único Dios

Juan 5,31-47 – único Dios

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“¿Cómo pueden creer ustedes, que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene del único Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés”

Jueves de la 4ta Semana de Cuaresma | 31 de marzo del 2022 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

único Dios

Dios es sumamente compasivo, paciente y misericordioso con nosotros. Este ha de ser el motivo por el cual rápidamente lo olvidamos y dejamos de prestarle atención. Es que el único Dios es inmutable. Es una paradoja que en esto precisamente radique nuestro olvido.

Que Dios no se mude, como decía Santa Teresa, debía llevarnos a la confianza. Sin embargo, estamos mucho más atentos y dispuestos a dar crédito a cualquier mortal o a cualquier suceso accidental o efímero. Somos nosotros los que nos cansamos de Él. Preferimos la “meditación trascendente” o el simple tarot.

El único Dios, fiel a su promesa, está en todo lado. Nos acompaña siempre y no nos falla. Está allí, cuando vamos a dormir y se queda velando nuestro sueño. Al despertarnos sigue allí. Podemos encontrarlo nuevamente, impávido.

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El único Dios es eterno

Es allí donde debía radicar precisamente nuestra confianza. Él es leal. Inconmovible. Nada de lo que hagamos o dejemos de hacer parece provocar un cambio en su estado de ánimo. Él espera el tiempo justo y necesario. Serenamente espera.

Será por eso precisamente que nos distanciamos de Él. Cualquier cosa nos distrae. Dejamos de prestarle atención, en la confianza que al volver, lo encontraremos nuevamente donde lo dejamos, como esperándonos. A veces pasan días, meses y años.

Entonces llegamos a vivir como si no existiera. Incluso llegamos a confundirlo o a remplazarlo por la idolatría a cualquier otra creatura. Hay muchas otras cosas que empezamos a poner por delante. El dinero, en primer lugar. Las propiedades, la riqueza, la fama, la comodidad, el placer.

La felicidad es el dios de la modernidad

La felicidad es la más frecuente de las tentaciones de nuestra época. Esta suple en nuestras mentes y corazones al único Dios. ¡Hay que ser felices! No nos cansamos de decirnos unos a otros que estamos aquí para ser felices. Hay que reír, soñar, bailar, comer, viajar, gozar.

Es esta recompensa inmediata, tangible con la que pretendemos sustituir al único Dios. Como ya no somos capaces de verlo, ni sentirlo, lo imaginamos mirándonos sonriente, complacido con nuestras vidas “llenas de felicidad”. Este es nuestro dios cómplice, comprensivo, misericordioso, frente al cual toda culpa está descartada.

Hemos venido a ser felices en este mundo y nada importa más que lograrlo, porque solo vivimos una vez. ¿Cómo? Así es. Ya no solo no lo encontramos en el mundo, sino que ni entendemos Su Palabra. No encontramos nada de qué arrepentirnos, que no sea el haber gozado más.

Idolatrías de nuestro tiempo

Y, aunque el Señor no nos haya dicho nunca esto, poco importa, porque Él, en su silencio, en su sempiterno modo de estar y ser, parece aceptarlo. ¡Ese es nuestro dios! ¿Pero es este el único Dios? O es el dios paliativo que nos hemos fabricado.

¿No será que hemos vuelto a la idolatría de la que nos habla el antiguo testamento? Como el pueblo escogido sacado de Egipto, olvidando lo que vivimos, lo que hizo Dios para que tengamos vida eterna, nos hemos hecho ídolos a nuestra medida.

Oración:

Padre Santo, danos la Gracia de abrir los ojos para verte y encontrarte allí donde siempre estás. No permitas que caigamos en la idolatría de adorar al becerro de oro del dinero, el placer, el egoísmo, la comodidad, la fama, el poder o el egoísmo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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