Vayan proclamando

Mateo 10,7-13 – Vayan proclamando

Vayan proclamando

«Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis.»

Sábado de la 10ma semana del T. Ordinario | 11 de Junio del 2022 | Por Miguel Damiani

Lecturas de la Fecha:

  • Hechos 11,21b-26;13,1-3
  • Salmo 97,1.2-3ab.3c-4.5-6
  • Mateo 10,7-13

Reflexión sobre las lecturas

Vayan proclamando

Nosotros tenemos una misión que debe interpelarnos todo el tiempo. Esta es parte irrenunciable del ser cristiano. Dicho de otro modo, si eres cristiano, no puedes abstenerte de cumplir esta misión. Esta podemos resumirla como: vayan proclamando el evangelio, en todo tiempo y lugar, con su vida misma.

No se trata de algo electivo. Es nuestro deber. ¿Por qué? Porque nosotros somos corresponsables de la salvación de nuestros hermanos. No tenemos que aclarar aquí que nuestros hermanos son todos los hijos de Dios, es decir, la humanidad entera.

De allí que no podemos ser indiferentes frente a las manifestaciones culturales, sociales, políticas, científicas o religiosas de nuestra sociedad. La Palabra del Señor ilumina toda realidad humana. El Señor tiene algo que decir respecto a cada una de estas realidades.

Vayan proclamando

Para ir proclamando hay que conocer

Nosotros hemos de ser sus portavoces. Pero, ¿cómo podremos serlo si no estamos familiarizados con su Palabra? No basta con haber leído alguna vez un texto bíblico. Se trata de hacer de su Palabra el centro de nuestras vidas.

Solo entonces, e invocando al Espíritu Santo, podremos aproximarnos a las realidades personales, familiares y sociales que inquietan a nuestros hermanos, iluminándolas con la Palabra del Señor. ¡Cuánto más necesario, cuanto más confusos parecen los tiempos!

El reto es, pues, no solo estar al tanto de los signos de los tiempos, sino dejarnos iluminar por el Espíritu Santo a través de la Palabra del Señor y acudir con ella a nuestros hermanos. Lejos de nosotros procurar una imagen políticamente correcta. Estamos llamados a ser sal y luz del mundo.

Ir proclamando la Verdad

El relativismo moral en el que estamos sumergidos, pretende atomizarnos con el argumento sustentado en la autopercepción, por la cual todos poseemos “nuestra verdad”. Basta que nos escudemos argumentando: “eso es lo que creo o eso es lo que pienso yo”.

De este modo, toda posible discusión o sustentación de tal posición queda automáticamente disculpada. Pues nadie se atreve a censurar y menos corregir lo que otro tiene derecho a pensar o percibir. Así funciona el paraguas de la corrección política.

Pero a los cristianos, a los discípulos de Cristo, no nos está permitido conciliar con el pecado, con el engaño, la mentira y la muerte. La Verdad es una. Y, la tolerancia y la permisividad con el engaño y la mentira solo conduce al error, como lo estamos viendo, y nos hace cómplices del mismo.

Proclamando la Verdad santificamos el mundo.

La tolerancia no puede llevarnos a pactar con el demonio. Y, sin embargo, casi siempre estamos dispuestos a hacerlo, por una comprensión mal entendida o una búsqueda excesiva de simpatía, que al final nos lleva a la complicidad y demolición de nuestra integridad moral.

Tarde venimos a comprender que hay una serie de principios y leyes morales sobre cuyo cumplimiento nos está prohibido tranzar. Cuando se traspasan estos límites la debacle personal, familiar y social es inexorable. No podemos vivir de espaladas a Dios.

Cuando vamos contra nuestra propia naturaleza, cuando infringimos las leyes naturales, no solo vamos contra nosotros mismos, dañándonos irremediablemente, sin que al mismo tiempo estamos yendo contra la Voluntad de Dios.

No nos está permitido transgredir la ley natural

Porque en el cumplimiento de la ley natural está el acatamiento a la Voluntad de Dios, porque Él fue quien estableció estas leyes y normas de la naturaleza. Nuestra vida, dada por el Creador, debía ceñirse a estos parámetros.

Subvertirlos y transgredirlos, no es una proeza, sino un grave perjuicio a la humanidad del que son responsables quienes lo promueven. El fin nunca justificará los medios. Nosotros fuimos creados para un propósito. Renegar del mismo, no nos está permitido.

Las consecuencias de hacerlo serán nefastas. Será nuestra destrucción y muerte. ¿Quién puede quererla? ¡El Demonio! Por eso no cabe duda que esto es obra del engaño del Demonio. A esto le llamamos pecado. Es una falta grave porque ofende a Dios y daña al hombre.

El pecado mortal lleva a la muerte

El hombre, engañado por el Príncipe de este mundo, que es otro nombre con el que conocemos al Diablo, peca contra Dios y por lo tanto contra la Vida, cuando por soberbia, orgullo, ira, avaricia, lujuria, gula o pereza va contra los designios de Dios.

Entendamos, no es que hagamos daño a Dios. Él no necesita de nosotros y nada de lo que hagamos o dejemos de hacer le afecta, en el sentido de dañarle o quitarle algo. Si alguien pierde, se hunde, se degrada y finalmente sucumbe en la oscuridad y la muerte eterna, es el hombre.

Por el infinito amor que Dios nos tiene, no quiere nuestra perdición, sino todo lo contrario. Que alcancemos la Vida Eterna y la plenitud, esa es Su Voluntad. Por eso, ante la posibilidad que nos extraviemos irremediablemente, envió a Su Único Hijo a Salvarnos.

Jesucristo es la Buena Nueva

Y, Jesucristo hizo todo lo necesario para mostrarnos el Camino de la Salvación. Lo único que no hizo, ni hará jamás, es llevarnos a la fuerza. Nos creó libres y nos dotó de lo necesario para que escogiéramos la única alternativa correcta. Así, depende de nosotros salvarnos.

En los Evangelios se encuentra la revelación de esta Verdad. Es preciso que conozcamos Su Palabra, la reflexionemos y cumplamos. De allí que nos mande: Vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Todo el mundo tiene que recibir esta Buena Nueva.

Y, una vez recibida, nadie puede aducir que no lo sabía. Entonces se condenará el que debía hacerlo, el que no quiso escuchar. El testarudo, el necio, el soberbio, el lujurioso, el perezoso, el malvado, el cruel, en fin, el egoísta.

Oración:

Padre Santo, que entendamos que tenemos una Misión que es ineludible: que no podemos decirnos cristianos si no proclamamos el Evangelio y que esta proclamación debe ser kerigmática, es decir alegre y con la propia vida. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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