yo los envío

Juan 20,19-23 – yo los envío

yo los envío

«Como el Padre me envió, también yo los envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»

Domingo de Pentecostés| 05 de Junio del 2022 | Por Miguel Damiani

Lecturas de la Fecha:

  • Hechos 2,1-11
  • Salmo 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
  • 1 de Corintios 12,3b-7.12-13
  • Juan 20,19-23

Reflexión sobre las lecturas

yo los envío

Nosotros, todos los cristianos tenemos una Misión. Esta Misión no solo es importante, sino que es primordial e incluso podríamos decir que es sagrada. ¿Por qué? Porque es el mismísimo Cristo quien nos la encomienda.

Nuestra misión es la misma que el Padre encomendó a Jesucristo. Yo los envíos nos dice el Señor. Nos corresponde acoger esta llamada con amor y empeño y cumplir con diligencia Su mandato. Somos, de algún modo, sus embajadores.

El Señor nos envía, por lo tanto, hay un mensaje que tenemos la responsabilidad de transmitir fielmente. Él confía en nosotros para este propósito. No vamos por nuestra cuenta para hacer lo que nos parece, sino que tenemos una Misión.

yo los envío

Como enviados compartimos la misma Misión

La Misión de todo cristiano es llevar la Buena Nueva del Señor. Es decir, anunciar el Kerigma revelado por Jesucristo. Esto es, que Dios es nuestro Padre y que Jesucristo, su Único Hijo, que se hizo hombre, murió crucificado y resucitó rompiendo las cadenas de la muerte.

¡Jesús ha resucitado! Por lo tanto, todas sus promesas se habrán de cumplir, porque, como nos dijo: Él es el Camino, la Verdad y la Vida. De estos fueron testigos los Apóstoles y nosotros no tenemos ningún motivo para dudar.

Con la ayuda del Espíritu Santo, el Consolador, hemos de caminar a la Verdad completa. No tengamos ningún miedo. Caminemos con paso firme al encuentro con el Señor, que nada ni nadie podrá detenernos si hacemos la Voluntad de Dios.

Jesucristo nos ha redimido del pecado

Jesucristo, con su preciosísima sangre nos ha redimido del pecado y hace posible que alcancemos la Vida Eterna para la cual fuimos creado por Dios. Pero esto no es automático, ni es para toda la humanidad. Es preciso que nosotros LIBREMENTE decidamos alcanzarlo.

No es correcto, por lo tanto, sostener o promover que todos estamos automáticamente salvados, perdonados y por lo tanto merecemos la Vida Eterna sin más. No es correcto concluir que no hay nada que debamos hacer para alcanzar la Vida Eterna, a la que llegaremos todos al llegar el fin de nuestro paso por este mundo.

Sostener esto es una herejía. Sin embargo, es lo que la cultura actual promueve y lo que algunos sacerdotes alientan irresponsablemente, sin ningún reparo, ya sea por desconocimiento o por ser políticamente correctos.

Jesucristo es la cabeza de la Iglesia

Y muchos de los fieles, lamentablemente repetimos. Es típico en velorios, Misas de difuntos y notas de pésame, consentir que nuestro difunto ya se encuentra gozando de la presencia de nuestro Padre Eterno, o de la paz del cielo. Y eso es algo que nadie más que Dios sabe.

El Señor dice específicamente a los Apóstoles, que fueron quienes estaban reunidos con la Santísima Virgen María esperando la llegada del Espíritu Santo: Yo los envío, como a Él mismo Padre lo envió a Él. Y es a ellos que da el poder de perdonar y retener pecados.

Es importante hacer esta distinción, porque muy claramente de este mandato podemos inferir que en nuestra Santa Madre Iglesia hay una Jerarquía, donde Cristo está en la cabeza. El resto somos el cuerpo, siendo los primeros los apóstoles.

El bautismo y el amor son necesarios

Nuestros obispos son los sucesores de los apóstoles, lo mismo que Pedro, el Papa, es sucesor de Cristo. Es esta línea de autoridad que empieza con la Voluntad del Padre, la que nosotros seguimos, correspondiéndonos a todos los bautizados la misma Misión, mas no la misma autoridad.

Es preciso no solo ser bautizado, sino adherir a la Voluntad de Dios, siguiendo el Camino que Jesucristo mismo traza para nosotros. Escucha la señal que nos dejó Cristo para que todos conozcan que somos cristianos:

Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. (Juan 13, 34)

Somos libres para amar

Así, el mandamiento que resume toda la ley y los profetas es amarnos, como Dios nos ha amado. En pocas palabras, esta es la condición o requisito que debemos cumplir para entrar en el Reino de los Cielos, para alcanzar la Vida Eterna.

El amor implica acción, compromiso gratuito y sin condiciones. ¿A quién? Al prójimo. ¿Por qué? Porque todos somos hijos de un mismo y único Padre Creador del mundo entero, cuya Voluntad, a la cual debemos obediencia es esa.

¿Puedo no obedecer a Dios Padre? Claro, por supuesto. En eso consiste el ejercicio de la libertad que nos ha sido concedida. Sin embargo, es nuestro deber advertir que ello constituye un error que, de perennizar toda nuestra vida, nos llevará a la muerte definitiva, es decir, al Infierno.

El Demonio existe y quiere devorarnos

Desobedecer a nuestro Padre nos lleva ineludiblemente a la perdición. Sabiéndolo, habiendo sido advertidos, ¿por qué lo haríamos? Por falta de fe. Por no creer en las promesas de Cristo. Por soberbia. Por creernos más que Dios. Todo esto constituye básicamente engaño del Demonio.

¿Por qué nos engaña el Demonio? Porque no quiere que nuestras almas se salven. Porque odia a Dios. Porque encuentra placer en nuestra perdición. Porque cada vez que gana un alma para la perdición siente que derrota a Dios, el cual constituye su propósito.

Así, la salvación o condenación, no depende de Dios, sino de nosotros. O colaboramos con Dios, haciendo Su Voluntad y alcanzamos la Vida Eterna o nos perdemos irremediablemente siguiendo la mentira, la oscuridad, el engaño, la violencia, la destrucción y la muerte.

Dos caminos, dos ciudades

Son dos caminos excluyentes. O estamos con Dios o estamos con el Demonio. El Señor formuló más clara y directamente este dilema: Dios o el Dinero. El Señor apela aquí a nuestra inteligencia. Debemos aplicarla libremente para entender todas sus implicancias.

No se puede servir a dos Señores. O estás con uno o estás con el otro. Y, finalmente remata: el que no recoge conmigo, desparrama. O también: el que no está conmigo, está contra mí. Así que es nuestra decisión. Asumámosla responsablemente.

San Agustín dice:

Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios; porque aquella busca la gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia.

Oración:

Padre Santo, danos la sabiduría necesaria, la ecuanimidad y el valor para elegir siempre hacer Tú Voluntad. No permitas que entre en nuestros corazones la soberbia, el orgullo, la vanidad, ni la pereza. Mándanos los dones del Espíritu Santo y haz que ellos fructifiquen en nosotros. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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