le dijo al pueblo

Lucas 4,24-30 le dijo al pueblo

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Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga: En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.

Lunes de la 3ra Semana de Cuaresma | 21 de Marzo de 2022 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

le dijo al pueblo

Es tremendo el escepticismo y la soberbia que despierta en uno el conocimiento de nuestros parientes, vecinos y amigos más cercanos. Basta que les conozcamos desde algún tiempo atrás para que nos formemos un juicio de ellos y sepamos lo que podemos esperar.

Al menos eso es lo que creemos. Difícilmente estamos dispuesto a aceptar nada extraordinario de quienes ya hemos catalogado y fichado, por decirlo así. De algún modo esta actitud es lapidaria para nuestro prójimo, Hemos de luchar contra ella.

Por eso el Señor le dijo a su pueblo que ningún profeta pudo hacer nada con ellos. Porque eran escépticos. Faltos de fe. ¡Qué difícil nos resulta aceptar que nuestro hermano puede cambiar! Mucho menos que pueda ser tocado por el Espíritu Santo.

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Alguien del pueblo no nos convencerá

Esa es la naturaleza humana. Tenemos que pedir al Señor que nos dé más humildad y capacidad de asombro. Que, así como trabaja en nosotros, también trabaja en nuestros hermanos. Somos demasiado prejuiciosos. Ello pone límites a la posibilidad de cambio.

En el fondo, nos erigimos como la norma. Es decir que solo puede ser lo que nosotros creemos y como lo creemos. Al final, en el extremo, con esa actitud terminamos fabricando un Dios a nuestra medida. Eso ocurre actualmente con mucha frecuencia.

Con Jesús pasa lo mismo. Había muchos que lo habían visto en su pueblo, que por lo tanto creían conocerlo. Era el hijo del carpintero. Conocían o creían conocer a su papá y a su mamá. ¿Qué podía enseñarles?

Tiene que corresponder a nuestros criterios

Podemos observar que nuestros prejuicios pueden ser un grave obstáculo para conocer al Señor. A soberbia nos impide ver más allá de nuestras narices. Creemos que de algún modo todo lo sabemos. Así pasamos de largo la sencillez y simplicidad.

Es por nuestra incredulidad que el Señor hace milagros y tiene que llegar al extremo de dar Su propia vida por nosotros. Nuestra ceguera nos impide ver el prodigio que somos: ¡Hijos de Dios! Creados a Su imagen y semejanza.

Menos aún podemos reconocerlo cuando viene como uno de nosotros. Hubiéramos querido verlo llegando portentosamente. Entre rayos, truenos, estremecimiento y mareas. Ocurre que los planes de Dios son muy distintos a los nuestros. Él nos ve de otro modo.

Dios no busca deslumbrar a su pueblo

Dios apela a nuestra inteligencia, nuestra libertad y voluntad. No busca el asombro, ni el temor. Busca nuestro seguimiento rendidos por el amor. Pero ello nos resulta muy difícil al que ha sido ganado por el mundo y es incapaz de encontrar a Dios en la sencillez y la humildad.

Resulta tan molesto que el Señor nos confronte con este comportamiento, que siendo su mismo pueblo queremos desbarrancarlo. No queremos oírle. Tratamos de silenciar a todo aquél que nos viene a hablar de Dios.

¡Qué se cree este! ¡Qué sabe! ¡Fanático, cucufato, traga ostias! Y así terminan sacándonos de sus listas, borrándonos, cambiando de vereda para no tener que escucharnos. El Señor incomoda. No nos deja en libertad de hacer lo que nos dé la gana.

Y, lo peor, no nos convence, porque no hace frente a nosotros nada extraordinario. Si por lo menos nos diera una prueba contundente. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír. Pruebas hemos tenido y seguimos teniendo a montones.

Oración:

Padre amado, danos humildad y sencillez para encontrarte cada día donde realmente estás, y no donde nosotros quisiéramos que estuvieses. Abre nuestros ojos y oídos. Abre nuestros corazones. Te lo pido por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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