sangre de la Alianza
«Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos».
Jueves de la 10ma semana del T. Ordinario| 09 de Junio del 2022 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Jeremías 31, 31-34
- Salmo 109, 1bcde. 2.3
- Marcos 14, 12a. 22-25
Reflexión sobre las lecturas
sangre de la Alianza
Hoy en la Iglesia celebramos a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Es decir que, si alguien es Sacerdote por encima de todos, ese es Jesucristo. De este modo está consagrando en el grado más alto el Sacerdocio, actividad dedicada al culto, la adoración, la honra y la alabanza a Dios.
Tal como nos lo dice en el pasaje que leísmo tan solo ayer, Jesucristo no ha venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Esta es una prueba más de aquello. No extirpa, ni erradica el sacerdocio, sino que lo eleva al sitial más alto.
De algún modo toma nuestras prácticas en todo sentido y las eleva en grado sumo. Eso es lo que debemos entender. ¿Y cómo podemos interpretar este gesto? Tal como Él mismo dice, no ha venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
El Camino está sellado con la sangre de la Alianza
Es como cuando un padre le dice a su hijo pequeño: muy bien; estás haciéndolo muy bien. E inmediatamente, aprovechando la constatación que su hijo ha aprendido la lección y lo está imitando, le pone la valla más alta para ayudarlo a llegar a un objetivo superior, que es el que en realidad interesa que alcance.
Jesucristo tácitamente está corroborando que nosotros tenemos la impronta de Dios Padre. Esto quiere decir que llevamos adentro una “hoja de ruta”. ¿No es esto en realidad el ADN? Es decir que, por como estamos hechos. se puede garantizar que alcancemos la plenitud.
Ello es muy lógico. Tal como lo dice el Génesis, fuimos creados a Imagen y semejanza de Dios. O como dirá San Agustín: Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Estamos hecho por y para Dios. A Él tendemos.
Donde abundó el pecado, sobre abundó la Gracia
Pero, en esta realidad, no podemos desconocer el pecado. La concupiscencia que entró a nosotros por culpa del demonio, nuestro enemigo, el engañador, el mentiroso, el homicida. Él nos echó a perder y por su culpa hemos necesitado de un Redentor.
Es para esto que vino Jesucristo. Para redimirnos del pecado original. Para hacer posible que alcancemos la Vida Eterna. Para volver a restaurar la Alianza que teníamos con Dios Padre Creador. Lo que para el hombre era imposible, Jesucristo lo hizo posible.
Con su preciosísima sangre lo hizo posible. Jesucristo nos ha redimido con su sangre. Ese ha sido el alto precio que ha pagado por nosotros. ¿Por qué? Por amor. Esta es al mismo tiempo la más grande lección de amor que jamás recibiremos de nadie. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
Jesucristo ha dado Su Vida por nosotros
Amor incondicional. Amor gratuito y extremo. ¿Quién puede amarnos sin pediros nada a cambio? ¿Quién puede estar dispuesto a dar su vida por cada uno de nosotros, sin ninguna condición? Pues esto es lo que hizo Jesucristo una sola vez y para siempre.
No existe mayor Sacrificio que pueda ser ofrendado por Sacerdote alguno. Por eso Él mismo es altar, sacerdote y víctima. Todo llevado al grado sumo, al que jamás podremos llegar. ¿Para qué? Para que ya no tengamos que hacerlo. De allí que nuestros sacerdotes sean dispensadores de estas Gracias.
Basta con que participemos de Él en cada Eucaristía. Porque Él mismo instituyo este Sacrificio como Sacramento eterno, agradable a Dios y verdadera comida y bebida para nosotros. Alabar, bendecir, adorar, agradecer y participar es lo único que se nos pide y podemos hacer.
Acudamos frecuentemente a la Comunión, la mayor fuente de Gracia legada por Jesucristo a nosotros, para ayudarnos a alcanzar la Vida Eterna, alimentándonos cada día de la Voluntad de Dios y cumpliéndola con todos y en todo, para mayor Gloria de Dios.
Oración:
Padre Santo, te pedimos que nos permitas tomar conciencia de la Gracia que significa ser Hijos de Dios. No permitas que por ningún motivo desperdiciemos la sangre de la Santa Alianza derramada por nuestro Señor Jesucristo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
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