hágase tu voluntad
«Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»
Martes de la 1ª semana de Cuaresma| 28 de Febrero del 2023 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Isaías 55,10-11
- Salmo 33,4-5.6-7.16-17.18-19
- Mateo 6,7-15
Reflexión sobre las lecturas
hágase tu voluntad
Con alguna frecuencia nos llegan por las “famosas” redes sociales inspiradas reflexiones de algunos hermanos nuestros que con buena voluntad o con alguna intención ideológica se atreven a cambiar el Padre Nuestro.
Lo primero sobre lo que quisiera llamar la atención es sobre esta pretensión. Si deseas componer una oración, un poema o una historia, hazlo. Empléate a fondo pon en juego todos tus talentos y esfuérzate por crear una pieza única que transmita todo aquello positivo o constructivo de lo que eres capaz.
Pero nunca, nunca te atrevas a modificar la Palabra de Dios. Cada una de Sus Palabras está “pesada, contada y medida”. Es Dios mismo el que ha escogido las palabras, el momento, la ubicación y el sentido de cada una de ellas. ¡Esfuérzate por entender! Pero no pretendas cambiarlas.
No está en nosotros cambiar tu voluntad
Nadie puede osar enmendar a Dios. Es un grave pecado de soberbia o ignorancia extrema. Si sientes esa tentación, no dudes que viene de demonio y por el contrario trata de entenderla apoyándote en tantas fuentes como es posible encontrar hoy en internet.
La Palabra de Dios es como una saeta que alcanza el lugar más recóndito de nuestras almas y nuestros corazones, en el momento justo y con la potencia adecuada, para darnos aquello que necesitamos, aun cuando nosotros mismos no nos demos cuenta de ello.
Como lo dice Isaías en la primera lectura, no hay palabra ociosa que parta de Dios. Todas ellas cumplen un propósito, antes de volver a Él mismo. Tal como la lluvia o la nieve no vuelven al cielo sin antes humedecer a tierra, fecundarla y germinarla.
Hemos de ajustarnos a Tú Voluntad
De ningún modo podemos despreciar la Palabra de Dios. Ella ha de ser cada día la mejor fuente de inspiración de nuestro proceder, ajustado a la Voluntad de Dios. Si no aprendemos a oírle y reconocerle, cómo podremos ajustarnos a Su Voluntad.
Es Su Voluntad la que debe guiar nuestros pasos cada día. Ha de ser lo que Él quiere que hagamos cada día, nuestro programa de acción. Pero desengáñate. No se trata tanto de escribirlo, como de estar con los ojos del cuerpo y del alma abiertos y atentos a sus indicaciones.
El Señor sabe lo que necesitamos y debemos, aun antes que nosotros podamos reconocerlo. Por ello, nuestra actitud diaria, permanente, ha de ser la de estar completamente a disposición de aquello que constituiría Su Voluntad a cada paso, cada segundo.
Que no confunda mis deseos con tu voluntad
No es fácil. No porque te pida imposibles, aunque a veces pareciera hacerlo, sino porque siempre subyace el peligro de confundir Su Voluntad con la nuestra y hacer lo que queremos, lo que nos gusta o lo que nos parece, relegando Su Voluntad.
¡Qué mayor acto de fe puede haber que abandonarnos por completo y confiados a sus manos, confiando en el ciegamente, haciendo lo que Él nos manda! Seguramente ninguno. Pero no es tan fácil discernir Su Voluntad de la nuestra.
Mucho menos será tan obvia Su Voluntad si no mantenemos una relación íntima y profunda con Él. Y ella empieza aquí, es decir, en la lectura constante y devota de Su Palabra. Hemos de conocerlo. Solo lo haremos cultivando el hábito de escucharlo.
Para hacer su voluntad reconozcamos Su Palabra
No nos engañemos creyendo que basta para confirmar que se trata de Él cuando escuchamos esa voz interna que nos pone en guardia o que nos anima a tomar tal o cual decisión. Es posible que sea Él, pero también es posible que sean nuestros propios deseos.
¿Cómo afinar nuestro oído y nuestra percepción? Leyendo y meditando Su Palabra cada día. El Señor y Su Palabra constituyen una fuente infinita de agua viva. Forjemos y cultivemos la amistad con Él a través de los buenos hábitos. Si estamos en Gracia Él se hará presente
No olvidemos que el Padre Nuestro fue la única oración que el Señor nos enseñó. Meditemos en eso, leyendo y pensando en cada una de las palabras de esta oración, sencilla y a la vez perfecta. Dios nos da en la medida justa a nuestra necesidad, con el propósito que alcancemos la Vida Eterna. ¿Qué más?
Oración:
Padre Santo, danos la Gracia de empezar cada día disponiéndonos a hacer Tu Voluntad. Danos la libertad, la sabiduría y la modestia necesarias para abandonarnos a Tus manos, haciendo aquello que Tú dispones y mandas. Todo esto te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
(187) vistas