Velen y oren
«¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil»
Lecturas de Pasión – Domingo de Ramos| 02 Abril del 2023 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Isaías 50,4-7
- Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
- Filipenses 2,6-1
- Mateo 26,14–27,66
Reflexión sobre las lecturas
Velen y oren
Estamos frente al Misterio central de nuestra fe. Como dirá el mismo Jesucristo a Pilato: “Para esto he venido al mundo” (Juan 18,37). Se está produciendo el encuentro más importante y significativo en la historia de la humanidad. Y, sin embargo, todo lo que nos pide el Señor es: velen y oren.
Si es verdad que el que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros, es decir sin nuestra participación. Sin embargo, qué limitado resulta nuestro papel, sin que ello quiera decir que no sea importante. Pero todo lo que nos pide el Señor es: velar y orar.
Y, es que estamos frente al más grade milagro del universo, cuya magnitud no alcanzamos a concebir en su verdadera dimensión. Dios Padre nos creó y cuando por soberbia, tentados por el demonio, caímos, perdiendo la posibilidad de alcanzar la Vida Eterna para la cual fuimos creados, Dios Padre envió a Su propio Hijo, Jesucristo, para salvarnos.
Este es el misterio de nuestra fe
Él, despojándose de su naturaleza Divina, murió en la cruz, tal como estaba escrito, cargando sobre Él con todos nuestros pecados y penas, para salvarnos. Resucitando restauró la Nueva Alianza, liberándonos de toda culpa y haciendo posible nuestra salvación.
Todo lo que está ocurriendo es descomunalmente inalcanzable para nosotros. Está fuera de nuestras posibilidades e imaginación. Es Jesucristo quien lo hace posible. ¿Por qué? Por amor. Porque esta es la Voluntad de Dios Padre y Jesucristo ha venido a cumplirla.
¿De qué forma la cumple? No se trata de magia, ni mucho menos. Sino de abrir el Camino, mostrarlo e iluminarlo, para hacer posible que lo transitemos. Él lo ha hecho posible y nos lo presenta. Pero nos deja en libertad de escogerlo o no. Esta es la verdadera libertad y es quizás lo que más nos cuesta comprender.
Velen y oren; manténganse fieles
En el fondo, no es que no podemos, sino que nos resistimos a creer. Dios nos ama y todo lo que espera es que le correspondamos, porque hemos sido creados por Él, para el amor. No hay nada más alejado de Su Voluntad que obligarnos, como no hay nada más absurdo que rechazarlo.
¿Por qué habríamos de hacerlo? Por soberbia, por orgullo. Por falta de humildad. Es el demonio, el mentiroso, el homicida, el que nos incita a revelarnos. Él quiere arrebatarnos de las manos de Dios y lo hace con mentiras y engaños.
El Señor en cambio, respeta nuestra libertad. Podemos dejarlo o tomarlo. Claro está que, si no lo tomamos, nos extraviaremos. ¿Pero por qué no habríamos de tomarlo si sabemos que allí está nuestra felicidad y en el otro lado la perdición? ¿Quién puede querer perderse? Nadie.
Velen y oren para no caer en tentación
Lo que ocurre es que, en lugar de oír Su voz, atendemos las tentaciones del Demonio, al que sí le interesa engañarnos y que nos perdamos. ¿Por qué? Porque él es el homicida. Es el mal, la noche, la destrucción, el odio, el engaño, la avaricia, el orgullo, la soberbia, la mentira, la muerte. Él es enemigo de Dios y del hombre. La Bondad y Sabiduría de Dios, su Perfección, le enferman. Lo envidia; lo aborrece.
¿Por qué alguien en su sano juicio habría de escoger su propia muerte y destrucción? Habría que ser loco o extraviado para escoger la infelicidad y la perdición eterna. Siendo libres, sumidos en el engaño y la soberbia podemos caer en las tentaciones del demonio.
Por eso el Señor nos pide: velen y oren. Y es que, aunque el Camino es claro, evidente y conveniente, para el que oye la Palabra del Señor y la pone en práctica, el demonio nos presenta tentaciones que, aprovechando de nuestras debilidades, resultan muchas veces irresistibles, si no estamos unidos a Dios.
Dios se hizo hombre
Este tiempo único de Semana Santa que concluye con la Resurrección de Jesucristo, nos recuerda el pacto sellado con la propia Sangre de Cristo, que nos abrió las puertas del Cielo. Este es pues un tiempo para reflexionar, mantenernos en vela y orar.
Es importante tomar conciencia de estos dos extremos. Dios se ha hecho hombre. Velen y oren, se nos pide, porque es preciso mantenernos unidos a Dios, como los sarmientos a la vid. La oración y los sacramentos son la sabia que alimenta y fortalece esta unión. Entre tanto, el Señor da Su propia vida. La lectura de hoy nos recuerda precisamente los episodios de abuso, sufrimiento, burla y despojo por los que tuvo que pasar Jesucristo para salvarnos.
Siendo Dios, se despojó de todo y se hizo tan pequeño, pobre y vulnerable como el que más, para asumir en Él todas nuestras debilidades, errores y pecados. Él, habiendo hecho el Bien toda su vida entre nosotros, muere cruelmente como el peor villano, en la cruz.
Lo más grande y lo más pequeño
Este es el misterio insondable que debe iluminar nuestras mentes, nuestras almas y nuestros corazones. Dios, que lo hizo todo perfecto, se abajó al extremo del más miserable de los seres humanos para sufrir en su propia carne la muerte más dolorosa y humillante, sin tener culpa alguna.
Siendo Dios, pudiendo liberarse de esta muerte cruel y de todos sus enemigos con una sola palabra, con un solo pensamiento, no lo hizo. Es que la Voluntad del Padre era que llegara al extremo de la humillación y el sufrimiento al que jamás nadie hubiera podido llegar, ni habrá de llegar.
Alcanzado aquel punto insuperable, al que paradójicamente solo Dios hecho hombre podía llegar, perdonó a todos sus agresores y murió entregando su espíritu a Dios, quien habría de resucitarlo al tercer día.
Jesucristo ha resucitado
Muerto ya, siguió su descenso hasta el Infierno, liberando a todos sus amigos y hombres justos de todos los tiempos que aun sin conocerlo, se durmieron esperando y confiando en Él.
Atando al Demonio, venció a la muerte y resucitó al tercer día, tal como lo pudieron constatar las mujeres al llegar al sepulcro, y luego Pedro y Juan, que encontraron la tumba vacía.
La roca que hubiera sido imposible de mover por un solo hombre, estaba retirada. El sudario, sus vendajes y todo aquello con lo que había sido cubierto seguía allí como mudo testigo del cuerpo sufriente al que había contenido. Jesucristo no estaba más allí. Había resucitado.
Oración:
Padre santo, danos la fe suficiente para amarte por haber querido sufrir en tu propia carne la fragilidad de la naturaleza humana, proporcionándonos todo lo necesario para alcanzar la Vida Eterna a pesar de nuestra pequeñez e insignificancia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
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