Voluntad, tendrá sentido el esforzarnos por cumplir con el mandato: amen a sus enemigos. Hemos de comprender que la rebeldía que nos lleva a la violencia, al odio y a la muerte es en el fondo la soberbia de no aceptar la Voluntad de Dios.
Nosotros estamos llamados al camino de la santidad; a la perfección. Perfecto solo es Dios. Por lo tanto, si nosotros acatamos Su Voluntad, finalmente alcanzaremos esa santidad y la perfección. El Camino, tal como nos enseña Jesucristo, es la negación de nosotros mismos, tomando nuestra cruz de cada día y siguiéndole.
Oración:
Padre Santo, danos coraje, valentía, perseverancia y fuerza de voluntad para luchar contra la concupiscencia, esa flojera y letargo del espíritu, que nos lleva a complacernos a nosotros mismos y en hacer de esta complacencia la razón de nuestras vidas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
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