hijos de Dios
«Caifás habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.»
Sábado, de la 5ª semana de Cuaresma | 01 de Abril del 2023 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Ezequiel 37,21-28
- Salmo (Jr)31,10.11-12ab.13
- Juan 11,45-57
Reflexión sobre las lecturas
hijos de Dios
La Palabra de Dios va más allá de nuestra capacidad de compresión y sabiduría, porque proviene precisamente de su sabiduría infinita. Solo Él puede hablar directamente a nuestros corazones, es decir a cada uno de los hijos de Dios, tocando la fibra más íntima de nuestro ser.
Solo ella tiene la capacidad de transformar a quien la lee y medita con humildad. El demonio y todos sus enemigos lo sabe, por eso se empeñan en alejarnos a toda costa de ella. Por eso, si queremos perseverar en el Camino que el Señor nos propone, debemos meditar y reflexionar frecuentemente en lo que nos dice cada día.
No es que vaya a actuar mágicamente solo por el hecho de portar las Escrituras. Se trata de algo mucho más profundo, de una experiencia espiritual, una vivencia que solo la experimenta quien medita Su Palabra con tesón cada día.
El pueblo de los hijos de Dios
Dios quiere reunir a todos sus hijos en un solo pueblo y así llegará a hacerlo un día, si los hijos de Dios dejando nuestra soberbia y deponiendo nuestro egoísmo nos proponemos hacer cada día Su Voluntad.
Así de claro y sencillo es su mensaje. El problema no está en que no podamos comprenderlo, sino en que no queremos creer. ¿Por qué? Porque tal como perciben los fariseos, exige ser transparente, sincero y buscar la verdad, antes que nada.
La oposición a Cristo y a Dios que tienen muchísimos de nuestros hermanos es precisamente porque nadie quiere desprenderse de lo que atesora. Es decir, porque nos hemos vuelto idólatras. Queremos cualquier otra cosa antes que Dios.
Hijos de Dios, el mejor Padre
Actuamos como niños caprichosos que creen saber mejor que sus padres lo que les conviene. Que testarudamente pretenden hacer aquello que el Padre les dice que no hagan, porque les irá mal, porque sufrirán, porque se harán daño o dañarán a los demás.
Ya sea nuestro trabajo, dispersión, gustos, placeres, fama, riqueza, comodidad o cualquier otra cosa que nos atraiga y cautive, la preferimos a las promesas de Dios. ¿Por qué? Porque no creemos en ellas o porque no estamos dispuestos a esperar.
Finalmente es una cuestión de voluntad. No estamos dispuestos a sujetarnos a la Voluntad de Dios. Queremos que la nuestra prevalezca o que, en cualquier caso, la Voluntad de Dios se ajuste a la nuestra. Es seguro que no lo decimos así, pero es así como actuamos.
Actuamos como consentidos hijos de Dios
Lo que ocurre a fin de cuentas es que tenemos una gran confusión en nuestras cabezas y en nuestros corazones. Nuestros apegos son tan grandes, que no estamos dispuestos a sacrificarnos en lo más mínimo para agradar a Dios. Queremos que sea justamente al revés.
Estamos todo el tiempo pidiéndole cosas a Dios, como hijos de Dios que somos, pero no estamos dispuestos a hacer lo que Él nos manda. Y ojo, que este no es un error. Dios, como el mejor de los padres, nos manda con autoridad para que hagamos lo que nos conviene.
¿Por qué nos manda? Por amor. Dios ve más allá de lo que nosotros podemos entender y sabe perfectamente lo que debemos hacer para vivir eternamente, que es el propósito para el cual fuimos creados. Por tal motivo, nosotros le debemos obediencia.
Nos conviene obedecer la Voluntad de Dios
Pero nuestra soberbia y orgullo nos domina. Y por ello no estamos dispuestos a obedecer, sino que queremos imponer nuestro criterio y voluntad. Contradecimos a Dios. Queremos discutirle y hasta nos oponemos a Él, como si pudiéramos torcer Su Voluntad.
Gran parte de este proceder incauto es culpa del demonio que nos tienta porque él no quiere que hagamos lo que Dios nos dice, sino lo que él nos propone. Es la lucha entre el Bien y el mal en la que estamos inmersos, por culpa del pecado original.
Es esta dureza de corazón la que debemos trabajar a punta de oración, de ayuno y sacrificios. Hemos de cambiar. Podemos hacerlo. Pare ello es preciso quitarnos la venda que tenemos en nuestros ojos, dejando que la luz de Cristo entre en nuestros corazones y disponiéndonos humildemente a hacer lo que Él nos manda. No es fácil. Empecemos ahora.
Oración:
Padre Santo, abre nuestras mentes y corazones, Toca nuestra alma para hacerla dócil a Tu Espíritu. Que, en todo, cada segundo de nuestras vidas, como buenos hijos de Dios, estemos siempre dispuestos a hacer lo que Tu mandas, a hacer tu Voluntad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
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