vida eterna

Juan 3,31-36 vida eterna

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El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Jueves de la 2ª semana de Pascua | 20 de Abril de 2023 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

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Lo que nos jugamos aquí es la vida eterna. Este es el premio mayor. La diferencia es que en cualquier sorteo este se reserva para un único ganador, en cambio la vida eterna es para todos los hijos de Dios. Cualquiera puede alcanzarla, gracias al sacrificio de Jesucristo.

Otra diferencia sustancial es que en este caso no existe premio que lo pueda superar. Por encima de este, no hay otro. Es más, es el único. Es decir, no hay segundo premio, ni premio consuelo. O ganamos este o perdemos irremediablemente.

Es una sola oportunidad la que tenemos. O le damos en el blanco o perdemos. Claro, así puede parecer extremadamente difícil y hasta a alguien se le podría antojar injusto. Pero no lo es. Todo ha sido preparado para que acertemos. Tratándose del Plan de Dios, que además es nuestro Padre, no podía ser distinto.

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Enfocarnos en la vida eterna

No habiendo un premio mayor en el universo, estando al alcance de todos, obtenerlo tendría que ser el propósito de nuestras vidas. ¿Por qué habríamos de distraernos o resignarnos a perderlo? ¿Por ignorancia? ¿Por desidia? ¿Por error?

La ignorancia y el error seguramente las pasará por alto el Señor. Alguna forma encontrará para compensar y que en tal caso no pierdas la vida eterna. El examen al que todos seremos sometidos tendrá que ver con el amor, al que todo ser humano de modo natural aspira y está llamado.

Dios es amor. Nos ha creado por amor y para el amor. De este modo, quien no tuvo la Gracia de conocerlo, como nosotros, y sin embargo vive amando a sus semejantes, seguramente también alcanzará la vida eterna.

Puede alguien perder esta oportunidad

Si. De hecho no hay ni habrá mayor tragedia para un ser humano, para un Hijo de Dios, que perder la oportunidad de alcanzar la vida eterna en el cielo, junto a Dios Padre. No hay nada que se le compare. Pensemos o imaginemos lo mejor que pueda idear nuestra mente; no acertaremos ni cercanamente.

¿Quién podría hacernos perder esta oportunidad? Solamente tú y tú peor enemigo, enemigo de Dios y de la humanidad: el Demonio. Él no perderá oportunidad de tentarte, pero eres tú quien tiene la libertad para aceptarlo o rechazarlo.

Conociendo al Señor, debemos abandonarnos en sus manos, haciendo Su Voluntad. Si nos mantenemos alertas y orando, alimentados cada día por los sacramentos, no habrá nada ni nadie que nos separe del amor de Dios y del prójimo. Así conservaremos nuestra alma pura y alcanzaremos la vida eterna.

¿Cómo se conserva el alma pura?

Amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Sosteniendo ambos propósitos en la vida, estaremos encaminándonos a alcanzar la vida eterna. Las impurezas, es decir, la falta de amor, nos desvía del Camino y nos aleja de la meta.

Tenemos toda esta vida para avanzar nuestro propósito. Adicionalmente, comprendiendo nuestra débil naturaleza y propensión al pecado, el Señor ha dejado instituido en la Iglesia el Sacramento de la Penitencia, por el cual nos da la oportunidad de confesar y recibir el perdón de nuestros pecados.

Cada vez que nos confesamos nuestra alma queda tan pura e inmaculada como el primer día de nuestras vidas. ¿Qué más podemos pedir? Enfoquémonos en el amor y estaremos confesando nuestra fe en Jesucristo y de este modo alcanzaremos la vida eterna.

Cuidémonos de las sutilezas y engaños del demonio

Convengamos que el Demonio existe. Si creemos en Dios y creemos en Jesucristo, sería un completo disparate pretender negar al Demonio. Sabemos que existe porque el mismo Jesucristo lo expulsó innumerables veces de hermanos que habían sido poseídos por él.

El mismo Demonio tuvo la pretensión de tentar a Jesucristo y lo hizo con mucha sutileza. Así que no lo neguemos y más bien estemos en guardia contra Él. ¿Cómo? Llevando una vida de Gracia impecable. Amando, confesándonos y comulgando con frecuencia.

Estamos llamados a la santidad y la perfección. En estos términos quiere decir, a llevar una vida virtuosa, siendo intransigentes con el pecado y valiéndonos de todos los alimentos que Jesucristo nos ha dejado para crecer en Gracia: oración, sacrificio y ayuno.

Permanezcamos unidos a Él

No podemos pretender llevar una vida de Gracia lejos del templo, lejos de los Sacramentos, lejos de la oración, lejos de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, ni lejos de Dios. Todo ello nos acerca a Él y con Él a la Vida Eterna. Esa es la forma.

Ese es el Camino. No es imposible. Y no lo es, no por nuestro esfuerzo, sino porque contamos con Él, que nos dice: vengan a mí, porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Estando con Él, todo lo podemos. En cambio, sin Él, somos nada.

Entendamos pues que no se trata ni de magia, ni de cucufatería. El Señor, nuestro Dios, es fiel a Sus promesas. Nosotros seamos fieles a Él. Lo seremos si hacemos lo que Él nos dice, que por cierto es lo que nos conviene. Con Su Gracia y ayuda, alcanzaremos la vida eterna.

Oración:

Padre nuestro, en estos días en los que nos enfrentamos a tremenda tribulación, en los que parece que una nube negra se cierne sobre la humanidad entera, promoviendo desazón y desconcierto.

Te pedimos que nos des la serenidad y la esperanza para elevarnos por sobre todas nuestras dificultades, cualesquiera que estas sean, para clamar a Ti, confiando en tu Infinita Providencia y abandonándonos en Tus poderosos brazos, con la certeza que Tú sabrás escribir trazos rectos con todos estos garabatos incomprensibles que balbuceamos y oímos.

Padre Santo, acuérdate de todos nuestros hermanos, incluso de aquellos que blasfeman y profanan Tu Santo Nombre, pero especialmente de los abandonados, los solitarios y afligidos. Si está en tus planes, danos la posibilidad de asistirlos, pero que no se haga sino Tu Santísima Voluntad.

Asiste de modo especial a nuestros gobernantes y a los que tienen el deber de conducirnos a la justicia, la paz y el Bien Común. Dales ecuanimidad y sabiduría, para que a pesar de sus intenciones subalternas les sea imposible contradecir lo que Tú has dispuesto.

Líbranos del mal y de las asechanzas del Demonio. Todo esto te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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