yo le resucite

Juan 6,35-40 – yo le resucite

yo le resucite

«Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.”

Miércoles de la 3ª semana de Pascua| 26 de Abril del 2023 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

yo le resucite

Tenemos un solo Dios, que es Padre de Cristo y Padre nuestro. Le conocemos por Jesucristo, porque Él nos lo ha querido revelar. A Dios nadie lo ha visto, pero sabemos de Él por nuestro Señor Jesucristo, Su Hijo, cuya misión es hacer la Voluntad del Padre.

Así, Jesucristo ha venido a salvarnos por Voluntad de Dios. Sabemos Su talla por Él. Sabemos que nos ama desde siempre y que nos creó por amor. Fue necesario que Cristo viniera y se hiciera hombre como nosotros, para salvarnos. Por eso vino, en cumplimiento de la Voluntad de Dios.

Por Jesucristo conocemos toda esta historia. Él nos la ha revelado. Por el sabemos que siendo el Hijo de Dios, ha venido en cumplimiento de la Voluntad de Dios Padre a salvarnos. Y que para eso será necesario que muera en la cruz y que al tercer día resucite, venciendo al Demonio y a la muerte.

yo le resucite

Que yo le resucite

Todo esto lo sabemos y lo podemos confesar ahora, porque esa ha sido desde siempre la Voluntad de nuestro Padre, Dios y Creador del Universo, tal como lo confesamos en el Credo, la oración de los apóstoles.

Todo tiene sentido porque Dios lo ha querido así. Somos parte de una historia de amor, la más hermosa jamás contada. Todos somos protagonistas de esta historia por Gracia de Dios, nuestro Padre y Creador. Él ha querido que así sea.

¿No es esta la mejor noticia que alguien nos podía dar?  Y si es una buena noticia, la mejor de todas, ¿no sería lo justo que estuviéramos permanentemente alegres? ¿No sería este el mejor testimonio que podríamos dar a los demás?

¿De dónde viene nuestra alegría?

Tenemos fundados motivos para estar siempre alegres, aun en los peores momentos. Porque nuestra alegría proviene de la certeza de aquello que Jesucristo nos ha revelado. Es esta alegría la que nos lleva a dar testimonio con nuestra vida.

Pero no se entienda solamente que seremos capaces de dar nuestras propias vidas, es decir de llegar a morir, si fuera necesario, por sostener y dar a conocer esta noticia, sino que, en cada segundo, en cada gesto y en cada acción cualquiera debía ser capaz de distinguir este sello distintivo.

Este tendría que ser el mejor testimonio destinado a convencer, a evangelizar a nuestros hermanos. Precisamente, a predicar este evangelio, hecho vida, es a lo que nos llama nuestro Señor Jesucristo. ¿No es esta una misión sencilla que debíamos estar dispuestos a cumplir, dado que no demanda el menor esfuerzo?

La alegría eterna

La noticia que el Señor nos trae, es la que nos mueve a vivir siempre alegres, amando a Dios, en primer lugar y sobre todas las cosas, y a nuestros hermanos como el mismo Señor nos ha amado. Guardar, mantener y compartir esta alegría es la señal de los cristianos.

¿Qué es lo que produce tanta alegría? El amor. El sabernos amados por Dios como nunca nadie nos ha amado ni amará jamás. No hay, no ha habido ni habrá amor más grande, como el que nos da nuestro Padre, que por si eso fuera poco, es nuestro Dios y Creador.

¿A quién temeremos? Solo a quien pudiera quitarnos esta alegría. ¿Habría alguien que pudiera hacerlo? En realidad, no, porque tropezaría con la barrera infranqueable de Dios Padre mismo. Pero podría intentarlo, contado con nuestra anuencia.

Solo nosotros podríamos negarlo

Solo como resultado de una gran confusión que nos llevara a negar a Dios Padre podríamos desligarnos de Su amor. Solo por un acto propio de nuestra libertad, aquella con la que Dios ha querido distinguirnos, podríamos caer en el abismo de la muerte eterna.

¿Cuál es esta muerte eterna? Es la que resulta de renegar y revelarnos contra el amor de Dios. Solo este pecado podría privarnos para siempre del amor de Dios, por cuya restauración Jesucristo fue capaz de dar Su propia vida, en cumplimiento de la Voluntad de Dios.

Y es que Dios Padre no quiere que ni uno solo de sus hijos se pierda. Pero puede hacerlo aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, es decir, contra el Espíritu de Dios. Salir de su amor y negarlo, nos conduce a la muerte eterna.

Jesucristo vino a traernos vida en abundancia

La muerte ha sido vencida por nuestro Señor Jesucristo. El que crea en Él no morirá jamás. El que no crea habrá muerto irremediablemente. Tal daño solo puede ser causado por el mentiroso, el homicida. El enemigo de Dios y del hombre: el Demonio.

Pero este solo es capaz de tal fechoría, si nosotros se lo permitimos. Él viene a seducirnos y engañarnos. Si nosotros permanecemos en vela, alertas y unidos a Dios por la oración y los Sacramentos, jamás podrá lograrlo.

No le demos el menor crédito a Satanás. El Señor ha vencido a la muerte. Al que crea en Jesucristo, Dios Padre quiere que yo le resucite el último día, dice el Señor. Esta es la Voluntad de Dios, que solo un necio puede atreverse a rechazar.

Oración:

Amado Padre, no permitas que nos alejemos de ti, antes bien haznos completamente tuyos. Toma nuestras vidas, nuestras almas y condúcelas a ti. No nos dejes caer en tentación y líbranos del maligno. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.

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